Tribuna

La JMJ de Madrid, algo más que un divertimento

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Durante toda la semana que se extendió la JMJ de Madrid, se diseñó un programa cultural y festivo con 484 actuaciones, 563 rutas, 2.227 visitas guiadas a exposiciones de diferente cariz. En la imagen, una peregrina ante ‘La Cena de Emaús’, en el Museo Nacional Thyssen-Bornemisza.

El tormentón, durante la Vigilia celebrada aquel 20 de agosto de 2011 en el aeródromo de Cuatro Vientos, fue la mejor plasmación de lo vivido al asumir la dirección del Departamento de Cultura en circunstancias extremas: un vendaval que zarandeaba y hacía volar las cosas, el diluvio que te calaba hasta los huesos y, en medio de todo, el Señor, siempre presente, aunque pareciera dormido, que con su brisa suave trae la paz al que se agarra fuerte y confiadamente a Él.



La cultura de la JMJ llegó a mí de forma sorprendente. La situación era crítica: los dos primeros directores cayeron enfermos; estábamos a once meses de la inauguración del encuentro y el programa cultural estaba en riesgo de ser suspendido. Asumí la misión poniendo a mis Fernandos en manos de María y rogándole que no me soltara.

Los actos de la oferta cultural propia buscaban enseñar la apostolicidad, el ímpetu misionero y de caridad, la vinculación al sucesor de Pedro y el carácter mariano de la Iglesia que camina en España. Los 314 actos de los diferentes grupos diocesanos, órdenes religiosas y movimientos eclesiales, venidos de todo el mundo, eran un ejemplo de la creatividad de la fe que se encarna en la cultura.

El programa cultural no era un mero divertimento para los jóvenes, sino la parte misionera de la JMJ. No éramos gestores culturales, trabajábamos para posibilitar el encuentro de los peregrinos con el Señor en cada uno de los actos culturales.

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