Tribuna

Isa Solá no podía dejar de amar por entero

Compartir

El 12 de enero, hace diez años, vivimos una de las mayores tragedias de la historia de la humanidad; la tierra haitiana se tragaba a miles de niños, mujeres y hombres y ocasionaba innumerables destrozos de todo tipo… Ese día, a miles de kilómetros, a unas cuantas personas se nos encogía el corazón y vivíamos al filo del misterio, por el dolor sangrante que miles de haitianos, hermanos y hermanas nuestros, estaban sufriendo y por la incógnita de saber cómo estaban Isa y su comunidad, ya que no nos llegaban noticias…



Fueron horas de dolor contenido, silencio…, angustia indescriptible…, solo comparable a la vivencia del 2 de septiembre de 2016, seis años más tarde, en la que se confirmaba el terrible presagio…, de forma muy diferente… Dos disparos acababan con la vida de Isa Solá… Dolor, silencio, misterio, dolor…

Isa Solá, misionera española catalana en Haití, fallecida el 2 septiembre 2016

Cuando dejo pasar por el corazón ese día, aún me duele la vida y el corazón llora…, aunque ahora las lágrimas son diferentes… Me gustaría decir que son lágrimas de un bálsamo curativo y reparador, pero todavía no puedo… Me quedan, eso sí:

Sus palabras

“Si me voy demasiado pronto para vosotros…, ha pasado cuando tenía que pasar. Dios sabe y es lo que importa. Nuestro tiempo no es su tiempo. Espero irme al menos haciendo lo que amaba hacer, entregando mi vida, amando a mi gente, sirviendo. Si es así, celebradlo, todo está bien. He sido feliz y he estado donde más siempre he querido, en África y luego en Haití”.
Ella vivía la experiencia de que Dios estaba por encima de todo y de que Él sostiene y abraza la historia y el sentido de la vida. La experiencia de sobrevivir al terremoto y ver cómo los haitianos, que lo habían perdido todo, levantaban sus brazos y alababan a Dios, le hizo comprender que el sentido de la vida y de la historia está en el corazón de Dios. Isa, a la que se le había roto el corazón en mil pedazos, se dejó curar por la oración y el agradecimiento de los haitianos, hombres y mujeres sencillos que se saben y se viven como criaturas de Dios.

Su experiencia de amor

Envuelta en el regalo de la amistad, que nos unía desde la infancia, y expresando su experiencia de amor como testimonio de entrega y donación… Isa siempre se sintió interpelada por Pedro y por las palabras que Jesús le dirigió: “Pedro, ¿me amas? (Jn 21, 15-19). En el anillo, que recibió en su profesión religiosa, símbolo de la alianza, tenía grabada la palabra “amarás”, porque un día descubrió que el amor no era solo un sentimiento; era una decisión, era una fuerza que sentía como llamada honda en su corazón, e Isa no podía dejar de amar por entero, no podía dejar de entregar su vida minuto a minuto, de darse del todo y de estar cerca de los más pequeños… Y las palabras del Evangelio se cumplían en su vida: “Apacienta mis ovejas “. Isa cuidaba de sus ovejas con todo el corazón y con toda el alma… “Otros te ceñirán y te llevarán donde tú no quieres”. Y ella se dejó “ceñir” y “llevar”, porque su vida ya había sido entregada.

Su pasión por la música, la fotografía y, en definitiva, por la belleza

En la música ella desplegaba su propia esencia; a veces, no podía dejar de poner música a su vida y a todo aquello que la “tocaba” por dentro, como el texto del Eclesiástico 2, 1-6: “Si llegas a servir al Señor, prepara tu alma para la prueba, endereza tu corazón, mantente firme y no huyas de la adversidad, adhiérete a Él, no te separes…”. Durante su vida, se preparó para la prueba, para no huir de la adversidad; al contrario, enderezó su corazón para poder hacer realidad a lo que estaba llamada: a amar. Las fotografías que ella hizo recogen la ternura y la hondura de la vida, reflejan los contrastes que captaba su sensibilidad y que, seguramente, ella misma experimentaba en su interior: la alegría y la tristeza, la vida y la muerte. Y era una de sus formas de alabar la creación de Dios, de captar instantáneas del amor de Dios. Y las fotografías en las que ella aparece físicamente, simplemente…, irradian luz.

Y su presencia viva dentro de mí, su luz, su huella de eternidad…

Isa, cada vez que escribo sobre ti, se me queda siempre corto, siempre escaso, siempre inexacto…, porque tú eras mucho más, mucho más… Que tu vida siga haciendo bien a tantas personas, siga tocando tantos corazones para ayudarles a enderezarse, a ir a lo esencial de la vida, que es el amor. Isa, como dice el papa Francisco, “tu vida huele a oveja y a Evangelio”… Isa, amiga, gracias.