Tribuna

El compañero Juan Antonio Guerrero

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Juan Antonio Guerrero tiene la “culpa” de que yo esté hoy día trabajando en la Conferencia Episcopal Española como director de la Comisión de Migraciones. Venía de La Rioja cuando Juan José Omella, entonces obispo en la “Iglesia que peregrina en La Rioja” (como le gustaba decir), me había encargado trabajar en el mismo ámbito, cuando el entonces provincial de Castilla –Juan Antonio– me pidió ese servicio.

Como es normal en estos casos, la petición que me hizo supuso un tiempo (en este caso relativamente breve) para meditarlo y discernirlo ante el Señor, compartiendo las razones para fijarse en mí. Lo hizo desde un gran respeto y desde un gran compañerismo, características claras de su perfil.

Al ejercer el gobierno, tenía el reflejo de las palabras del papa Francisco a los jesuitas en 2013. Y con parecidas palabras me lo fundamentó: “No estamos en el centro; estamos, por así decirlo, ‘desplazados’, estamos al servicio de Cristo y de la Iglesia, la Esposa de Cristo nuestro Señor, que es nuestra Santa Madre Iglesia Jerárquica” (cf. EE, 353). Ser hombres enraizados y fundados en la Iglesia: así nos quiere Jesús. No puede haber caminos paralelos o aislados.

Sí, caminos de investigación, caminos creativos, sí; esto es importante: ir hacia las periferias, las muchas periferias. Para esto se requiere creatividad, pero siempre en comunidad, en la Iglesia, con esta pertenencia que nos da el valor para ir adelante. Servir a Cristo es amar a esta Iglesia concreta, y servirla con generosidad y espíritu de obediencia.

Después de destinarme, se marchó a Mozambique. De la curia a las periferias. Y de estas, a Roma. Como quiere el Papa. Ahora le sigue tocando llevar las periferias a Roma. Lo hará bien.

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