¿Qué es un verdadero sacerdote? Hay un texto evocador que circula desde hace varios años atribuido a Madeleine Delbrêl. Donde leemos que “el mayor regalo que podemos hacer, la mayor caridad que podemos ofrecer, es un sacerdote que sea un verdadero sacerdote. […] La ausencia de un verdadero sacerdote en la propia vida es una miseria sin nombre, es la única miseria”.
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El padre Gilles François, postulador de la causa de beatificación de Delbrêl, advierte de que puede no haber sido escrito por la gran mística francesa, de cuya muerte se cumplen 60 años en este 2024. “No está en los archivos. Y aunque recuerdan su pensamiento y su estilo, incluyen ciertos juicios que ella no solía hacer”. El postulador piensa que “sin que tengamos pruebas materiales, este texto sería parte de una entrevista de Madeleine al canónigo Boulard”. Dice así:
Necesitamos que el sacerdote viva una vida piadosa. Aunque viva entre nosotros, debe permanecer en otra parte. ¿Qué signos nos esperamos de esta presencia divina?
- la oración: hay sacerdotes que nunca vemos rezar (lo que se llama rezar);
- la alegría: ¡tantos sacerdotes tan ocupados y ansiosos!
- la fuerza: el sacerdote debe ser quien sostenga. Sensible, carismático, nunca cabizbajo;
- la libertad: lo queremos libre de cualquier fórmula, libre de cualquier prejuicio;
- el desinterés: a veces nos sentimos utilizados por ellos cuando, en cambio, deben ayudarnos a realizar nuestra misión;
- la discreción: debe ser quien calle;
- la verdad: debe ser quien siempre diga la verdad;
- la pobreza: es esencial. Alguien que no esté ligado al dinero; que una especie de “ley de gravedad” lo atraiga instintivamente hacia los pequeños, hacia los pobres;
- el significado de la Iglesia: ¡nunca habléis de la Iglesia a la ligera, como si viniera de fuera! Un hijo que se permite juzgar a su madre tiene que ser inmediatamente juzgado…
“El sacerdote que quisiera” es el tema que propusimos a un grupo de mujeres creyentes, diferentes en origen, profesión, cultura y experiencia. En las respuestas encontramos que, el sacerdote no debería ser solo un líder espiritual, sino un compañero de viaje, inmerso en la realidad, capaz de comprender los desafíos de la vida moderna sin juzgar y debería ofrecer orientación y apoyo. Algunas han conocido pastores así y reconocen su importancia fundamental.
Un oyente que trata con respeto, por Shalini Mulackal
En los informes presentados por las diócesis y conferencias episcopales durante el proceso sinodal, el clericalismo ha surgido como una de las cuestiones clave que afectan negativamente la vida de la Iglesia. El sacerdote representa a Jesús en la asamblea litúrgica y en cada momento de su vida. Está ordenado para ser otro Cristo. Por eso, necesita pasar tiempo de calidad con Dios todos los días y contar con un acompañante espiritual que le ayude a guiar su vida. La figura de sacerdote que me gustaría sería la de un oyente atento.
Como buen pastor, conocería a todas las familias de su parroquia y cuidaría de aquellos que están perdidos, destrozados y pasando por dificultades. Se interesaría mucho por el camino espiritual de aquellos a su cuidado. Sería creativo para llegar a varios grupos de edad con sus necesidades específicas de crecimiento espiritual. Trataría a todos con respeto. Me complace por haber conocido a varios sacerdotes que viven una vida de dedicación y servicio y son compasivos, respetuosos y sensibles, siempre dispuestos a sacrificar sus vidas por los demás.
Vive su vocación en cualquier tradición, por Ilaria Buonriposi
Nací en una familia agnóstica en Italia, un país culturalmente católico. La imagen que me han transmitido del clero y de la Iglesia no era precisamente la mejor y admito que durante muchos años no me molesté en crearme una opinión propia. Después, en medio de una crisis de identidad y sentido, visité con algunos amigos al padre Enea, un misionero que había regresado recientemente a Italia. Me impactó mucho su informalidad a la hora de interactuar y el hecho de que su historia revelara una vida sencilla compartida con los menos afortunados, caracterizada por el trabajo manual y mucha escucha. La Iglesia de la que hablaba el padre Enea es misericordiosa, atenta, donde cada persona es amada y acogida tal como es, por el mero hecho de haber sido creada a imagen y semejanza de Dios.
