Tribuna

En misa con Joe Biden

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Eran lentejas. La única misa de domingo en la única iglesia católica de la zona. La cumbre del G-7 se desarrollaba en Carbis Bay, una pequeña localidad británica de pescadores y surferos en la punta de Cornualles, y el día se presentaba cargado de titulares: conoceríamos por fin el contenido de una ‘histórica’ declaración, firmada el día anterior por los líderes de los países más ricos de Occidente; habría rueda de prensa de Boris Johnson, Macron, Merkel… Y, como broche final, comparecencia de Joe Biden ante los medios. Menos mal que la misa era a las nueve de la mañana. Daba tiempo a todo si nos organizábamos bien.



Eso mismo debieron de pensar Joe y Jill. Tal que así: “O aprovechamos para el mandato dominical a primera hora, con la fresca, o ya no hay manera. Del G-7 nos vamos directos a Windsor, que tenemos apalabrado el ‘afternoon tea’ con la Queen, y de ahí a lo de la OTAN. Son lentils. Avisad a los de St. Ives que llegaremos derrapando, cuando ya estén todos sentados. Nada de oropeles ni anuncios, con que nos dejen un par de sitios en la última fila, suficiente”. Dicho y hecho.

La mitad de los parroquianos había tomado ya posesión de su asiento habitual. Estaban a punto de dar las en punto en el campanario y allí no terminaba de hacerse el silencio. Llegar hasta la Roman Catholic Parish of the Holy Family había sido mucho más difícil que de costumbre. Pero, al fin y al cabo, los habitantes de St. Ives llevaban ya tres días con cortes de carreteras y viendo vallas por doquier; resignados con la paciencia del que se sabe protagonista de algo gordo, aunque sea para poder contarlo a los nietos y turistas venideros.

La sacristana, Brenda, parecía más agitada que otras semanas. Y llevaba un rato hablando con agentes armados. No los de la policía británica, con su sonrisa y sus saludos amables, sino con los otros: los americanos que abultaban mucho y hablaban poco. Había uno calvo que les pedía la documentación a los cotillas. ¡Pobre Mrs. Annette, se la había dejado en casa y casi le cuesta llorar! Ella bajaba a su iglesia con lo puesto, como todas las semanas. Quién le mandaría preguntar por qué no la dejaban pasar esos señores, que iba a llegar tarde.

En el banco de atrás

Y tanto. Como que no llegó. A las 9:10 irrumpieron por la cuesta 17 vehículos con los cristales tintados, una banda de fotógrafos con acreditaciones VIP y se cerraron a cal y canto las puertas del templo. Más lentejas. El presidente de los Estados Unidos de América y la primera dama habían ocupado los dos asientos libres del banco de atrás. “In the name of the Father, and of the Son, and of the Holy Spirit”. El padre Philip ya podía empezar. “Amén”.

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