Tribuna

He creído en el amor

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Me ha movido y me mueve el amor hacia el otro, los otros. Durante este tiempo de pandemia, he acudido y respondido con diligencia a las necesidades de los afligidos y débiles; reconociendo en ellos la imagen del mismo Cristo pobre y sufriente. Este Cristo que tiene sed, que tiene hambre, que necesita ser consolado, visitado, vestido, hospedado. En medio de estas necesidades durante este tiempo de pandemia he sido llamado y enviado a ser canal de misericordia en medio de este mundo roto.



Naturalmente, me asaltó la bestia más feroz sobre la faz de la tierra, los temores, los miedos, que los asumo como inherentes a mi condición humana. La soledad la he vivido como oportunidad y tal como decía Schopenhauer, es “una suerte para los grandes espíritus”, ya que me ha facilitado la oportunidad de encontrarme conmigo mismo, para cultivar mi interioridad, la creatividad y el sentido.

A más de uno nos suena la canción ‘Resistiré’, que se volvió popular durante el tiempo más mortífero y cruel de la pandemia. En mis oídos resonaba particularmente esta frase: “Aunque los vientos de la vida soplen fuerte, soy como el junco que se dobla, pero siempre sigue en pie”. Para mí es el realismo y la esperanza de este tiempo.

Durante este año, he conjugado con mayor intensidad el verbo acompañar y todo lo que implica esto. Sí, acompañar como una “madre que, mirando a los ojos a su hijo, sabe lo que necesita y le acompaña”. Vivo el acompañamiento como una forma de vivir y de ubicarme en la vida. Me siento parte de este pueblo paciente y lo acompaño en su gozo, tristezas, esperanzas. Porque estoy convencido de que sentir que hay otros a tu lado y con los que puedes hablar, hace la vida más agradable, más cercana, más humana. No olvido que quien está enfermo, en duelo, en crisis, necesita luz, calor, desahogo, escucha, acompañamiento, sentido y fe.

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Acompañar para mí supone que yo reconozco al otro como mío y que el otro me reconoce a mí como suyo. El otro conoce el tono de mi voz, no es tanto el discurso que yo digo sino cómo lo digo, la autenticidad vivida con enfermos al final de la vida, en tiempo de pandemia, algunos con el virus. Con algunos enfermos, tomándolos de las manos, sosteniéndolos con la mirada, he recitado el salmo que dice: “El Señor es mi pastor nada me falta, que, aunque camine por cañadas oscuras, nada temo porque tú estás conmigo, tu bondad y tu amor me acompañan todos los días de mi vida…”.

¡Cómo no recordar a tantos rostros, de personas al final de la vida que rezaban junto a mí este salmo! Y cuánta verdad que, cuando uno pasa por cañadas oscuras, no ve al pastor, no ve al acompañante, pero sabe que está allí, porque el calor, el golpe del “bastón” en el suelo, le hace descubrir que él/ella no está solo/a, sino que el pastor está al lado en un momento de la vida de mucha soledad, enfermedad, muerte, duelo, miedo y, sin embargo, la experiencia de saber que no está solo es lo que le permite avanzar en medio de la dificultad.

De san Juan de la Cruz a Casaldáliga

Acompañar, cuidar, con amor al “igual que lo hace una madre cuando cuida a su único hijo enfermo”, es un desafío humanizador para mi vida y un renovar mi profesión de servir a los enfermos y sus familias incluso con el peligro de mi propia vida. No en vano, al acompañar a los otros resuena en mis oídos las palabras de san Juan de la Cruz en su cántico espiritual: “La dolencia de amor se cura con la presencia y la figura”.

Quiero recordar a un hombre humilde, sencillo, entregado al servicio de los más desfavorecidos, de nombre Pedro y apellido Casaldáliga, que falleció en plena pandemia, el 8 de agosto de 2020, un humanista de entrañas humanizadoras que se pregunta por el juicio final. Y en uno de sus bellos poemas se responde lo siguiente: “Al final del camino me dirán, ¿has vivido? ¿Has amado? Y yo, sin decir nada, abriré el corazón lleno de nombres”.

En un lateral que hace de frontispicio del Centro San Camilo donde soy capellán, se recoge una frase de otro gran humanista de entrañas humanizadoras, Camilo de Lelis, que invita a poner “más corazón en las manos”. Es una tarea de todos, ¿te animas a poner corazón en la manos, corazón en los labios?

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