Tribuna

El sueño de una fraternidad universal

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Desde el comienzo de su pontificado, el papa Francisco ha deseado introducir a la Iglesia por las sendas de la fraternidad: “Comenzamos hoy un camino de fraternidad y amor universal”, afirmaba en su primer discurso desde el balcón de San Pedro. Desde entonces, la fraternidad ha sido una constante de sus discursos, pero también de sus gestos de cercanía hacia todos.



El documento y el gesto más significativo a este respecto fue la firma del Documento sobre la fraternidad humana por la paz mundial y la convivencia común, junto al imán Ahmad Al-Tayyeb, de Al-Azhar, el pasado 4 de febrero de 2019, en el que se propone la fraternidad como fundamento del diálogo interreligioso: “La fe lleva al creyente a ver en el otro a un hermano que debe sostener y amar. Por la fe en Dios (…), el creyente está llamado a expresar esta fraternidad humana” (Documento de Abu Dabi, Prefacio).

Ahora, la encíclica Fratelli tutti, firmada a los pies del sepulcro de san Francisco de Asís, sistematiza en sus 8 capítulos y 287 párrafos, los grandes temas de los discursos e intervenciones del Papa a lo largo de su pontificado, desde la perspectiva de la fraternidad.

La fraternidad no es para Francisco un bello discurso hecho de palabras, sino el camino concreto y el estilo que la Iglesia ha de vivir hoy como respuesta a la situación de nuestro mundo, herido por las divisiones y el individualismo que crean una “cultura de muros” en todos los ámbitos de la realidad (cf. Fratelli tutti, 30), como nos describe en el capítulo I. Francisco nos dice con rostro amable y mirada profunda: si quieres ver el rostro de Dios, no hay más que un camino, el rostro concreto del hermano que sufre.

La parábola del buen samaritano, a cuyo análisis dedica el capítulo II, nos interpela a todos: ¿cómo te sitúas ante la realidad: como el buen samaritano que se hace prójimo del que está al borde del camino, o como el viajero que pasa con indiferencia?

Dignidad de hijos de Dios

Enraizada en la experiencia de fe, la fraternidad lleva a reconocer en el otro a un hijo de Dios, diferente pero con una dignidad que ninguna circunstancia puede robarle. El criterio de la fraternidad, cuyos fundamentos desarrolla en el capítulo III, es aplicado a las grandes cuestiones de nuestro mundo: migraciones y globalización, en el capítulo IV; situación política actual, en el capítulo V, con una fuerte crítica al populismo y al liberalismo; relaciones sociales y cultura, en el capítulo VI; o relaciones internacionales, en el capítulo VII, rechazando cualquier tipo de guerra –incluso la justa– y la pena de muerte.

¿Y qué pueden aportar las religiones a este sueño de fraternidad? De ello se ocupa el capítulo VIII. No es de extrañar que Ahmad Al-Tayyeb, a quien se hacen continuas referencias en la encíclica, afirmara en un tuit en la tarde del 4 de octubre que “’Fratelli Tutti’ es una extensión del Documento sobre la fraternidad humana”.

  • En primer lugar, la gran aportación de las religiones a la fraternidad y la amistad social es la “valoración de cada persona humana como criatura llamada a ser hijo e hija de Dios” (‘Fratelli Tutti’, 271). Es decir, una mirada de fe a la existencia humana: el otro es siempre un hermano y no un extraño, un compañero de camino y no un enemigo de batalla.
  • Esta mirada implica, en segundo lugar, una concepción trascendente de la realidad. Al ser humano no le basta lo material para vivir, una existencia plena está abierta a la trascendencia, y sin valores espirituales no puede forjarse una auténtica fraternidad (cf. ‘Fratelli Tutti’, 275). Las personas de fe y los líderes religiosos están llamados a abrir la humanidad a la trascendencia, y despertar la llama de la espiritualidad que el materialismo ha apagado en el corazón de muchos hombres. Dios es el fundamento último de la dignidad de toda vida humana y el sustento de una fraternidad que supera cualquier proyecto humano de bienestar social.
  • Tercero, las religiones han de reconocerse mutuamente como lugares de la acción de Dios, sin rechazar “nada de lo que en ellas hay de santo y verdadero (…) que es destello de la Verdad que ilumina a todos los hombres” (Nostra aetate, 2). Esto provoca un cambio radical en las relaciones interreligiosas: el seguidor de otra religión no es alguien al margen de la salvación, sino alguien en quien Dios actúa misteriosamente; si lo acojo como a un hermano, se enriquecerá mi propia experiencia de fe. Como consecuencia, las religiones han de promover la libertad religiosa para los creyentes de cualquier credo como “un derecho fundamental que no debe ser olvidado en el camino de la fraternidad y de la paz” (‘Fratelli Tutti’, 279), especialmente en aquellos países donde los cristianos o cualquier otro grupo son minorías.
  • Por último, las religiones condenan radicalmente la violencia y el terrorismo en nombre de Dios, fruto de la interpretación errónea y manipulada de los textos sagrados. “El culto a Dios sincero y humilde no lleva a la discriminación, al odio y la violencia, sino al respeto de la sacralidad de la vida” (‘Fratelli Tutti’, 282). Las religiones todas hacen un llamamiento –ya formulado en el Documento de Abu Dabi– a asumir juntos “la cultura del diálogo como camino, la colaboración común como conducta y el conocimiento recíproco como método y criterio” (‘Fratelli Tutti’, 285).
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