Tribuna

Ardor, no fogonazos

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A cualquier agente de pastoral de nuestros días nos preocupa tremendamente el crecimiento de la indiferencia, cuando no del rechazo ante lo religioso y la propuesta de la fe entre nuestros jóvenes. Los que tenemos la suerte de vivir en los “atrios de jóvenes gentiles” que son hoy por hoy los colegios, incluidos los religiosos, somos testigos de las graves dificultades de los jóvenes para asumir planteamientos vinculados al Evangelio.



Cuando analizo alguna de las nuevas propuestas (Grupos Alpha, Life Teen…) debo reconocer que me llaman la atención y me inspiran en aspectos concretos y metodológicos. Pero siento que en muchas ocasiones olvidan esas claves que yo intento vivir en mi quehacer pastoral diario y que me parecen muy de Jesús de Nazaret y su Espíritu, y que funcionan, todavía funcionan, siempre funcionarán.

Escucha activa del joven en su realidad y búsqueda, con una profunda capacidad de acogida y un acompañamiento continuado en el tiempo, no reducible a encuentros esporádicos y novedosos. Algo de esto recogía nuestro Papa cuando hablaba de poner a los jóvenes en movimiento y luego preguntarles cómo les va… no un día, ni dos… años, muchos años. Y ello con actitud arrodillada ante lo auténtico que trae el joven desde su cultura: cercanía a todos estén donde estén, alegría, mucha alegría, compromiso y voluntariado, preguntas, muchas preguntas, inclusión absoluta…

Preocupación por conformar un verdadero sujeto capaz de humanizarse al estilo de Jesús: trabajar simultáneamente la pedagogía humana y la vivencia de la fe, cultivar la interioridad y la búsqueda de sentido, la conciencia moral, la responsabilidad social, las relaciones auténticas… En definitiva, enseñar a ser. Procesos personales y grupales prolongados en el tiempo, hasta y en la edad adulta.

Con credibilidad moral: no somos una ONG, pero Jesús nos invita a dar la vida, y se nota. Con una elevada coherencia de vida fue que se propagó el cristianismo en los primeros siglos, como nos cuenta detalladamente el equipo de Rafael Aguirre en su último libro ‘Así vivían los primeros cristianos’.

Construyendo una Iglesia nueva para un nuevo tiempo, sin añoranzas del pasado, pues lo mejor de la Iglesia está adelante: laicado comprometido ministerialmente, capacidad de convivencia en una sociedad plural, corresponsabilidad eclesial, papel de la mujer…

(…)

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