Tengo suerte porque, a lo largo de los años, he conocido a otros sacerdotes como el padre Enea y no solo de la tradición católica: mujeres y hombres sacerdotes, célibes o casados, que viven su vocación con compromiso y dedicación, que con creatividad llevan el mensaje del Evangelio a donde no es frecuente escucharlo y reflejan en su vida diaria el amor infinito que Dios tiene por cada uno de nosotros.
No instrumentaliza la Palabra de Dios, por Mierella Soro
El verdadero sacerdote debe ser un hombre de oración verdadera, profunda y continua, todo de Dios. Y, por eso, verdadero Padre de todos. Será fecundo en la medida en que viva el propio celibato en la fidelidad. Ama el confesionario, vive como un pobre, no se toma a sí mismo demasiado en serio y vive en la sociedad de su tiempo. Sus homilías van a lo esencial. No instrumentaliza la Palabra de Dios. En lo que dice se transparenta la vida y no esa imagen de sabiduría de quien estudia mucho, pero no escucha humildemente a Dios.
Por la gracia de Dios, he conocido a dos de ellos. Desde que eran jóvenes demostraron tener la sabiduría del anciano que son hoy en día. Son dos frailes franciscanos, uno de unos noventa años y el otro de más de cien. Al más “joven” lo conocí cuando yo aún me estaba formando. Fue el confesor de la comunidad y hoy es mi padre espiritual. Es una persona que te hace sentir acogida, nunca juzgada y amada. Alguien que escucha. Me ha hecho crecer incluso cuando no estaba de acuerdo conmigo. Es fundamental. Para mí lo es.
Que sea un hombre en camino, por Emanuela Gitto
El sacerdote que quisiera y que se necesita es un hombre de la Palabra, que vive a la luz del Evangelio y que lo testimonia con su propia vida, antes que con sus palabras. Es un hombre que se acerca a las historias de las personas y que “pierde el tiempo” para conocerlas.
El sacerdote que quisiera y que se necesita no tiene miedo de escuchar realmente las preguntas de la gente sobre las cuestiones más espinosas y profundas que interrogan a las personas, las escucha y se pregunta, poniéndose en el lugar de quien las formula. El sacerdote que quisiera y que hace falta huye de la lógica del poder, no solo el vinculado a la institución que acompaña, sino también el vinculado a las personas; no abusa porque siente que no gobierna la vida de las personas que encuentra, sino que se coloca junto a ellas como un compañero de viaje. Es abierto y humilde.
El sacerdote que quisiera y que se necesita estudia, se mantiene al día, siente que sus conocimientos están en camino, se siente provocado por los acontecimientos que le rodean. Y, por eso, está siempre en diálogo con la ciudad y la zona o la realidad que le ha sido confiada. El sacerdote que quisiera y se necesita tiene confianza en los laicos y se siente corresponsable con ellos de la Iglesia. Necesitamos sacerdotes que sean ante todo hombres, en camino.
Un ministro para una Iglesia sinodal, por Marcela Mazzini
Creo que la fraternidad es un signo distintivo del ministro ordenado en el magisterio del Papa Francisco, es lo que las comunidades eclesiales reclaman y es a ello a lo que hay que tender. La Iglesia precisa sacerdotes cercanos, empáticos, compasivos, que ejerzan su liderazgo entendiendo que el poder en la comunidad es un servicio, tal como nos enseñó Jesús (Mt 20, 26-28). Es muy importante que sean personas de oración, porque sólo de esa manera podrán transparentar la presencia de Jesús en su ministerio.
Afortunadamente he conocido y conozco varios que, aún con sus límites, están orientados en esta dirección. En la medida que se multipliquen y que llevemos adelante, entre todos y todas, la ansiada reforma de la Iglesia que nos propone el Papa Francisco, el clericalismo irá disminuyendo en nuestras comunidades. Una Iglesia sinodal necesita este tipo de ministros.
