Cada 8 de marzo, alzamos la voz por la igualdad de género, pero hay realidades que siguen en la sombra. La economía sumergida es una de ellas, donde el trabajo sin contrato, sin derechos y sin seguridad social es una realidad en la que, como en tantos ámbitos, las mujeres son las principales afectadas.
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Según datos de la OIT, las mujeres representan la mayor parte del empleo informal a nivel mundial, y en España la situación no es muy distinta. Sectores como el trabajo doméstico, los cuidados, la limpieza, la hostelería o la agricultura dependen en gran parte de manos de mujeres, casi siempre invisibilizadas.
La economía sumergida es una realidad cotidiana. Mujeres que limpian casas por horas; que cuidan, sin derechos laborales, a mayores, o que trabajan en comercios sin regularización. No tener un contrato significa no poder acceder a una baja laboral o no cotizar para una jubilación digna. Además, la dependencia económica de estos empleos hace que denunciar las malas condiciones sea un lujo que pocas mujeres pueden permitirse.
Ciclo de vulnerabilidad
Es importante destacar que la desigualdad se perpetúa cuando los sectores feminizados quedan relegados a la precariedad y a la falta de derechos. Mientras tanto, el empleo formal y con mejores condiciones sigue estando más accesible para los hombres, dejando a muchas mujeres en un ciclo de vulnerabilidad del que es difícil salir.
El 8M es una fecha de lucha y la economía sumergida debe estar en la agenda feminista. No se puede hablar de igualdad sin hablar de derechos laborales, el trabajo decente tiene que ser un derecho, no un privilegio. Exigir inspecciones reales, reclamar derechos por quienes trabajan sin reconocimiento legal en la administración pública, y dignificar los sectores feminizados es una cuestión de justicia social. No podemos seguir permitiendo que la precariedad tenga rostro de mujer.
