Tribuna

El rol de la mujer para reparar la Iglesia

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Con el Papa Francisco, forjado por la experiencia sudamericana arraigada en una teología del Pueblo de Dios y elegido para avanzar en la Reforma de la Iglesia, la Iglesia ha entrado en una nueva fase de la recepción del Concilio Vaticano II, que pone el acento en la sinodalidad.

En uno de los textos clave de su pontificado (Discurso para la conmemoración del 50 aniversario de la institución del Sínodo de los Obispos, 17 de octubre de 2015), el Papa Francisco, a partir de una lectura de los “signos de los tiempos”, indica claramente el horizonte: “El mundo en el que vivimos, y que estamos llamados a amar y servir también en sus contradicciones, exige de la Iglesia el fortalecimiento de las sinergias en todos los ámbitos de su misión. Precisamente el camino de la sinodalidad es el camino que Dios espera de la Iglesia del tercer milenio”.

La crisis actual, con la toma de conciencia de la gravedad del problema de los abusos sexuales y la urgente necesidad de luchar contra todas las formas de abuso, también es un kairós, un momento particularmente favorable para enfrentar el desafío de superar el clericalismo. Porque muchos fieles, especialmente los jóvenes y las mujeres, son muy conscientes de que la Iglesia no puede continuar como antes y que debe ser más sinodal, confiando a los fieles roles y responsabilidades mayores.

La caída de las viejas estructuras

El impacto mundial del incendio de la catedral de Notre-Dame en París ha simbolizado para muchos lo que la Iglesia está experimentando: una especie de colapso de las viejas estructuras. Hoy, a través de la escucha indispensable y prioritaria de las víctimas, se abre un camino de verdad en el dolor, para reconocer que la Iglesia está ardiendo desde dentro debido a lo que pudo haber permitido esas prácticas perversas, esos devastadores silencios, esas ocultaciones mortales, esos abusos del poder destructivos. Así se agudiza la idea de que es necesario “reparar la Iglesia”. Esto requiere prácticas eclesiales más colegiales, más dialógicas, más participativas y más inclusivas que permitan a todos – hombres y mujeres, jóvenes y ancianos –  ser actores y a los laicos que participen en los procesos de toma de decisiones.

Regenerar a la Iglesia para que sea más evangélica, más misionera, más sinodal, también requiere la participación en este camino de los más pequeños, los más débiles, los más pobres, los más heridos. Para “reparar” la Iglesia, pero aún más para testimoniar a Cristo en las culturas y lenguas del siglo XXI, todos los bautizados – cualquiera que sea su vocación – están llamados a discernir y trazar juntos los caminos de la misión. Por lo tanto, se trata de encontrar formas de actuar que traduzcan concretamente en cada contexto esta identidad profunda de la Iglesia que es “una comunión misionera”, enraizada en el misterio trinitario.

Las mujeres – que introducen la alteridad en el sistema clerical y llevan un deseo de colaboración en reciprocidad con los hombres para una mayor fecundidad pastoral – pero también las religiosas, por su experiencia de vida comunitaria fraterna, de discernimiento comunitario, de una obediencia vivida como “escucha común del Espíritu” – tienen un papel fundamental que desempeñar para promover, junto con muchos laicos que desean formar parte de esta Iglesia sinodal, nuevas prácticas eclesiales cuyas palabras clave sean la escucha, el servicio de todos, la humildad y la conversión, la participación y la corresponsabilidad.

La sinodalidad que asume la forma de un “caminar juntos” en la escucha al Espíritu, es clave para el anuncio y transmisión de la fe actual. En el impulso del Sínodo de octubre de 2018 sobre la juventud, la fe y el discernimiento vocacional, en el espíritu de la cumbre de febrero de 2019 sobre los abusos sexuales, y en la perspectiva del Sínodo sobre la Amazonía, todos estamos llamados a vivir y desarrollar la sinodalidad como “el estilo misionero” de la Iglesia para enfrentar los retos actuales.

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