Tribuna

El milagro de Rutilio Grande se llama Óscar Romero

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El sábado 22 de febrero se anunció en Roma que el Santo Padre, en audiencia privada concedida al cardenal Angelo Becciu, prefecto de la Congregación para las Causas de los Santos, había autorizado la publicación de varios decretos. Uno de ellos se refería “al martirio del Siervo de Dios Rutilio Grande García, sacerdote profeso de la Compañía de Jesús, y de dos compañeros laicos, asesinados en El Salvador, en odio a la fe, el 12 de marzo de 1977”.



Como sabemos, para ser beatificado se necesita comprobar que el candidato ha realizado un milagro, pero esto no se aplica a los mártires. Por tanto, la beatificación del jesuita salvadoreño y de sus compañeros podría ocurrir muy pronto.

Pero no se puede hablar del padre Rutilio sin mencionar a monseñor Óscar Romero. Cuenta monseñor Vincenzo Paglia, presidente del Pontificio Consejo para la Familia y postulador de la causa de monseñor Romero, que hablando de este tema con el Santo Padre, este le dijo: “El milagro de Rutilio se llama Óscar Romero”.

No cabe duda de que el Santo Padre tiene un cariño especial por este amigo y colaborador del primer santo de El Salvador y que ha oído hablar muchas veces de que Rutilio influyó mucho en lo que suele llamarse “la conversión de monseñor Romero”.

Mural de Romero y Rutilio

A esta opinión, ampliamente defendida sobre todo por los jesuitas y su entorno, se contraponía la de monseñor Arturo Rivera Damas, inmediato sucesor de Romero en la sede metropolitana de San Salvador: el arzobispo Rivera sostenía –y lo mismo piensan otros respetables prelados– que Romero vivió cada día en permanente estado de conversión.

Yo le pregunté en una entrevista radiofónica: “Monseñor, dicen que usted se ha convertido”. Él, sonriendo, me respondió: “Yo no diría que es una conversión, sino una evolución”. Esta idea la amplió al escuchar la misma pregunta de labios de un periodista de la televisión suiza: le dijo que, al llegar al arzobispado, estaban expulsando a sacerdotes y, a los pocos días, mataron al padre Grande; ante estas circunstancias, sintió que debía hacer una denuncia más valiente para defender a la Iglesia perseguida; y que el testimonio de Rutilio le dio más fuerza en su ministerio cuando fue martirizado.

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