Tribuna

Ficción y realidad en tiempos de Covid-19

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Estos días he releído muchos libros. Algunos de ellos son novelas de esas a las que hay que volver de vez en cuando. Una es muy conocida -más por la versión cinematográfica-, me refiero a ‘Las sandalias del pescador’ (1962); la otra, menos conocida, se titula ‘Vaticano 2035’ (2006).



En las dos la Iglesia está presente, de muy diferente manera y visión; las dos son ficción, sin embargo, en ambas hay elementos de una actualidad sorprendente e incluso con algunos elementos proféticos. En ‘Las sandalias del pescador’ el arzobispo Kiril Lakota, tras pasar veinte años en un campo de trabajos forzados en Siberia, es liberado –por conveniencia de la autoridad– y viaja al Vaticano donde, para su sorpresa, es creado cardenal. El fallecimiento del pontífice pone en marcha todo el protocolo para la elección del nuevo.

Campaña electoral

Es muy interesante ver la escena de esa especie de “campaña electoral” -nunca reconocida- en la que los cardenales hablan entre ellos y reconocen la necesidad de elegir a alguien que sea capaz de un diálogo con el mundo. La figura, desconocida para la mayoría, del cardenal Lakota, crece en dos momentos concretos: uno, cuando habla con toda normalidad y explica lo que le tocó vivir en Siberia, llegando incluso a hacer uso de la violencia para defender a otro prisionero; el otro momento es cuando es requerido por un cardenal y no responde porque está tan centrado y concentrado en la oración que no escucha nada más. Finalmente, el cardenal Lakota, es elegido pontífice por aclamación. De alguna manera, Kiril Lakota, es un pontífice al que también fueron a buscar al fin del mundo. En su pontificado tendrá que hacer frente a un grave problema en China -el hambre- que amenaza al mundo entero con una guerra nuclear. Nada que no se parezca a nuestra situación donde también el hambre está presente y la falta de soluciones amenaza al “mundo desarrollado”.

En Vaticano 2035 -advierto que, afortunadamente, no es de Dan Brown- además de elecciones de pontífices -una por renuncia del anciano papa de ochenta años; otra por muerte del pontífice en atentado y, la tercera, la más sorprendente, en la que resulta elegido un papa viudo, con dos hijas y Premio Nobel de la Paz por haberla conseguido entre palestinos e israelíes- y una situación eclesial diferente -donde se forman organismos diocesanos para encontrar soluciones para hombres y mujeres que quieren recuperar la comunión con la Iglesia- donde se crean cardenales a tres mujeres laicas, y donde el diálogo interreligioso está normalizado, llama la atención que, en un momento de la novela, se desata una gran pandemia provocada por un virus llamado SNOV; no se sabe cómo se contagia salvo que lo propagan insectos y algunas aves. Los países del norte de Europa, algo más seguros y protegidos que los del sur, se oponen a las drásticas medidas tomadas por éstos para protegerse, y China también está implicada por cuestiones financieras y de comercio en esta pandemia. Suena actual el argumento, ¿verdad?

¿Dónde está Dios?

En las dos novelas, en un momento dado, aparece el problema del mal y del sufrimiento. Y, por supuesto, la pregunta clave de todo creyente: ¿Dónde está Dios ante tanto el sufrimiento? ¿Por qué pasa esto? No hay respuesta. Ni en el bellísimo libro de Job hallamos la respuesta. Ficción y realidad, en muchas ocasiones, se solapan de tal manera que cuesta adivinar cual es una u otra. Con estas novelas no pasa eso porque, por diversos motivos y argumentos, muestran una Iglesia más soñada que real, pero no por ello imposible de alcanzar y hacer realidad en algún momento.

