Pliego
Portadilla del Pliego nº 3.179
Nº 3.179

Un delicioso cántico a la unidad en los 25 años de la encíclica ‘Ut unum sint’

El magisterio ecuménico de san Juan Pablo II atesora, entre sus títulos relevantes, la encíclica ‘Slavorum Apostoli’ (sobre los santos Cirilo y Metodio), las cartas apostólicas ‘Euntes in mundum’ (en torno al bautismo de la Rus de Kiev), ‘Tertio Millennio Adveniente’ (preparatoria de los actos jubilares del 2000) y ‘Orientale Lumen’ (acerca de las Iglesias orientales católicas). Por contenido, inspiración y empuje, sin embargo, descuella sobre todos ‘Ut unum sint’ (UUS), la encíclica del empeño ecuménico cuyo vigésimo quinto aniversario se cumple el 25 de mayo de 2020.



Publicada a treinta años del Vaticano II, es la duodécima de aquel largo pontificado y lleva por título palabras de Jesús en la última Cena. De los miles y miles de vocablos que este inolvidable Papa dedicó al ecumenismo es, sin duda, el documento más ceñido a la causa, el de pinceladas más coloristas, frases más audaces y propósitos más definidos.

Su lectura se hace agradable y ágil a la vez, debido a la alternancia entre reflexión doctrinal, meditación espiritual y narración de los eventos más significativos vividos entre cristianos. También de los que impresionaron particularmente al autor en sus coloquios con los responsables de las Iglesias, lo mismo en Roma que durante sus viajes por el mundo desde la aparición del decreto ‘Unitatis redintegratio’.

Se dijo desde primera hora. Marca, por cierto, una nueva etapa en el camino hacia la unidad visible de los cristianos. De ahí que su contenido resulte como un cántico al ecumenismo; y su bibliografía, torrencial desde el principio. El problema ecuménico –declaraba su autor días después de haberla publicado– “no consiste en crear de la nada una unidad que aún no existe, sino en vivir plena y fielmente, bajo la acción del Espíritu Santo, la unidad en la que Cristo fundó su Iglesia (…). No se trata simplemente de que se reúnan personas de buena voluntad para establecer acuerdos. Es necesario, más bien, acoger plenamente la unidad querida por Cristo y donada continuamente por el Espíritu (…). La unidad de la Iglesia, pues, ha de considerarse sobre todo como un don que viene de lo alto”.

La Iglesia recibe su estructura de Jesucristo, Hijo de Dios. Él la edificó eligiendo a doce hombres, que constituyó apóstoles, o sea, enviados, para que en su nombre continuaran su obra. Entre ellos, Pedro, a quien dijo: “Simón (…), yo he rogado por ti. Y tú, cuando hayas vuelto, confirma a tus hermanos” (Lc 22, 31-32). Tres temas básicos articulan el contenido, evidenciando lo que –a juicio de su autor– constituye el aspecto esencial de la unidad: conversión de las Iglesias al empeño ecuménico; comunión que ya existe y que, a base de profundizarla, crece con la oración y el diálogo; y alegría de los cristianos por volver al encuentro fraterno.

Para la conversión de los corazones y la oración que conducen a la purificación de la memoria histórica, el Papa reflexiona de modo nuevo y muy profundo (Cassidy) sobre los documentos conciliares más relativos a la causa de la unidad, o sea, ‘Lumen Gentium’, ‘Unitatis redintegratio’ y ‘Dignitatis humanae’, sin omitir el decreto ‘Orientalium Ecclesiarum’. Su relectura induce a repetir con más acento lo dicho en otras ocasiones: que “la Iglesia católica se ha comprometido de modo irreversible a recorrer el camino de la acción ecuménica, poniéndose a la escucha del Espíritu del Señor, que enseña a leer atentamente los signos de los tiempos” (n. 3).

El Papa va más lejos, al decir que “la Iglesia católica se ha comprometido a recorrer el camino de la investigación ecuménica poniéndose a la escucha del Espíritu del Señor; de suerte que el ecuménico es, a partir de ahora, el camino de la Iglesia” (n. 9), cuya unidad, en vez de accesoria, pertenece a su mismo ser. “No es solo un mero apéndice (…). Al contrario, pertenece orgánicamente a su vida y acción y debe, por ello, inspirarlas y ser como el fruto de un árbol que, sano y lozano, crece hasta alcanzar su pleno desarrollo” (n. 20).

Desde uno de sus más bellos párrafos (tiene muchos) nos sale al encuentro la quintaesencia del mensaje en esta lapidaria frase: “Creer en Cristo significa querer la unidad; querer la unidad significa querer la Iglesia; querer la Iglesia significa querer la comunión de la gracia que corresponde al designio del Padre desde toda la eternidad. Este es el significado de la oración de Cristo: ‘Ut unum sint’” (n. 9).

Con ‘Ut unum sint’, san Juan Pablo II quiso, pues, “promover cualquier paso útil para que el testimonio de toda la comunidad católica pueda ser comprendido en su total pureza y coherencia” y “sostener así el esfuerzo de cuantos trabajan por la causa de la unidad” (n. 3). La prueba es que no se dirige expresamente al episcopado, clero y fieles de la Iglesia católica, como es costumbre. Es más, concluye con una llamada “a vosotros, hermanos y hermanas de las demás Iglesias y Comunidades eclesiales” (n. 103). “En su índole esencialmente pastoral quiere contribuir a sostener el esfuerzo de cuantos trabajan por la causa de la unidad” (n. 3). (…)


Índice del Pliego

I. APERTURA DEL DOCUMENTO

II. CONSIDERACIONES SOBRE LA UNIDAD

III. ASPECTOS ECUMÉNICOS DE RELIEVE

  1. Compromiso irreversible
  2. Esencial al cristianismo
  3. Apreciar los bienes en otros cristianos
  4. Sacramento del Bautismo
  5. Recepción de los acuerdos ecuménicos
  6. Ministerio del Obispo de Roma

IV. ARGUMENTOS A PROFUNDIZAR

  1. Relaciones entre Escritura y Tradición
  2. La Eucaristía
  3. El Orden
  4. El Magisterio de la Iglesia
  5. La Virgen María

V. REACCIONES A LA ‘UT UNUM SINT’

VI. EL VATICANO II EN LA ENCÍCLICA

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