Lo he encontrado, con una objeción, por Mariachiara Piccini
Los sacerdotes que me gustarían para la Iglesia son los que he conocido. Hombres que contemplan el Misterio como realidad. Hombres apasionados por la vida humana y espiritual, dispuestos a profundizar en el alma propia y ajena. Hombres deseosos de conocer a otros y capaces de tender vínculos afectivos. Hombres educados para tener empatía en las alegrías y tristezas de las personas que encuentran y que asumen los problemas de la historia que viven. ¡Porque uno se hace sacerdote caminando junto a los demás!
Personas que supieron mirarme a los ojos, escucharme y que compartieron el pan de la Palabra y el pan de cada día, el deseo de Dios y el cuidado de los demás. Buscadores del silencio, personas para quienes la oración es el alma del día y la escucha orante de la Escritura es el alma de la vida… He conocido obispos capaces de entablar una verdadera amistad que sostiene en la Fe e impulsa en la Esperanza. He evitado a los burócratas, aquellos que se cierran en sus roles, críticos y violentos. En todos hay algo que genera escándalo e incomprensión: la pertenencia a la institución que siempre es excluyente para las mujeres.
Un pastor que no imponga su criterio, por Lourdes García Ureña
Cuando empecé a trabajar en este artículo, me vinieron a la mente unas palabras del libro de Jeremías en las que Dios adquiere un compromiso con su pueblo: “Os daré pastores según mi corazón, que os apacienten con saber e inteligencia” (3,15). Pienso que Jer 3,15 sintetiza lo que espero de mis hermanos sacerdotes:
- a) que sean pastores;
- b) que posean un corazón semejante al Señor;
- c) que lleven a cabo su tarea con sabiduría e inteligencia.
Que sean pastores. Este es su papel dentro de la Iglesia. No necesito que el sacerdote sea un buen amigo, ni tampoco un psicólogo, simplemente que sea sacerdote, Busco que sea siempre un buen pastor, es decir, un hombre de Dios que, sin dejar de sentirse instrumento, es más, sintiéndose siempre instrumento, sea capaz de llevar a cabo su misión: cuidar del rebaño, un rebaño que no es suyo, sino de Dios. Un rebaño constituido únicamente por ovejas, sin distinciones, como en la Escritura. En el texto sagrado los rebaños a lo que Dios se refiere son siempre de ovejas, ovejas de distintos colores, tamaños, o edades como en el episodio de Jacob, pero siempre ovejas.
Ante Dios no hay distinción, y tampoco tiene que haberla en el sacerdote: las ovejas pueden ser pequeñas, jóvenes, entradas en la madurez o en la ancianidad, hombres o mujeres, sanas, enfermas o demenciadas. Pero ‘todas’ necesitadas de cuidados, de esa ayuda para mostrar el camino que haga posible ese encuentro personal del alma con Dios. Por eso, es preciso que dedique tiempo a escuchar las confesiones, celebrar con piedad la Misa y administrar con reverencia los sacramentos.
Espero que el sacerdote en su tarea de dirigir almas sepa escuchar hasta el final, sin juzgar de antemano, sin prejuicios; sepa comprender, valorar y potenciar lo bueno que cada alma tiene; sepa elevar la mirada, abrir horizontes, transmitir esperanza; unas veces, tendrá que sanar heridas; otras, acompañar el paso en la sequedad del desierto o dar luz cuando las tinieblas oculten el camino.
Espero también que sepa dar un buen consejo en cuestiones de ética profesional o moral familiar, tomándose el tiempo que necesite para responder con sabiduría e inteligencia como dice la Escritura (tendrá que formarse, actualizarse constantemente y nuestra Madre, la Iglesia, proporcionarle los medios) y luego, espero que no imponga el consejo, que deje espacio al alma para que decida con Dios. El sacerdote debe hablar de tal manera que, en sus consejos, lo que es ‘suyo’ desparezca y se convierta en el canal a través del cual el alma escuche a Dios.
Por eso, el sacerdote, hoy más que nunca, necesita tener un corazón a la medida del corazón de Dios. Eso solo es posible si a diario se funde cada día con su Dios por medio de su oración, de su Eucaristía, de su confesión personal frecuente y de buscar estar con Cristo en todas sus tareas. Solo así será el pastor a la medida del corazón de Dios.
