Pliego
Portadilla del Pliego, nº 3.421
Nº 3.421

“Loado seas, mi Señor, con todas tus criaturas…”

Antes de nada, es significativo narrar el contexto en el que se escribe el bellísimo texto del ‘Cántico de las criaturas’, cuyo 800º aniversario celebramos este año 2025.



Dos años antes de su muerte, estando en San Damián en una celdilla formada de esteras y padeciendo indeciblemente por la enfermedad de los ojos –tanto que por espacio de más de 50 días no podía ver ni la luz del día ni la del fuego–, sucedió, por permisión divina y para aumento de sus aflicciones y méritos, que una plaga de ratones invadió la celda y, saltando de día y de noche sobre él y a su alrededor, no le dejaban orar ni descansar… y pide auxilio al Señor, que le responde: ‘Condúcete en adelante con tanta seguridad como si estuvieras en mi reino’” (‘Espejo de perfección’, 100). Entonces, comienza a cantar: “Loado seas, mi Señor, con todas tus criaturas…”.

San Francisco de Asís, aunque pasaba temporadas en eremitorios dedicado a la oración, la mayor parte del tiempo transitaba por los caminos como peregrino o extranjero, dando ejemplo de vida con su actitud, cumpliendo el mandato de Cristo (Mt, 7, 1-14), hablando a todos con delicadeza, con empatía, con proximidad, intentado comprenderlos y sin juzgar a nadie.

Fraternidad universal

Predicaba la justicia y la paz, la humildad y la conversión, la fraternidad universal, alabando al Creador y siempre al servicio de los demás. Esta es la espiritualidad franciscana presente en ese gran poema que es el ‘Cántico de las criaturas’.

Francisco de Asís predicando a los pajarillos (Giotto)

En realidad, toda la vida del ‘Pobrecillo de Asís’ fue un cántico: un canto de alabanza a Dios, un canto de amor hacia el prójimo, un canto de reconocimiento por el gozo de vivir, un canto hecho de perdón y misericordia, un canto de admiración por las maravillas que Dios pone a nuestra disposición en la creación…

Es justamente en el último período de su vida, cuando su cuerpo sufría de manera profunda a causa de diversas enfermedades, cuando su alma era probada por tantos momentos oscuros y tantos disgustos, cuando sus ojos ciegos no veían el resplandor del sol y el brillo de la luna. Cuando no podía ver los colores de las flores. Cuando no percibía lo reflejos del agua clara pura y cristalina… es entonces cuando, desde lo más profundo de su corazón, brota, como un manantial, el canto más bello que podamos imaginar.

Libre y liberado de todo

Sí, ese canto es el de un hombre consumido como una vela que ha iluminado continuamente a todos sin pedir nada a cambio. Un hombre herido con los estigmas de la pasión de Cristo, cuyas llagas lacerantes siente en sus manos, sus pies y su costado. Un hombre herido de luz y profundamente libre y liberado de todo.

Francisco de Asís ha bajado del monte Alverna con los estigmas de la pasión de Cristo impresos en su cuerpo. Ha pasado un tiempo en la Porciúncula. Sus condiciones son cada vez más lamentables y los hermanos deciden que es conveniente que se traslade a vivir un tiempo al monasterio de San Damián junto a Clara y las hermanas pobres. Allí vivirá momentos preciosos de los últimos años de su vida. Estar cerca de Clara le ayuda y le da fuerzas. Orar con ella, hablar con ella, dejarse cuidar por las hermanas se convierte en un bálsamo para su cuerpo y para su alma.

El poema más bello

Precisamente allí, en San Damián, Francisco llama al hermano León, su compañero entrañable, su hermano querido, el amigo del alma, su escribano, y le dicta el poema más bello, el cántico de un cristiano reconciliado, el canto de alabanza y gratitud que ha surcado los siglos y que hoy, ochocientos años después, seguimos proclamando y cantando:

“Altísimo, omnipotente, buen Señor,

tuyas son las alabanzas, la gloria y el honor y toda bendición.

A ti solo, Altísimo, corresponden,

y ningún hombre es digno de hacer de ti mención.

Loado seas, mi Señor, con todas tus criaturas,

especialmente el señor hermano sol,

el cual es día y por el cual nos alumbras.

Y él es bello y radiante con gran esplendor;

de ti, Altísimo, lleva significación.

Loado seas, mi Señor, por la hermana luna y las estrellas;

en el cielo las has formado luminosas y preciosas y bellas.

Loado seas, mi Señor, por el hermano viento,

y por el aire y el nublado y el sereno y todo tiempo,

por el cual a tus criaturas das sustento.

Loado seas, mi Señor, por la hermana agua,

la cual es muy útil y humilde y preciosa y casta.

Loado seas, mi Señor, por el hermano fuego,

por el cual alumbras la noche:

y él es bello y alegre y robusto y fuerte.

Loado seas, mi Señor, por nuestra hermana la madre tierra,

la cual nos sustenta y gobierna

y produce diversos frutos con coloridas flores y hierbas”.

Mensaje de reconciliación

En realidad, ¿quién era este hombre? ¿Qué anidaba dentro de él? Como nos recuerda el filósofo y franciscanista José Antonio Merino, “el hombre no solo es razón, no solo es trabajo, no solo es biología, no solo es palabra, sino que es además fiesta, celebración, espontaneidad, fantasía, creatividad”. Y esto hay que tenerlo presente. De lo contrario, corremos el riesgo de perder algo entrañablemente nuestro que nos asemeja esencialmente a Dios, nuestro Padre.

Muerte de san Francisco de Asís (Giotto)

Y en Francisco de Asís, esta carga gozosa de fiesta, de júbilo, de alegría, de fantasía… fue vivida, potenciada y transmitida a los demás e incluso a la historia misma, hasta el punto de que hoy, a distancia de tantos siglos, sigue vivo y fresco el mensaje y la herencia espiritual del hermano de Asís. Un mensaje de fraternidad universal, de reconciliación entre los hombres y con la naturaleza… en resumen, un mensaje de verdadera alegría. (…)

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Índice del Pliego

Un hombre consumido y herido

Un mensaje de verdadera alegría

En comunión con lo creado

Testigo de la gratuidad y la magnanimidad

La estrofa del perdón

Vivir reconciliados

La hermana muerte

Algunas pistas para reflexionar

Reforestar la esperanza