Tribuna

Andrés Torres Queiruga: la revelación a través de un amigo teólogo

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No es necesario presentar a Andrés Torres Queiruga, uno de los más avanzados teólogos de la mitad del siglo pasado y lo que llevamos del presente. Me interesé por él al leer un artículo suyo publicado en la revista ‘Encrucillada’, de la que fue director durante muchos años, que me pasó mi madre en momentos de mi vida en los que necesitaba apoyo para superar probablemente el momento más duro por el que puede pasar una persona: el fallecimiento a los 19 años de mi hijo Luis, tras una enfermedad contra la que batalló durante más de cuatro años.



Tras el fallecimiento de mi hijo, en 2014, mi familia y sus amigos más íntimos, decidimos hacer el Camino de Santiago en su recuerdo, que mantenemos actualmente cada año, solo interrumpido por la pandemia en 2020. Fue como consecuencia de ir a Santiago cada año, como tras rebuscar por varios sitios, conseguí su contacto y, sin más, le escribí un correo electrónico de presentación, y nos citamos para tener una primera entrevista en la cafetería de San Martín Pinario de Santiago. Allí charlamos durante un largo rato y quede entusiasmado con su forma de interpretar la “fe en el Dios que crea por amor”, que es la base de su teología.

Tras esa entrevista, vinieron varias más, sus libros, una nueva entrevista –esta vez con mi mujer–, más libros, multitud de correos electrónicos y, posteriormente, los cursos que realice con él dentro de los ciclos que organiza la Escola de Espiritualidad de Santiago.

Es difícil para mí poder explicar lo muchísimo que me ayudó el haber conocido a Andrés, cuya mayéutica ha despertado en mi un interés especial por conocer a ese Dios creador por amor, que me salvó entonces y me salva cada día de caer en la negatividad de la pena, consecuencia de lo que yo entonces entendí como la perdida de mi hijo.

Amar a Dios

En aquellos momentos de mi vida solo tenía dos posibles salidas, imagino que como todo aquel al que le ocurre una tragedia similar en la vida: hundirme maldiciendo al Dios al que tanto le supliqué y que no me hizo nunca caso; o amar al Dios que nunca me abandonó, que sufrió y sufre cada día conmigo, que no intervino para nada en la enfermedad de mi hijo. Opte lógicamente por la segunda, y lo hice en gran parte por la forma critica pero sencilla en la que Andrés me ayudó a comprender a ese Dios, repensando la Creación, la Revelación, la Resurrección, el Mal y, muy especialmente, a través del mensaje de ese hombre excepcional que fue Jesús de Nazaret.

No puedo imaginarme lo que sería hoy mi vida si no hubiera conocido a Andrés. De su manera de entender la Revelación he comprendido que he sido revelado por Dios a través suya. De su manera de entender el perdón y la misericordia, se han despertado en mi responsabilidades inimaginables. De su manera de entender el Mal y su inevitabilidad, se deviene en mi una paz espiritual que nunca antes había alcanzado. De su manera de entender la Resurrección, he aprendido a ser feliz con mi hijo fallecido, a no culpar a nada ni a nadie y a esperar ansioso el momento de nuestro reencuentro. De su manera de entender al Dios que nos crea por amor, que solo quiere lo mejor para nosotros, que siempre trabaja para eso sin descanso, se apoya hoy totalmente mi fe.

¿Tiene alguien derecho, por muy miembro que sea de la Congregación para la Doctrina de la Fe y por muy miembro que sea de la Conferencia Episcopal Española, a cuestionar el pensamiento y el trabajo de Andrés, cuyo fruto ha hecho, en mí y en otros muchos, un bien excepcional, del que se obtiene una vida absolutamente feliz, tras pasar por el peor de los escenarios de la vida?

El teólogo gallego Andrés Torres Queiruga

En todo caso, siempre cabe y es saludable hacer un análisis critico de su pensamiento, al igual que del de cualquiera, pero lo más importante de ese análisis debería ser siempre el resultado conseguido, y si esto, como ha sido en mi caso, ha servido para sacar a un ser humano de la zona oscura que siempre nos acecha, más bien deberíamos felicitarlo y alegrarnos todos con él, porque no puedo entender más que de esta forma el sentido del Reino de Dios.

Sentirse importante hasta el hecho increíble de poder sancionar por su pensamiento a un hombre como Andrés, es ya muy antiguo y se repite sin cesar por la propia debilidad intelectual de quien así se siente, o lo que es aun peor, por el miedo a que el sistema institucional se debilite con esas críticas, exactamente lo contrario de lo que ocurre en realidad. ¿No nos recuerda esto a los escribas y fariseos defensores del Templo sin más?

Amigo Andrés, muchas gracias por todo lo que has hecho por tantos, especialmente por mí. No te rindas nunca, por favor. En ese momento que nos llegará a todos con la muerte, donde todas las teologías terminan, para alcanzarse la luz plena de la verdad, serás justificado, junto a todos aquellos que han luchado para conocer y dar a conocer a un Dios más cercano, más misericordioso, es decir, para dar a conocer el auténtico Reino de Dios.