No vivir separado y extraño a las personas que se sirve, por Tracy McEwan
La XVI Asamblea del Sínodo de Obispos ha generado un sentimiento de esperanza respecto a la posibilidad de una Iglesia más inclusiva y a un mayor papel de las mujeres en el ministerio y en el liderazgo. Las mujeres están aprendiendo que la esperanza puede convertirse en una herramienta de opresión. Se les proporcionan suficientes migajas o pequeños cambios para dar la ilusión de progreso, pero se ignoran las quejas de las mujeres católicas. La inacción y el simbolismo preservan el ‘status quo’.
En 2021, la red global Catholic Women Speak encargó la Encuesta Internacional de Mujeres Católicas para comprender las opiniones y experiencias de las mujeres católicas y presentarlas al Sínodo. La encuesta ha recogido la compleja diversidad, las ideas y las preocupaciones de más de 17.000 mujeres en 104 países. La mayoría de las entrevistadas ven la necesidad de una reforma en la Iglesia y dos tercios de ellas están a favor de una reforma radical. Muchas han expresado la esperanza de que el Sínodo produzca cambios concretos.
Casi 8 de cada 10 entrevistadas se mostraron de acuerdo con que “las mujeres deberían ser incluidas plenamente en todos los niveles de liderazgo en la Iglesia”; dos tercios están de acuerdo en que “las mujeres deberían ser elegibles para la ordenación sacerdotal”. Sin embargo, en la segunda sesión del Sínodo no se discute el acceso de las mujeres al ministerio diaconal ni se menciona la ordenación al sacerdocio. El cambio potencial depende ahora de un próximo documento sobre el papel de la mujer en la Iglesia.
Las expectativas son bajas. Las mujeres aseguraron que, a pesar de ser responsables de gran parte del funcionamiento diario de la Iglesia, se las alienta a acercarse a los sacerdotes con temor reverencial pese a ser muchas veces rechazadas o tratadas con indiferencia. El sacerdocio ministerial no debe estar separado ni distinto del pueblo al que sirve, sino ser una representación distinta y extraña de la vida espiritual y comunitaria de la Iglesia.
Tendría que ser un párroco, siempre y bajo cualquier circunstancia, por Rosy Bindi
Ante todo, pediría al sacerdote que fuera un enamorado de Jesús y que lo buscara incansablemente con la Iglesia en la Palabra, en la Eucaristía y en el encuentro con los pobres. Me gustaría un sacerdote que con su comunidad parta y reparta el Pan y la Palabra y busque la corresponsabilidad de todos, valore cada carisma y acompañe a los laicos en todos los ámbitos de su vida eclesial, familiar, social y política.
Pienso que cualquier sacerdote debe ser siempre y, en todo caso, también párroco, aunque estudie, enseñe, dirija un seminario, asista en una asociación o tenga una responsabilidad en la curia. Sería bueno si siempre pudiera estar comprometido en una comunidad donde pueda compartir su vida con los demás. Me gustaría que fuera visto como un director de orquesta que interpreta la partitura de la comunión eclesial, valorizando cada instrumento para crear armonía. En definitiva, quisiera un sacerdote libre de cualquier tentación de clericalismo.
¿He encontrado sacerdotes así en mi vida?
Sí, en mi juventud, cuando el Concilio nos pedía a todos un cambio profundo. Mi párroco y asistente de Acción Católica se parecía mucho al sacerdote que me gustaría tener cerca. A lo largo de los años he conocido a otros que han sido muy importantes en mi vida. Sin embargo, en los últimos años, salvo excepciones significativas, me he encontrado con sacerdotes jóvenes, a menudo cerrados en sí mismos, muy celosos de sus prerrogativas presbiterales, en otras palabras, un poco clericales y propensos a hacer coincidir la comunidad con su función.
En algunos de ellos me parece detectar un poco de fragilidad humana, poco conocimiento del Concilio y miedo a construir una Iglesia abierta al mundo, extendiéndose hacia las periferias de la humanidad. Hoy es más difícil ser Iglesia, pero este es el tiempo de la historia que se nos ha dado para vivir y practicar la fe, la esperanza, la caridad.
*Artículo original publicado en el número de octubre de 2024 de Donne Chiesa Mondo. Traducción de Vida Nueva









