Pliego
Portadilla del Pliego, nº 3.257
Nº 3.257

Las trincheras de Dios

El sueño de Milagros Aguilar es llegar a conocer toda la verdad sobre la Guerra Civil española. Nacida en una familia sevillana conservadora y marcada por la pérdida de seres queridos asesinados durante la contienda, tras estudiar la carrera de Historia, conoce a Jordi Casanova, socialista catalán, que llegará a convertirse en juez de la Audiencia Nacional.



Su matrimonio, del que nacen dos hijos, sufre una crisis por diferencias ideológicas entre ambos: él, implicado en la Memoria Histórica; ella, en la redacción de una tesis doctoral sobre “El factor religioso en la Guerra Civil”. El hilo conductor de su trabajo es la vida de Fernando de Huidobro, un jesuita filósofo, alumno predilecto de Martin Heidegger, que regresa a España para ofrecerse a servir en cualquiera de ambos bandos. Entregado heroicamente a auxiliar a las víctimas, sean rojas o azules, decide, desde su experiencia como capellán de la Legión, denunciar al alto mando por el modo de ejecutar los fusilamientos de jóvenes milicianos, hasta que muere víctima de un obús procedente de fuego amigo.

La novela discurre entre la redacción de la tesis de Mila –que estudia la Guerra Civil junto al influjo de las diversas creencias en ella– y sus conflictos familiares, en una España contemporánea preocupada por la revisión histórica del pasado. Pedro Miguel Lamet nos ofrece una síntesis del sangriento conflicto con aportación de datos, humanidad y el análisis de una nueva perspectiva encarnada por quienes ya entonces lucharon por la paz, la justicia y la reconciliación entre españoles.

Fragmentos de la novela

Ofrecemos a continuación, en primicia, a nuestros lectores de ‘Vida Nueva’ algunos fragmentos de la novela, tomados de los capítulos 1 y 3. En el primero se presentan los personajes, y en el tercero Mila debate con el director de su tesis sobre el factor religioso en la Guerra Civil.

Como alfileres en un acerico, aquella tarde invernal el persistente punteo de las gotas de lluvia sobre la ventana clavaba en mi alma su monotonía gris. Había estado emborronando cuartillas sin ton ni son para aliviar mi última discusión con Jordi, que dormía a pierna suelta agotado de toda una semana de pleitos en la Audiencia. No parecía aquella, inmersa en el trabajo, la noche de un domingo, sino si acaso marcada por la indefinida tristeza que dejan las vísperas de lunes, semejante a ese salir del cine con murria y la carga de tener que volver al día siguiente al colegio.

Los niños habían estado “penosos”, como solía decir mi madre, enredando más de lo habitual, presos en el hogar por el mal tiempo. Javier, a sus nueve años, estuvo a punto de cargarse el jarrón chino de la abuela con la pelota, y Manuela, como siempre enfadada porque no le habíamos dejado salir de noche con los amigos, se refugiaba sepultada en su cuarto y en la enajenadora música de sus auriculares.

Obsesión por Huidobro

–¡Ese Huidobro te está obsesionando, Mila! ¡No pareces la misma! –había sido la última frase de mi marido.

El hecho es que no pude resistir más. Sobre mi mesa, la montaña de papeles de mi interminable tesis doctoral se fue difuminando de la mirada, se me cayó el bolígrafo de la mano, la cabeza sobre el cuaderno y me poseyó un profundo y pesado sueño:

El hombre flaco con cara de joven oficinista y redondas gafas de universitario escuchaba perplejo el relato de la reciente disputa que acababan de sostener los oficiales en el alto mando:

–¡En estas circunstancias es imposible tomar Madrid, lo juro! Sería un fracaso total. Tendríamos que enfrentarnos a una fuerza muy superior. Ya lo sabéis. ¡Son cien mil hombres los que ya han movilizado los rojos! A esos tenemos que sumar las Brigadas Internacionales, que están a punto de entrar en la Casa de Campo. ¿Es que no lo veis? Carecemos de fuerzas de choque. El general Varela es consciente de que nuestros cuatro mil quinientos soldados, por muy valientes que sean, no son suficientes para vencer. Además, seguramente esos refuerzos extranjeros recién llegados habrán levantado la moral del enemigo.

Asalto a Madrid

El teniente general levantó los ojos sobre las gafas a media asta de la nariz y trazó un círculo con el dedo sobre el mapa.

–No podemos soñar con la posibilidad de envolver la capital con nuestro ejército. ¿No os parece que lo más sensato es intentar al menos practicar un “medio abrazo” a la ciudad? Me inclinaría por alcanzar algunas posiciones estratégicas y esperar a abrir una brecha cuando llegue el momento oportuno. ¿No os parece?

–Pero ¿por dónde? –preguntó otro de los jefes con un indefinible rictus de angustia en los labios.

–¡La Casa de Campo, hombre, el Hospital Clínico, la Ciudad Universitaria, la Fundación del Amo, no sé, el palacete de la Moncloa, el Parque del Oeste…! Son los únicos flancos franqueables que nos quedan. Luego más adelante podemos ir decidiendo.

Desde la Casa de Campo

–De acuerdo, pero ¿por dónde empezamos?

–La Casa de Campo, sin duda. ¡Es lo más próximo!

–Asignaremos ese frente a los legionarios de Castejón y los regulares de Asensio –decidieron.

Fernando vio el cielo enrojecerse mientras se disponía a entrar con sus muchachos en aquel infierno de fuego entre árboles sobre lo que fuera bosque de esparcimiento de los antiguos monarcas. La cadena de explosiones, flashes de un averno apocalíptico, apenas les dejaba oírse entre sí. (…)

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Índice del Pliego

SINOPSIS: UNA HISTORIADORA BUSCA LA VERDAD

BAUTISMO DE SANGRE (Del capítulo 1)

LA “RELIGIÓN” DE AMBOS BANDOS (Del capítulo 3)

¿QUIÉN MATÓ AL PADRE HUIDOBRO?