Tribuna

El presidente Maduro y la ONU, una relación como el aceite y el vinagre

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Cuando miramos cómo las instituciones en general viven una crisis de credibilidad inusitada y somos testigos de los innumerables casos de corrupción y abusos, no extraña que un organismo internacional como la ONU incurra en los mismos pecados. En ese sentido, Kofi Annan, exsecretario general de la ONU (1997-2006), había visto los problemas que existían en el Comité de Derechos Humanos, donde normalmente los países que los violaban eran los que se sumaban para protegerse, como los casos de Libia, Irak, Siria, y Cuba en su momento. Es decir, estos utilizaban ese espacio para resguardarse de las acusaciones a los derechos humanos que ni ellos mismos no estaban dispuestos a respetar.

Hace bastante tiempo que la ONU ha dejado de ser un organismo internacional para lo que fue creado. Si bien, desde su fundación, octubre de 1945, puso como premisa fundamental: “mantener la paz y seguridad internacionales, fomentar relaciones de amistad entre las naciones, lograr la cooperación internacional para solucionar problemas globales y servir de centro que armonice las acciones de las naciones”. A decir verdad, la cuestión de velar por los derechos humanos para una justa libertad y convivencia social de los pueblos está al debe.

Este 17 de octubre, la Organización de Naciones Unidas (ONU) quedó nuevamente en el centro de la polémica al elegir a Venezuela como integrante del Consejo de los Derechos Humanos. Sin duda, que fue una decisión más que contradictoria, después del informe realizado por la Alta comisionada de los derechos humanos, Michelle Bachelet. Luego de su visita al país del dictador Maduro, denunció -entre otras cuestiones- que, en el último año y medio, el régimen chavista llevó a cabo cerca de 7.000 ejecuciones extrajudiciales. Dijo: “durante más de un decenio en el país caribeño se han implementado una serie de leyes y políticas que han restringido el espacio democrático, debilitado las instituciones públicas y menoscabado la independencia del poder judicial”. En el mismo informe, hizo hincapié a la crisis sanitaria y migratoria y advirtió que, de continuar la situación, aumentará el éxodo de migrantes y refugiados, que en la actualidad supera los cuatro millones de personas.

Tomando en consideración estos alcances de la Alta comisionada, cuesta comprender la aceptación de parte de la ONU para que Venezuela sea miembro del Comité de los Derechos Humanos. Sobre todo, cuando se sabe que en ese país sigue operando las FAES, el grupo de exterminio que persigue, tortura y asesina a opositores, con el fin de establecer un mecanismo nacional imparcial e independiente para investigar las ejecuciones extrajudiciales, llevadas a cabo en el curso de operaciones de seguridad. Quizás, si la propuesta de Kofi Annan en su momento hubiera prosperado, Maduro no estaría jactándose del logro obtenido en la ONU, ya que Annan planteaba que los miembros del Consejo fueran aprobados por las dos terceras partes. Lamentablemente, su propuesta no prosperó y se mantuvo la vieja, la de un país un voto.

¿Derechos Humanos?

De verdad, cuesta creer a lo que estamos asistiendo, pero en la ONU prevalecen otros intereses que no tienen nada que ver con hacer honor a la “violación de los derechos humanos”. Seguimos en el mundo de los ciegos, de aquellos que pudiendo ver no ven y teniendo oídos no quieren oír. La ONU se parece a aquellos políticos que pretenden responder a las necesidades del pueblo desde un escritorio y a base de reuniones inútiles que no solucionan nada. Al igual que al mundo de la política, a la ONU le falta “calle”, es más, “tiene menos calle que Venecia”.

Me pregunto cuánto tiempo más debe pasar para que las cosas se digan por su nombre y los que esperan por “justicia” la obtengan en vida. Pero para el dictador Maduro cuatro millones de venezolanos no es una cifra suficiente como para cuestionarse de por qué dejan su país. ¿Quién pagará el costo de estos venezolanos que salen de su país por fuerza mayor?, ¿quién pagará los costos del sufrimiento por vivir distante de sus seres queridos?, ¿quién pagará los costos de lo que implica vivir en un país que no es el suyo?

Jesús padeció los embates de ser un forastero y un profeta de bajo perfil en su propia Jerusalén. No lo reconocieron como uno de sus paisanos, y, de hecho, donde más realizó milagros fue en localidades paganas como Tiro, Sidón. Pero su condición de ser un “profeta no reconocido en su propia tierra” no lo amilanó para enfrentarse con las autoridades religiosas y corruptas de su época. Les atacó donde más les dolía: la Ley y el Templo. Ambas instituciones se habían convertido no en un ámbito para encontrarse con las enseñanzas de Dios (la Ley) y celebrar el culto (el Templo), sino en una instancia sin trascendencia, pues estas se habían constituido en algo que no liberaba ni favorecía la relación del hombre con Dios y con el prójimo. La Ley que suponía estar a favor de la armonía entre el hombre y Dios, ahora esclavizaba al hombre sometiéndolo a ella. Y aún más los que la promulgaban y difundían no estaban dispuestos a mover ni un ápice de sí por esa Ley.

En ese sentido, Maduro actúa como los escribas y fariseos, desde ahora se jactará de los “derechos humanos” por los cuales él no está dispuesto a reconocer que viola y transgrede. Seguimos en un mundo al revés, hecho para la comodidad, a medida y conveniencia de los más poderosos, de los que burlan la justicia, se mofan de las leyes y se ríen a carcajadas porque sus maldades pasan impunes ante la justicia de este mundo. Ojalá que Maduro y todos los que piensan como él entendieran aquella consigna que invita a reflexionar acerca del mal que hacemos a los otros, y que en boca de Facundo Cabral se puede entender como un buen negocio: “Si los malos supieran que buen negocio es ser bueno, serían buenos, aunque sea por negocio”.

Para los que aún creen que es posible vivir las enseñanzas de Jesús, no pierdan las esperanza; los hombres como Maduro y las consecuencias de sus decisiones pasarán. Ante la justicia de Dios nada se pierde ni se obvia, porque él permite que salga el sol y llueva sobre justos e injustos. Él sabrá distinguir entre aquellos que lo honraron con sus labios, pero su corazón estaba lejos de él. En cambio, abrirá las puertas del cielo a los “benditos de su padre” que tal vez, no lo honraron con sus labios, pero su corazón sí estaba cerca de su Señor.