Tribuna

Convivimos con el virus

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«No tenemos otro mundo al que podernos mudar»
Gabriel García Márquez

La situación que estamos viviendo a nivel mundial, nacional, provincial es muy rara.



¿Quién se anima a decir lo contrario? El Covid-19 nos llevó a ver y a nombrar la pandemia de muchas maneras. Los nombres que surgieron ya nos provocaron bastante miedo: confinamiento, aislamiento, encierro, cuarentena.

Desde el primer momento que tuvimos contacto con el virus, el mensaje ha sido: «Quedate en casa».

Convengamos que no es natural que la persona no salga, ya que estamos hechos para el afuera; hemos sido creados para salir, para entablar vínculos y relacionarnos con toda la creación. Por eso, esto se nos presenta como algo inusual, causando, en muchos de nosotros, sentimientos de tristeza, bronca, rabia, melancolía, impotencia. El sentimiento que ha prevalecido, sin duda, ha sido el de la frustración. De un momento a otro, nos hemos encontrado sin poder salir, viajar, trabajar, ir al colegio, saludarnos, visitarnos entre amigos, suspender celebraciones privadas y públicas, y desistir de aquellos proyectos que teníamos planificado realizar en este año.

Las fases de la cuarentena

Si miramos hacia atrás, podemos hacer un análisis del recorrido y trayecto que hemos hecho desde que el Gobierno decretó el aislamiento social preventivo y obligatorio. El Dr. Claudio García Pintos, menciona cinco fases de la cuarentena y le otorga los siguientes nombres: épica, romántica, lúdica, íntima y responsable. Podemos recorrer juntos este camino y hacer una breve mención de cada una de ellas:

Épica. Al principio se planteaba la pandemia como una lucha, una guerra. Estábamos frente a un enemigo invisible, pequeño y demoledor. Se nos invitaba a estar en guardia y atentos frente a este mal.

Romántica. Aquí los sentimientos ya cambiaron. La sociedad entera, agradecía a los médicos y personal de la salud. Se había convertido en un ritual nocturno los aplausos de la gente en los balcones, la sirena de los bomberos y los bocinazos, todos los días a las 21 hs.

Lúdica. En esta fase, nos empezábamos a dar cuenta de que algo teníamos que hacer, en algo teníamos que innovar. Todos hemos incursionado en distintas actividades, tales como: limpieza, cocina, parque, informática, estudios, ejercicios, etc. Nos encontrábamos a gusto realizando aquello que jamás hubiéramos pensado hacer. Ha sido el período en el que quizá, muchos de nosotros, más cosas hemos aprendido.

Íntima. En esta fase apareció la pregunta: ¿qué hago ahora? Veíamos pasar los días y descubríamos que la pandemia se extendía y se propagaba como regadero de pólvora. Estar y permanecer en casa era la única opción, pero con malestar, fastidios y muchas preguntas. Nos rebelamos y ya no podíamos ni con nosotros mismos. Se impuso el sentimiento de incertidumbre. Absolutamente todo, se nos tornaba incierto, el trabajo, la economía, la salud, y el mismo presente.

Responsable. En esta fase nos encontramos ahora. Nos descubrimos con un poco más de inmunidad, de camino recorrido y nos percatamos de que el cuidado es fundamental. Cuidarse uno y cuidar a los demás es la tarea impostergable. Aquí, contamos ya con la interiorización de las medidas preventivas de tapabocas, distancia social, lavado de manos. Cada vez que salimos o que nos encontramos con alguien, no descuidamos ninguna de estas acciones.

¿Será que en esto consiste la nueva normalidad de la que tanto hoy se habla?

Sin responsabilidad es imposible vivir el presente y, menos aún, proyectarnos hacia el futuro. Esta actitud requiere de nosotros dos cuestiones: realismo y esperanza. Los consagrados, necesitamos tener los pies bien sobre la tierra y la mirada anclada en los valores, en el Reino y en la persona de Jesús. Lo que nos moviliza es la esperanza; ella es el motor que nos saca de nuestra zona de confort y la que nos ayuda a afrontar todos los miedos referidos al virus.

Prepararnos para caminar

Nadie puede preveer el futuro. No podemos anticiparnos, pero sí prepararnos.

Por eso, la mejor preparación para transitar este camino y recorrerlo de manera serena, calmada y responsable es viviendo tres «R»: revelación, reciclado y robustecimiento.

