Tribuna

Ante el comunicado de los obispos vascos sobre ETA: una nueva ocasión perdida

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Estamos acostumbrados a recibir los documentos y las notas episcopales sin interés y sin leerlos, a no ser que en algún periódico o tertulia los comenten y entonces surja la curiosidad malsana. Este es el caso que nos ocupa hoy y que plantea un tema de más calado. A primera vista, la nota de los obispos de Navarra, País Vasco y Bayona constituye un pequeño texto piadoso, a modo de sermón, escrito, probablemente, por uno solo de los firmantes, con ganas de estar presente en el mercado de la información. Considero que se trata de una nueva ocasión perdida.



En primer lugar, han conseguido magnificar una declaración que no exigía esta atención. Una declaración que solo pretende confirmar a ETA en su posición, que no ofrece ningún atisbo de reconsideración, arrepentimiento o diálogo. En una nota seria, los obispos tendrían que haber afrontado la ideología que subyace y constatar que la banda terrorista no ha cambiado nada, sino que se ha transformado en otro sujeto, con otras armas, pero con la misma ideología y pretensiones. La nota episcopal es un texto débil, lleno de afirmaciones genéricas, en las que reparte peticiones a unos y otros sin mucho convencimiento ni justificación. Solo un ejemplo sin más transcendencia: “La clave de la paz y la reconciliación está en la sinceridad del corazón humano”. ¿A quiénes se dirigen? ¿A los miembros de ETA? ¿A los jóvenes guipuzcoanos de 2018?

Pastoralmente, el tema del nacionalismo y, dentro de él, el tema de ETA, debe ser tratado dentro del conjunto de la comunidad creyente, afrontarlo con humildad, transparencia y honradez. No es tema solo del clero, sino de todos los creyentes, que, queriéndolo o sin querer, se han sentido involucrados, con pasión, dolor y rabia. Se trata de una decisión eclesial de largo alcance: todos deben reflexionar sobre lo que ha pasado o está pasando, examinar cómo han reaccionado nuestras comunidades durante estos años y cómo nos ha influido en nuestra moral y en nuestra solidaridad el miedo, la comodidad y el egoísmo. Para poder conseguir lo imposible, lo muy difícil, es preciso arriesgarse a hacer el ridículo. Las comunidades eclesiásticas vascas deben intentarlo, porque depende su vida de ello.

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