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Martin Luther King: el sueño de vivir juntos como hermanos

Ya no puedo parar. La historia ha puesto sobre mis hombros algo a lo que no me puedo negar”. Con estas palabras se despedía un otoñal domingo de 1959 el pastor baptista Martin Luther King, Jr. de los fieles de su congregación de Montgomery. Por aquel entonces, su nombre era ya conocido en toda la nación. Su liderazgo y popularidad se habían consolidado. Tras cinco intensos años al frente de la feligresía, el joven pastor iniciaba una larga marcha que le llevaría a recorrer miles de kilómetros defendiendo una causa que culminaría con la visión de aquel sueño inspirador proclamado en las escalinatas del monumento a Lincoln de la ciudad de Washington.

Símbolo de la desobediencia civil no violenta, Luther King supo encarnar como nadie la protesta afroamericana contra la discriminación racial. En una sociedad en la que el color de la piel había dividido a los hombres y a los cristianos durante siglos, fue el líder por antonomasia de los derechos civiles de los negros. Con su audaz oratoria desafió un sistema que legitimaba la segregación racial. Confrontó a la sociedad estadounidense con la vergüenza del racismo en un país que, un siglo después de haber abolido la esclavitud, seguía condenando a la población negra a la humillación, la pobreza y el fracaso. Fue también símbolo del destacado papel que jugó el cristianismo en el movimiento de lucha por los derechos civiles.

Vivir en un mundo segregado

Martin Luther King, Jr. había nacido en Atlanta, la capital del estado sureño de Georgia conocida como la “puerta al sur”, en vísperas de la Gran Depresión que azotó al país dejándolo sumido en la miseria. Pertenecía a una sólida familia baptista de clase media vinculada a la Ebenezer Baptist Church de Atlanta. La personalidad del joven Martin se había fraguado en el seno de la comunidad baptista, a la que había pertenecido su familia desde que su bisabuelo se uniera a la Shilo Baptist Church de Georgia en 1846: “Por supuesto era religioso. Crecí en una Iglesia. Mi padre es predicador, mi abuelo era predicador, mi bisabuelo fue predicador, mi único hermano es predicador y mi tío es predicador. No tenía demasiada elección”.

Obligados a ser inconformistas

Con tan solo 25 años se convirtió en pastor de la Dexter Avenue Baptist Church de Montgomery. “Vengo ante vosotros –dijo entonces a su feligresía– sin nada especial que ofreceros. No pretendo ser un gran predicador ni un afamado académico”. El tiempo no tardaría en quitarle la razón. Su apacible vida como pastor dio un brusco giro cuando una costurera de aire tranquilo inició, sin saberlo, una de las grandes revoluciones del siglo XX. Con el simple gesto de sentarse en un autobús sujetando el bolso sobre su regazo, Rosa Parks desafió las ordenanzas de los autobuses de Montgomery al no ceder su asiento a una mujer blanca. Las consecuencias no se hicieron esperar. Y Martin Luther King no tardo en involucrarse en el caso. Ofreció su iglesia como lugar de reunión, convencido de que debían negarse a cooperar con un sistema pecaminoso. En respuesta a la detención de Rosa Parks, los asistentes decidieron organizar un boicot a los autobuses que resultó ser un éxito inesperado.

El amor al prójimo como argumento político

Influido por la campaña de desobediencia civil de Gandhi que había puesto fin al gobierno británico en la India, King aplicó sus técnicas a las campañas de protesta: “Desde el principio una filosofía básica guió el movimiento: la resistencia no violenta”. Aunque, como él mismo reconocía, en sus inicios la fuerza motriz del movimiento se encontraba en el cristianismo: “La frase que más se escuchaba era el amor cristiano. Lo que inspiraba a los negros de Montgomery no era tanto la doctrina de la resistencia pacífica cuanto el Sermón del Monte. Era Jesús de Nazaret quien les impulsaba a protestar con el arma creativa del amor”.

El profético sueño que despertó a una nación

Birmingham, el mayor núcleo industrial del sur y una de las ciudades más segregadas del país, fue también testigo de fuertes protestas. Martin acudió allí y terminó encarcelado. Cuando, estando en prisión, apareció en la prensa el artículo titulado “Clérigos blancos instan a los negros locales a que abandonen las manifestaciones”, informando de que clérigos de diversas Iglesias desautorizaban las protestas e instaban a la paciencia, King no tardó en reaccionar. Escribió su famosa Carta desde la cárcel de Birmingham: “Es posible que resulte fácil decir ‘espera’ para quienes no sintieron nunca en sus carnes los acerados dardos de la segregación”, escribía, al tiempo que denunciaba la indiferencia que mostraban muchos cristianos hacia una discriminación racial que había permeado también en las Iglesias.

La visión cristiana de Martin Luther King

“Soy muchas cosas para mucha gente –reconocía en 1965 en una entrevista para la revista Ebony–, pero, en la quietud de mi corazón, soy fundamentalmente un clérigo, un predicador bautista”. Como afirma J. McClendon, para Martin Luther King, “la religión era mucho más que algo periférico, más que una simple herramienta política, más que una estratagema reformadora”. Puede decirse que King nunca abandonó la Iglesia y la Iglesia nunca le abandonó a él.

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