Tribuna

Generar vida… a través del trabajo

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La Iglesia católica nos aporta atención espiritual, administra los sacramentos, organiza celebraciones y eventos muy variados…, pero, a veces, olvidamos que, además de todo esto, la Iglesia ofrece en el mercado bienes y servicios (fundamentalmente, servicios) a los ciudadanos –no necesariamente católicos–, que así pueden disfrutar de educación o sanidad proporcionadas por instituciones católicas.



También presta atención a los más desfavorecidos con sus organizaciones caritativas o hace avanzar el conocimiento desde sus universidades. Todo este complejo entramado aporta valor a la sociedad y tiene un importante significado económico, por ejemplo, en la creación de empleo.

Colaborando con la Iglesia hay muchos voluntarios, pero también muchos empleados que con sus trabajos reciben sus salarios, elevan su dignidad como personas y hacen una importante aportación al bien común. Esta faceta de la Iglesia como empresaria y empleadora no siempre es considerada. Pero las instituciones eclesiásticas deben ser –y yo creo que normalmente lo son– empresarias con unas características definidas: no suelen buscar el lucro del que ha aportado el capital y sí se guían por unos valores bien definidos por la Iglesia; lo contrario llevaría a la incoherencia.

Si pensamos, por ejemplo, en los colegios, en las universidades, en las residencias o en los hospitales dirigidos por instituciones católicas, los tenemos asociados a una idea de “calidad” y de “eficiencia económica”; si no fuera así, no subsistirían. Consideremos que muchas de estas entidades nacieron con escasa o nula competencia y hoy no suele ser así. El que sean eficientes en la asignación de los recursos crea riqueza para la sociedad y les permite subsistir, aumentar los servicios prestados y ofrecer más trabajo en una sociedad donde resulta un bien escaso. Además, se ofrece una muy interesante mezcla de trabajos de diferentes cualificaciones.

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