Unas voluntarias trasladan alimentos en la parroquia de Nuestra Señora de Bellvitge. EFE/ Toni Albir

Mientras intentamos que esa ficción -que tiene aspectos muy interesantes y positivos- se vaya haciendo realidad, nuestra Iglesia está dando, como siempre en las peores ocasiones, una lección de humanidad, compromiso y servicio al más necesitado tanto material como espiritualmente. No podemos olvidar que al decir “nuestra Iglesia” estamos hablando de muchas personas que cada día tienen que enfrentarse con lo que más desgasta en la entrega al prójimo: gestionar la impotencia de no poder hacer más. No es que se deje a alguien sin atender, nada de eso, sino que siempre se querría hacer más, ayudar más, resolver el problema que genera la situación o tener la palabra justa que proporcionara paz y sosiego.

Imaginación y compromiso

Esto no es ficción; esto es la realidad de cada día y en esta realidad las acciones más pequeñas son las que tienen un mayor impacto. Si repasamos la Historia de la Iglesia, vemos que su entrega para paliar e intentar resolver los problemas de aquellas personas necesitadas en un momento dado, ante la falta de medios en muchos momentos, se han solventado siempre con imaginación, creatividad, compromiso y confianza. Ha hecho tanto la Iglesia durante tanto tiempo con tan poco, que está preparada y capacitada para hacer casi cualquier cosa con casi nada. Esto no significa que abandonemos nuestro compromiso cristiano pensando que la “institución” tiene mecanismos mágicos que solucionan los problemas. Ahora es cuando nuestro granito de arena adquiere dimensiones de montaña para personas concretas.

Muchas veces resulta más fácil ayudar a la humanidad -que no tiene rostro definido- que al vecino que conocemos. Y no creamos que estamos sólo para aportar simplemente; estamos para implicarnos totalmente. Ahí entra la “mística de ojos abiertos”, es decir, lo concreto porque, como dice J. B. Metz en su libro con ese título, “son los ojos bien abiertos los que nos hacen volver a sufrir por el dolor de los demás: los que nos instan a sublevarnos contra el sinsentido del dolor injusto”. Está bien que las primeras salidas sean para pasear y oxigenarse, y teniendo en cuenta que están limitadas en distancia y duración, estaría bien buscar alguna estrategia para acercarnos a los comedores de tantas instituciones eclesiales -donde ahora se entrega la comida por cuestiones de seguridad sanitaria- y ver las largas filas que se forman, los rostros tristes -que no resignados- y hasta avergonzados, porque la pobreza la causa y más, si es la primera vez para muchas personas en esta situación.

Despertar de golpe

Aunque reflejada en la ficción de las novelas antes citadas, nuestra realidad es mucho peor porque es verdad, es auténtica, nos está pasando y no podemos ir a la última página a ver cómo termina. Nos hemos despertado de golpe; me gustaría pensar que nos hemos hecho adultos de golpe -espero- y que somos capaces de invertir, aportar, comprometernos y pensar en personas, nunca en números.

En “Las sandalias del pescador” resulta sorprendente cómo al llegar a Roma el cardenal Lakota, de las primeras preguntas que le hacen es si en su cautiverio podía celebrar misa. Me imagino que Morris West querría reflejar una cierta idea de Iglesia con esa pregunta. A mí me llama la atención que no le preguntaran cómo mantenía la presencia del Evangelio, como pudo ser el Buena Noticia, en aquella situación. La celebración de la misa estaba -y está bien, nadie lo duda-, y Lakota lo hacía a escondidas para algunos compañeros de cautiverio -y para descanso y satisfacción de algunos que no se vieron en esa situación-. A lo largo de la novela, el protagonista, el cardenal Lakota, responde a mi hipotética pregunta sobradamente con su actitud de vida.

Kiril Lakota, protagonista de “Las sandalias del pescador” y Tomas I, protagonista de “Vaticano 2035”, nos adentran en una ficción de la que podemos aprender. A Dios lo que más le importa -y lo debemos de tener claro- es la naturaleza y el grado de entrega de nuestro amor al prójimo que tiene mucho que ver con la actitud interior con la que Jesús de Nazaret vivió su vida. Imaginación, creatividad, compromiso, confianza, Buena Noticia y oración -la gran olvidada en muchas ocasiones-, son nuestras herramientas para actuar. No son ficción.