La participación de la cantante Karol G en el concierto Grace from the world, organizado por el Vaticano el próximo 13 de septiembre, ha desatado un aluvión de críticas por parte de un sector integrista de la Iglesia católica. Estas voces sostienen que su propuesta artística —con referencias explícitas a la sexualidad, al consumo de sustancias y a una estética que refleja una visión secular del empoderamiento femenino— contradice los principios de pureza, respeto y espiritualidad que la moral cristiana intenta transmitir a las nuevas generaciones. Incluso, algunos han solicitado públicamente que se retire su actuación y han lanzado campañas de firmas para presionar a la Santa Sede.
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Confieso que dudé en escribir este artículo. Sé que es un tema sensible y que toca fibras en quienes defienden con celo estas posturas. Sin embargo, estoy convencido de que no es justo el trato que está recibiendo la artista. La manera en que se le señala y se le condena refleja más bien un espíritu farisaico, marcado por el juicio y la exclusión, y no la misericordia que es esencia del Evangelio.
Jesús frente al juicio farisaico
Los Evangelios narran cómo Jesús se enfrentó duramente a los fariseos, porque imponían cargas insoportables y se erigían como jueces de la religiosidad de los demás: “Atan cargas pesadas y difíciles de llevar, y las ponen sobre los hombros de los hombres, pero ellos ni con un dedo quieren moverlas” (Mt 23,4). Algo semejante ocurre cuando algunos católicos se autoproclaman “guardianes de la fe”, decidiendo quién puede o no participar en un evento eclesial.
Nuestro Señor Jesucristo fue claro: “No he venido a llamar a justos, sino a pecadores” (Mt 9,13). Condenar de plano a Karol G por sus letras equivale a negar la posibilidad de que en su historia también actúe la gracia de Dios. Jesús no rehuyó el contacto con quienes eran considerados “escándalo” en su tiempo: comió con publicanos, dialogó con mujeres marginadas y proclamó que “los publicanos y las prostitutas van delante de ustedes en el Reino de Dios” (Mt 21,31).

Una Iglesia llamada a la misericordia
La Iglesia, siguiendo el ejemplo de Cristo, no puede convertirse en un círculo cerrado de perfectos. Como recordaba san Agustín, es “casta meretrix”: santa por la gracia de Cristo, pero formada por hombres y mujeres frágiles en camino. Pretender una pureza sin manchas, sin contacto con la realidad humana, es olvidar la pedagogía de Dios, que siempre actúa en medio de la imperfección.
La presencia de Karol G en un evento del Vaticano no debe verse como una aprobación acrítica de todo su repertorio, sino como un signo de apertura y de diálogo. Una oportunidad para tender puentes, no para levantar muros.
El recordado papa Francisco lo expresó con claridad durante el Sínodo de la Familia en 2014:
“La Iglesia no es una aduana, sino una casa paterna y por lo tanto debe acompañar pacientemente a todas las personas, incluso a aquellos que se encuentran en situaciones pastorales difíciles”.

Karol G en el videoclip de su canción ‘S91’
Conclusión
El celo moralista de quienes piden excluir a Karol G se parece demasiado al de los fariseos que criticaban a Jesús por acercarse a los pecadores. La fe cristiana no consiste en cerrar puertas, sino en abrir caminos de encuentro y misericordia.
Defender su participación no significa avalar cada una de sus canciones, sino reconocer que ella —como todo ser humano— es hija de Dios, buscada y amada. Y si la Iglesia renuncia a acoger, escuchar y acompañar, deja de ser la Iglesia de Cristo para convertirse en un club exclusivo de “puros”.
Porque, al final, lo que nos salva no es la perfección moral, sino la gracia de Dios que alcanza a todos, también a Karol G.