Tribuna

Desvinculados

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“Mis disculpas, pero hoy no tenemos wifi, hablen entre ustedes”. Esta fue la respuesta que recibí, en un café de Buenos Aires y acompañado de un amigo, cuando pregunté por la clave de la wifi.

Parece increíble cómo la tecnología y el mundo de las comunicaciones, cada día, nos sorprenden con sus adelantos, y lo que hoy es “último modelo” mañana ya deja de serlo. Por ejemplo, cuando los IPhone invadieron el mercado, nadie quería estar fuera de esta innovación, y no estaba en los cálculos de ninguno que estos aparatos escalarían tanto y, por supuesto, con versiones mejoradas, ya estamos en la era del Samsung plus 10. No se puede negar lo positivo y beneficioso de la tecnología. La velocidad y la versatilidad con la que nos comunica nos permite registrar la vida sin dejar pasar los momentos más íntimos de ella, a tal punto que, haciendo un clic, los otros ya saben qué hicimos, dónde estuvimos y con quién… Sin duda que es ¡fantástico! Solemos dedicar gran parte de nuestro tiempo operando estos dispositivos, leyendo y enviando mensajes, sacando o viendo fotos, pagando cuentas de luz, agua, gas, o haciendo transferencias bancarias etcétera. Incluso al despertar, podemos conectarnos a una radio on line, escuchar buena música o ver una buena película por Netflix o Fox series. Es decir, por medio de la comunicación, vía Internet y derivados, podemos estar al día en un montón de cosas y plasmar un estilo de vida con un solo clic.

Lo curioso de esto es que el tiempo se nos escurre como el agua entre los dedos, y es tanto lo vertiginoso que, a ratos, ahoga nuestra posibilidad de interactuar en el cara a cara y en vivo. Hoy es inusual disfrutar de una conversación en alguna plaza o durante una caminata, compartiendo con otro, in situ. Deliberadamente, sin darnos cuenta, se ha perdido la sensibilidad de ir a lo profundo y al encuentro con los que decimos “nos interesan”. Pareciera ser más entretenido relacionarnos con el otro a través de una pantalla que verlo en persona para captar lo propio y lo genuino, como sus gestos, sus tics, sus muletillas, sus reacciones, etcétera. Las redes sociales nos sorprenden por la eventualidad de estar conectados y enterarnos de lo que los demás hacen. La familia que se extiende en estos medios masivos de interacción, y en este sentido, aporta en la difusión de cualquier actividad un margen de publicidad considerable.

De ahora en más

Junto con reconocer las bondades de la tecnología y el mundo de Internet, creo que es necesario hacer un paréntesis en el uso que le damos a esta forma de comunicarnos; a mi juicio, ya no nos urge estar y sentirnos vivos, y disponer de tiempo para compartir buenos momentos con quienes consideramos “amigos”. Es increíble, pero el siglo XXI nos provee de una serie de opciones para no sentirnos solos y perdidos. Lo paradójico de todo esto es que, hoy más que nunca, vivimos en una sociedad que no niega la rapidez y la fluidez de estar conectados; sin embargo, nos encaminamos hacia un modo de vida cada vez más “indiferente” ante todo. Ni siquiera los ideales de una organización son suficientes para conformar relaciones consistentes y personas con vínculos fuertes. Al final, se termina aceptando relaciones superficiales y sin compromiso alguno, convirtiéndose los vínculos en relaciones líquidas, como lo definiría Zygmunt Bauman, sociólogo, polaco-británico de origen judío.

Hoy es más fácil destinar cinco minutos al chateo que ir a la casa de un amigo o familiar para saber cómo anda; es más fácil enviar una imagen con el perro, que salir con el perro y encontrarte con los tuyos en cualquier lugar; es más fácil buscar amigos por Internet que esforzarte en tu colegio por conocer a tus compañeros; es más fácil mandar mensajes por whatsapp que reunirse a tomar un café. Es cierto que cada uno construye su mundo como quiere y le parece. Pero, en esta cultura internauta, corremos el riesgo de convertirnos en personas cada vez más “desvinculadas”. Lo concreto de todo esto es que solo reflejamos un miedo grande a comprometernos con alguien o con algo.

Cuando Jesús dice conocer a sus ovejas y se presenta como el buen pastor, nos revela algunas claves para salir al encuentro de los otros, dejando de lado el miedo que produce el comprometernos. Necesitamos una “personalización” de nuestras relaciones humanas, donde el principio básico sea “humanizar y cristianizar” la vida, para no ser parte de una sociedad que está muy bien conectada, pero cada vez, más “desvinculada”.