En las postrimerías de la exposición “Darse la mano. Escultura y color en el Siglo de Oro”, que ha acogido el Museo del Prado hasta el 2 de marzo, un óleo sobre lienzo de más de dos metros de Jerónimo Jacinto Espinosa me ha llamado la atención sobremanera. El milagro del Cristo del Rescate invita a detenerte más que en otras obras y no solo por su composición equilibrada y teatralidad contenida. La escena es serena, pero con una fuerte carga narrativa y simbólica. Desde luego, espiritual. La luz juega un papel esencial, un contraste lumínico entre claroscuro y tenebrismo moderado. Es ahí, ante el imponente óleo, donde te detienes.
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Esa historia que relata es un eco de lo divino que insiste en manifestarse en lo humano: no solo muestra un suceso extraordinario, sino que lo convierte en una alegoría de cuestiones que siguen vigentes siglos después. ¿Pero qué detalla la escena? En el siglo XVII muchos cristianos fueron capturados por musulmanes y eran utilizados como moneda de cambio. La familia Medina, unos mercaderes valencianos, vieron como otros parientes eran prisioneros en manos de piratas argelinos. En este contexto, la obra narra el momento en el que los mercaderes valencianos intentan rescatar la escultura de un Crucificado en manos argelinas, colocando en una balanza tantas monedas como pesara. Los musulmanes pidieron por el rescate su peso en oro.
La historia nos ha enseñado que pocas cosas pesan tanto como el símbolo de Cristo. No hay medida exacta para lo divino y, sin embargo, en 1623, una balanza pareció fijar su valor en treinta monedas de plata. Resulta llamativa la imagen de uno de los mercaderes valencianos, con las manos llenas de monedas, dispuesto a depositarlas en la balanza para que ésta se equilibrase y recuperar la talla. No hicieron falta más. Jacinto de Espinosa inmortalizó el momento en que el Cristo del Rescate, en una Argel pirata y despiadada, se equilibró en la balanza con esas mismas treinta monedas que, siglos antes, habían sellado la traición de Judas. Un episodio milagroso que, más allá de su anécdota, encierra una carga simbólica de extraordinaria profundidad.
El cuadro -la historia- deja una pregunta abierta a la posteridad. ¿Cuánto vale Cristo? ¿Cuánto pesa la fe? ¿Y qué sucede cuando la moneda de cambio deja de ser de plata para convertirse en intereses políticos, discursos oportunistas o silencios cómplices? Estas preguntas no solo interpelan al pasado; su eco sigue resonando en nuestro tiempo.
En muchos momentos de la historia, la figura de Cristo ha sido utilizada como argumento, escudo y coartada. Se han bendecido ejércitos, se han ungido reyes y se han dictado leyes invocando su nombre. No deja de ser paradójico que el mismo Cristo que dijo “mi reino no es de este mundo” haya sido tantas veces reclutado para construir los reinos de la tierra.
Si el siglo de Espinosa estuvo marcado por la Contrarreforma y la reafirmación de la ortodoxia católica, la modernidad nos ha traído un uso más difuso, pero no menos interesado, del cristianismo. Hemos visto cómo se blande la fe para reclamar raíces, identidad y hasta una cierta idea de orden. Pero también cómo se la vacía de su radicalidad, convirtiéndola en una suerte de humanismo tibio, amable y aséptico. La pregunta que late en el cuadro de Espinosa sigue vigente: ¿se usa a Cristo para redimir o para justificar?
Moneda de cambio
La historia del Cristo del Rescate no trata solo de una imagen devuelta a los cristianos. En el siglo XVII, los cautivos en Argel eran moneda de cambio habitual. Españoles, italianos, franceses… capturados por piratas y sometidos a la voluntad de un mercado donde la libertad tenía precio. La Iglesia, a través de órdenes como los mercedarios o los trinitarios, organizaba rescates periódicos, fijando en oro o en plata el valor de una vida.
Hoy, la esclavitud persiste bajo otros ropajes. Los mercados han cambiado, pero los hombres siguen siendo objeto de transacción. Existen otras Argelias, más sutiles, donde los cautivos no llevan grilletes visibles. A diferencia del Cristo de Espinosa, su rescate no siempre encuentra benefactores dispuestos a pagar el precio.
Seguí merodeando por las otras obras que había en la exposición del Prado, pero no podía retirar de mi mente ese cuadro. Quizá Espinosa nos quiso dejar algunas claves que hoy están en entredicho:
- La coherencia tiene un precio. La traición de Judas no fue un hecho puntual, sino un reflejo de la eterna tentación de cambiar principios por beneficios. Hoy, más que nunca, se necesita autenticidad y fidelidad a los valores esenciales.
- El valor de la fe no es negociable. No se puede usar a Cristo como argumento cuando conviene y olvidarlo cuando incomoda. La fe no es un adorno, sino un compromiso que exige responsabilidad en lo personal y en lo público.
- No podemos ser espectadores del sufrimiento ajeno. Los cautivos del siglo XXI no esperan milagros, sino decisiones. Migrantes, explotados, perseguidos… El rescate no es un acto de piedad ocasional, sino una exigencia moral.
- Las balanzas del mundo no siempre son justas. La historia del Cristo del Rescate nos recuerda que la justicia de Dios no sigue la lógica de la sociedad. Las reglas del mercado no pueden determinar la dignidad de una persona.
- El precio de la verdad es alto, pero merece la pena. Vivimos en tiempos de medias verdades, de relatos fabricados, de discursos calculados. Pero la verdad, como Cristo en la balanza, tiene su propio peso, y al final, siempre se impone.
La historia del Cristo del Rescate nos sitúa ante la paradoja de lo invaluable: un objeto de devoción, tangible y canjeable, cuya medida final es la misma que la de la traición de Judas. El peso de la divinidad, reducido a la lógica de una balanza. Y, sin embargo, es en ese equilibrio donde se revela el milagro: no importa cuántas monedas se añadan, la justicia de Dios sigue teniendo su propia aritmética.
La gran pregunta es si hemos aprendido algo en estos siglos. Si seguimos dejando que Cristo sea una moneda en el mercado de las ideologías. Si estamos dispuestos a pagar el rescate de los nuevos cautivos. O si, como aquel pirata argelino que aparece en el cuadro de Espinosa, seguimos intentando inclinar la balanza a nuestro favor.
Porque, al final, toda época tiene su precio. Y toda conciencia, su peso.