A raíz del Vaticano II, la Orden de San Agustín, como todas las órdenes y congregaciones existentes en la Iglesia, realizó una reflexión sobre las fuentes y principios de su espiritualidad. El Concilio invitaba a realizar un proceso de clarificación de la respectiva espiritualidad de cada instituto como criterio de renovación:
- WHATSAPP: Sigue nuestro canal para recibir gratis la mejor información
- Pliego completo solo para suscriptores
- Regístrate en el boletín gratuito y recibe un avance de los contenidos
“Redunda en bien mismo de la Iglesia el que todos los institutos tengan su carácter y fin propios. Por tanto, han de conocerse y conservarse con fidelidad el espíritu y los propósitos de los fundadores, lo mismo que las sanas tradiciones, pues, todo ello constituye el patrimonio de cada uno” (decreto ‘Perfectae caritatis’, 28 octubre 1965, n. 2, b).
Siguiendo este criterio, la Orden de san Agustín consideró que su espiritualidad se alimenta de dos fuentes. Principalmente, por la doctrina y la praxis comunitaria de San Agustín en los monasterios por él fundados. Pero también, por la aportación de la experiencia como orden mendicante, al ser establecida jurídicamente en el siglo XIII. El resultado de esa reflexión quedó plasmado en la adaptación de las Constituciones a las orientaciones del Concilio.
Orden mendicante
Este segundo elemento, la condición mendicante, significó para los agustinos, que procedían de eremitorios, una modificación radical de su estilo de vida. Abandonaron los eremitorios y aceptaron un nuevo modo de evangelizar en medios urbanos, a una sociedad medieval que estaba experimentando a partir del s. XII, un profundo cambio con el crecimiento de las ciudades y el nacimiento de la burguesía. La organización como mendicante dio a la Orden un régimen de gobierno colegial, bajo la autoridad máxima del capítulo general, con carácter internacional, bajo dependencia directa del Papa. El régimen de vida comunitaria establecía la fraternidad e igualdad entre sus miembros. Se potenciaron los estudios, se hizo presente en la universidad y mostró disponibilidad para la evangelización al servicio de la Iglesia, sin especificar un apostolado concreto, sino abierta a las necesidades de la Iglesia.
Espiritualidad monástica
En el proceso de renovación postconciliar, la Orden puso mayor empeño en escudriñar, clarificar y codificar su fuente principal de espiritualidad, que era el seguimiento de S. Agustín, teniendo particularmente en cuenta su experiencia monástica.
Gracias a la renovación conciliar, la orden agustina ha reafirmado su vinculación con S. Agustín. Ha recuperado trazos importantes de su espiritualidad, asumiéndolos como propios, al tiempo que ha realizado un acercamiento a sus obras, que hoy son mucho más accesibles que en el pasado.
Cuando hablamos de espiritualidad agustiniana nos referimos, en primer lugar, al modo como Agustín vivió su vida como consagrado en la comunidad y en el apostolado.
Fundó comunidades y vivió en comunidad. Definió su estilo de vida, sobre todo en la Regla, pero también en otros sermones y escritos. Los principales textos en que Agustín se refiere al monacato, según Pío de Luis, son: La Regla a los siervos de Dios, las cartas 243 y 48, El trabajo de los monjes, la Exposición del salmo 132, la Santa virginidad, y los Sermones 355-356. Existen también aspectos que pueden rastrearse en la amplitud de los muchos escritos que conservamos de S. Agustín e igualmente en su propia experiencia pastoral y vital. Surgen de ahí opiniones divergentes, dependiendo de donde se ponga el foco y se preste particular atención.
Sabemos bien que san Agustín quiso vivir en comunidad, incluso antes de su conversión. Una vez convertido, la fuente de inspiración para su régimen de vida fue la primitiva comunidad cristiana de Jerusalén, tal como describen los Hechos de los Apóstoles. La Regla contiene una llamada a la unidad: “En primer término –ya que con este fin os habéis congregado en comunidad–, vivid en la casa unánimes y tened una sola alma y un solo corazón orientados hacia Dios” (Regla, I, 2). Fundamento de la comunidad es la comunión de bienes. La unidad en el monasterio no es fruto de simpatías humanas, sino de la orientación hacia Dios, que da a la vida comunitaria una apertura que convierte a Dios en el centro de la Vida Religiosa. La comunidad de Agustín es una comunidad orante, por ello subraya la importancia de la interioridad, como camino para el encuentro con Dios: “No quieras derramarte fuera; entra dentro de ti mismo, porque en el hombre interior reside la verdad; y si hallares que tu naturaleza es mudable, trasciéndete a ti mismo” (La Verdadera Religión, XXXIX, 72).
S. Agustín puso en práctica estos principios tras su conversión, al regresar a África. Estableció inicialmente en Tagaste, su pueblo natal, una comunidad de laicos, dedicados al estudio y a la oración. Más tarde, al ser designado como sacerdote, pidió a su obispo, Valerio, permiso y espacio para vivir en comunidad con otros laicos. Finalmente, al fallecer el obispo Valerio y sucederle como pastor de la diócesis de Hipona, dejó el monasterio, para no interferir en su vida con la agitada vida de obispo, pero decidió vivir en comunidad con sus clérigos.
La Regla promueve también la igualdad evangélica de todos los hombres. Invita a buscar una hermandad perfecta entre todos. Implícitamente hay una protesta contra la desigualdad en la sociedad, gravemente marcada por la codicia, la soberbia, el poder. Una sociedad monástica, según S. Agustín, es una sociedad alternativa basada en el amor mutuo y no en la codicia, soberbia o poder. Es además una comunidad abierta al servicio a las necesidades de la Iglesia, en aquellas dimensiones en que se le solicite.
En Agustín tuvo mucho peso su experiencia personal de búsqueda de la Verdad, muy evidente en los diálogos de Casiciaco, y el culto de la amistad junto a la referencia a la comunidad primitiva de los Hechos de los Apóstoles.
Identificamos en Agustín tres aspectos, que consideramos fundamentales en la espiritualidad agustiniana: oración/interioridad, vida comunitaria y servicio a la Iglesia (apostolado). Estos puntos, interioridad, comunidad y servicio a la Iglesia, describen hoy día el núcleo del carisma agustiniano para todo agustino o agustina.
(…)