Revelación. Alude a lo interior, a lo que descubrimos como dones y talentos. El Señor nos ha regalado a todos una fuerte e intensa vivencia de su gracia y su amistad. En Jesús, el Padre nos revela que somos hijos e hijas amados incondicionalmente por Él. Muchos de nosotros, por carisma, nos identificamos con el mismo programa que Jesús proclamó en la sinagoga: «El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha consagrado por la unción. El me envió a llevar la Buena Noticia a los pobres, a anunciar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, a dar la libertad a los oprimidos y proclamar un año de gracia del Señor» (Lc 4, 18-19). Nuestra revelación consiste en descubrirnos y ofrecernos como transparencia de su abundante y copiosa redención, anunciando con nuestra propia vida que ¡Ya es la hora!

Reciclado. Es cuidado del medio ambiente, de la casa común, pero también es una hermosa práctica para reutilizar aquellas cosas que tenemos y con las cuales contamos. ¿Qué más puedo hacer con lo que tengo? ¿Qué hago con lo que viví, con lo que vivo y con los sentimientos que hoy me visitan y habitan?

Creemos que el Señor toma, asume y se vale de todo. Aquí, los consagrados tenemos mucho por hacer y por construir. En principio, transmitir a nuestros hermanos, como bien dice san Pablo, que «Dios dispone, todas las cosas para el bien de los que lo aman, de aquellos que Él llamó según su designio» (Rom 8,28); y recordar-nos que ni las tribulaciones, las  angustias, la persecución, el hambre, la desnudez, los peligros, la espada, el Covid-19, podrán separarnos jamás del amor de Cristo (cf. Rom 8, 35).

Robustecimiento. Más allá de lo que engordemos y los kilos que acumulemos durante el confinamiento, es imprescindible que fortalezcamos nuestro interior. Necesitamos ahondar aún más, en la escucha y la lectura de la Palabra; abrazar el silencio y apostar a los vínculos. Es fundamental también en este tiempo, llenarnos de proyectos, sueños y ponernos metas cortas para evaluarlas fácilmente, entre nosotros y con los destinatarios de nuestra misión. Dicen que «Dios escondió su voluntad en lo que nos apasiona; lo que nos apasiona es la pista de aterrizaje de los sueños de Dios». ¿Creemos en los sueños? ¿A quienes imaginamos hoy  en las bodas de Caná? ¿Cómo la recreamos?

Convivimos con el virus, es un hecho. Todos hemos tenido ya algún pariente, amigo o conocido infectado. Sabemos que el afuera es difícil, pero no estamos solos. El Señor no se cansa de recordarnos que está, que nos acompaña y que confía incondicionalmente en nosotros.

Nos interpela la salida No nos podemos quedar.

Creemos espacios donde podamos afianzar la revelación, el reciclaje y el robustecimiento, para recobrar la confianza y fortalecer los vínculos; para animarnos mutuamente y decirle al mundo que existen sobrados motivos para seguir esperando.

Para rezar

Podemos escuchar y rezar con la canción: Por qué cantamos (Mario Benedetti), interpretada por Juan Carlos Baglietto y Lito Vitale

Por qué cantamos

Si cada hora vino con su muerte,
si el tiempo era una cueva de ladrones
los aires ya no eran Buenos Aires,
la vida nada más que un blanco móvil.

Usted preguntará por qué cantamos.

Si los nuestros quedaron sin abrazos,
la patria casi muerta de tristeza,
y el corazón del hombre se hizo añicos
antes de que estallara la vergüenza.

Usted preguntará por qué cantamos.

Cantamos porque el río está sonando,
y cuando suena el río, suena el río.
Cantamos porque el cruel no tiene nombre
y en cambio tiene nombre su destino.

Cantamos porque el niño y porque todo
y porque algún futuro y porque el pueblo.
Cantamos porque los sobrevivientes
y nuestros muertos quieren que cantemos.

Si fuimos lejos como un horizonte,
si allí quedaron árboles y cielo,
si cada noche siempre era una ausencia
y cada despertar un desencuentro.

Usted preguntará por qué cantamos.

Cantamos porque llueve sobre el surco
y somos militantes de la vida
y porque no podemos ni queremos
dejar que la canción se haga ceniza.

Cantamos porque el grito no es bastante
y no es bastante el llanto ni la bronca.
Cantamos porque creemos en la gente
y porque venceremos la derrota.
Cantamos porque el sol nos reconoce
y porque el campo huele a primavera
y porque en este tallo en aquel fruto,
cada pregunta tiene su respuesta.

P. Juan Pablo Roldán, CSsR