Tribuna

Discernir una vocación

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La Vida Consagrada es una vocación difícil, que requiere un atento camino de discernimiento y formación para que pueda desplegarse en una vida significativa para el sujeto mismo y para el pueblo de Dios. Y en ese recorrido no es suficiente la buena voluntad de la generosidad primera, ni un sano ambiente comunitario de acogida inicial.



Los numerosos abandonos vocacionales en los primeros años, y en personas con mucho tiempo de vida vocacional, nos invitan a repensar nuestros métodos de discernimiento y acompañamiento formativo.

Discernir una vocación implica discernir la llamada de una persona a esa vocación y discernir su respuesta a esa llamada de Dios.

La llamada vocacional se percibe en señales que nos comunica el candidato, generalmente después de alguna experiencia personal más intensa. Esta llamada se suele manifestar como sentimientos intensos de amor de Dios, como mociones a entregarse a Él, como deseos de una entrega en totalidad.

Y esto con cierta fuerza y seguridad, aunque compatible con dudas, resistencias y miedos. La llamada puede también ir acompañada de reflexiones, de identificación con personas que encarnan una determinada vocación, de atracciones hacia el modo de vivir su entrega o de admiración por su alegría, su cercanía o su mansedumbre.

Estas mociones, pensamientos y proyectos no se dan todos de una vez, sino que ordinariamente se repiten en distintos momentos, grados y formas, y se pueden acoger o ignorar; por eso necesitan crecer en tiempos destinados a la escucha interior y al encuentro con Dios.

La respuesta a una llamada de Dios implica abrir nuevos espacios de silencio y oración para proseguir ese diálogo con el Dios que tomó la iniciativa, y acudir a los sacramentos de la Iglesia con mayor frecuencia y conciencia. La respuesta se muestra también en una vida recta y coherente con esa vocación sentida; una vida que poco a poco se adecúa a un estilo orientado por los votos, tratando de entender y vivir la pobreza que vivió Jesús, la castidad que mostró en su vida y la obediencia al Padre que siempre le orientó.

Un combate espiritual

Esta respuesta a la vocación también supone que la persona se compromete en un cierto combate espiritual, en una tensión de crecimiento propia de la vocación, que puede incluir debilidades y caídas de las que uno se recupera con humildad ante Dios. Él llama a frágiles pecadores para reconciliarnos y encomendarnos la misión de reconciliar a otros.

El cambio personal que produce una respuesta adecuada es algo que suele suceder poco a poco, y que debe empezar antes del ingreso en el instituto para continuar durante la formación inicial, aunque se debería prolongar toda la vida. Para ayudar a este cambio la Iglesia establece etapas formativas.

Establecer este proceso objetivo de formación es muy necesario, pero sabemos que no siempre puede acompasarse bien con el proceso subjetivo del cambio interno en las personas. Por eso en la formación se aplica una horquilla de indicadores (entre mínimos y máximos) que trata de sortear las dificultades de este discernimiento, y que acaba estableciendo signos más o menos objetivos y externos que tratan de reflejar el progreso vocacional.

Pero no basta un cambio de comportamiento, ni siquiera una formulación consciente de las motivaciones adecuadas, para garantizar que una vocación esté verdaderamente internalizada. Esto es necesario, pero la existencia de dinamismos no conscientes en la motivación humana normal nos obliga a explorar, también en el ámbito vocacional, la posible presencia de estas fuerzas latentes, que a largo plazo son muy influyentes, o quizá determinantes, para decisiones como el abandono vocacional o como el “anidamiento” no significativo en la vocación.

De hecho, al comienzo de su vocación los candidatos idealizan a las personas con vocación, a las comunidades y a las instituciones. Esto sucede así por la dinámica propia de toda vocación, y a pesar de que generalmente se les ofrecen experiencias y contactos realistas con distintas obras y comunidades. Pero es que, además, los candidatos se idealizan a sí mismos, sin mala voluntad alguna de engañar; simplemente porque así es la naturaleza humana al comenzar un nuevo proyecto vital.

Dicho lo anterior, el papel del discernimiento inicial no es descartar la vocación que tenga alguna ambivalencia motivacional, pues toda vocación suele ser ambigua al comienzo, porque es solo germinal, sino que debe ir pasando de la inicial consolación ingenua a una consolación purificada a través de la desolación y de la prueba. Así crece y madura.

Por lo tanto, el papel del discernimiento inicial no es descartar, sino conocer bien, entender al candidato y lograr una especie de “radiografía” completa de la persona con vocación, para facilitar en adelante un acompañamiento formativo lúcido que ayude a la necesaria transformación de los candidatos.

El acompañamiento formativo, por su parte, debe partir del “diagnóstico” que ha hecho el discernimiento inicial para seguir con un “tratamiento” adecuado. Es claro que el discernimiento continúa siempre en la formación inicial; pero, si desde el comienzo se entienden bien las motivaciones conscientes y no conscientes del sujeto, será más fácil su acompañamiento formativo. Un acompañamiento que debe ser acogedor y estimulante, pero también lúcido para confrontar motivaciones que el joven o la joven no siempre pueden reconocer por sí mismos.

Para esta necesaria continuidad entre el discernimiento inicial y el acompañamiento formativo en todas sus fases se requiere en los formadores preparación para esta mirada en profundidad y alguna capacidad de trabajo en equipo; también les ayudará tener una visión antropológica compartida para dar continuidad a los procesos formativos.

Y creer que Dios sigue llamando a personas limitadas para que sigan e imiten a su Hijo en pobreza, castidad y obediencia, a pesar de nuestra precariedad y de nuestro pecado institucional.

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