Tribuna

El “dolor pascual” de María: de madre a discípula, de discípula a madre

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Este texto tiene una clara intención teológica: penetrar en el “misterio” de María y su papel en la historia de la salvación a partir de su propia experiencia espiritual, que, aun siendo singular, no deja de ser paradigmática. Con frecuencia se presenta una visión simplista de ese itinerario. Más que una “peregrinación en la fe”, de la que habla repetidamente san Juan Pablo II en la encíclica Redemptoris Mater siguiendo al Concilio Vaticano II (cf. Lumen Gentium 58), pareciera que María ha recorrido un camino de rosas.

Hago esta reflexión a partir de la perspectiva que ofrecen algunos textos del Nuevo Testamento, cuyo conjunto sitúa el itinerario espiritual de María en el camino específico del Evangelio de Jesús, a saber: la pasión por el Reino, la paternidad de Dios, la entrada en una nueva familia, la radicalidad en el seguimiento… Se trata de textos que pueden resultar incluso “antipáticos” en lo que se refiere a la relación de Jesús con su madre. En realidad, son escenas en las que el “misterio” de María queda bien centrado en el misterio de Cristo el Señor.

Ese misterio tiene que ver, en primer lugar, con su dolor, que tiene una página explícita cuando el anciano Simeón dice a la madre de Jesús: “Y a ti una espada te traspasará el alma” (Lucas 2,35). A veces se ha reducido ese sufrimiento al momento de la pasión y muerte de Jesús en la cruz cuando, en verdad, el dolor de María se extiende a lo largo de toda su vida y es un “misterio” que se resuelve precisamente en la cruz. Más aún, no se trata tanto de los dolores de la madre por los sufrimientos del hijo, cuanto del sufrimiento que a la madre inflige precisamente el hijo.

Virgen María

Son fundamentalmente cuatro los momentos en los que Jesús marca una gran distancia con relación a su madre. El primero (Lucas 2, 40-52) es cuando, después de la pérdida del niño Jesús en Jerusalén, y en respuesta a las palabras de María, que le dice: “Tu padre y yo te buscábamos angustiados”, el niño contesta: “¿Por qué me buscabais? ¿No sabíais que yo debía estar en las cosas de mi Padre?”. María hablaba de su padre y de su madre, Jesús habla de su Padre.

Las palabras de Jesús sitúan la paternidad y la maternidad en una perspectiva nueva. El texto no tiene reparo en reconocer que “ellos no entendieron lo que les decía”, si bien, como contrapunto, anota, con evidente intencionalidad mariológica que “su madre conservaba todo esto en su corazón”. R. Guardini mantiene bien el equilibrio cuando anota que María “no comprendió pero creyó”.

El segundo momento es el que queda recogido en el texto de Marcos 3,31-35 y los paralelos de Mateo 12,46-50 y Lucas 8,19-21. Le dicen a Jesús: “Están fuera tu madre y tus hermanos y hermanas”, pero él responde: “Mi madre y mis hermanos son los que cumplen la voluntad de Dios… ese es mi hermano y mi hermana y mi madre”. [En esa enumeración de parientes falta explícitamente el padre, pues está implícito en la referencia a Dios, su Padre, su palabra y su voluntad…].

Marcos y el desconcierto

El texto de Marcos resulta especialmente desconcertante, sobre todo si se pone en relación con 3,21, donde hay una clara referencia negativa a la familia de Jesús. Mateo y Lucas han aliviado, cada uno a su manera, este desconcierto. Sin embargo, los tres sinópticos coinciden en situar la escena en el marco de las exigencias del discipulado, que son las que explican la actitud de Jesús hacia su madre.

De forma parecida hay que interpretar un tercer texto, que se encuentra en la escena recogida en Lucas 11,27-28.
A la mujer que grita entusiasmada: “Bienaventurado el vientre que te llevó y los pechos que te criaron”, Jesús responde: “Bienaventurados, más bien, los que escuchan la palabra de Dios y la cumplen”. Dicho de forma sencilla: a Jesús le hablan de su madre y él, por su parte, remite a Dios, su Padre, a su palabra y al cumplimiento de su voluntad.

Queda aún un cuarto texto en el que se puede advertir la distancia del Señor con María (Juan 2,1-11). Cuando en las bodas de Caná ella le dice: “No tienen vino”, Jesús contesta: “Mujer, ¿qué tengo yo que ver contigo?” (Juan 2,4). Llama la atención, en primer lugar, que el evangelista hable, sí, de la “madre de Jesús”, pero que él no la llame madre sino “mujer”. En segundo lugar, es innegable que las palabras del Señor, por más que el contexto quiera aliviarlas, acentúan esa distancia a la que me vengo refiriendo.

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