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Portadilla del Pliego, nº 3.436
Nº 3.436

La actualidad del Concilio de Nicea: Dios es como Jesús

Celebramos este año dos centenarios que, en principio, parecen no tener nada que ver. El año 2025 ha sido declarado por la Unesco Año Internacional de la Ciencia y la Tecnología Cuántica (quantum2025.org) al cumplirse el primer centenario de la formulación de la teoría cuántica. A comienzos del siglo XX, experimentos realizados con átomos y las partículas que los constituyen empezaron a dar resultados que desafiaban el sentido común. Un electrón, por ejemplo, podía comportarse como si estuviera en varios lugares a la vez, pero cuando se hacía una medición para determinar su posición, siempre aparecía como una única partícula. Después de dos décadas de esfuerzo intelectual, en 1925, se encontró un lenguaje (es decir, unas matemáticas, pues las matemáticas son el lenguaje de la física) que podía describir cómo se comportaba la naturaleza a escalas tan diminutas.



El otro centenario es el motivo de estas páginas. Este año celebramos el 1.700 aniversario del primero de los concilios ecuménicos, celebrado en Nicea en el año 325. El físico y teólogo John Polkinghorne (1930-2021), en su libro ‘Teología y Física cuántica’, ha trazado los paralelismos que existen entre las investigaciones que culminaron en la formulación de la teoría cuántica y la reflexión teológica que encontró su expresión en Nicea y en los siguientes concilios ecuménicos.

En el mundo de la posverdad que habitamos, las ciencias naturales parecen ser las únicas que aún son comúnmente aceptadas como portadoras de verdades objetivas. En cambio, para muchos hoy, las creencias religiosas son, en el mejor de los casos, meras opiniones subjetivas, y en el peor, dañinas especulaciones sin base en la realidad. En su libro, Polkinghorne reivindica que tanto la ciencia como la teología cristiana son formas de búsqueda de la verdad basadas en creencias motivadas.

Concilio Ecumenico De Nicea

Las teorías científicas formulan paradigmas conceptuales que interpretan los experimentos. Al igual que ellas, las doctrinas que expresan la fe cristiana están también sostenidas por la experiencia. Sus formulaciones no son elucubraciones en el vacío, interpretan las experiencias de los creyentes. Tanto en ciencia como en teología, el marco teórico interpreta lo experimentado y, al hacerlo, nos permite adentrarnos más en el misterio de lo real.

Búsquedas de la verdad

Las teorías de la ciencia y las doctrinas teológicas coinciden en que ambas son búsquedas de la verdad basadas en creencias motivadas por la experiencia. Lo que las distingue es el tipo de experiencias que guían sus investigaciones. Las ciencias naturales trabajan con objetos que están bajo el control de los humanos. Las experiencias en las que se basa la teología son encuentros con el inefable misterio de Dios, que nunca podremos controlar.

Estoy convencido de que Karl Rahner tenía razón cuando escribió que el cristianismo del siglo XXI será místico o no será. Tenemos sed de Dios. No nos basta con afirmar unas verdades o cumplir con ciertas normas y ritos. Queremos tener experiencia, pero en esa búsqueda somos guiados por una comunidad milenaria –la Iglesia– portadora de una Tradición. Llamamos “Tradición” a ese conjunto de prácticas y creencias encarnadas en personas y comunidades concretas que se transmiten de generación en generación, pero que también evolucionan a través de la historia. Estas comunidades configuradas por la Tradición son el ecosistema en el que puede florecer el encuentro personal con el Dios de Jesús.

En el origen de la Tradición cristiana nos encontramos con un grupo de hombres y mujeres que siguieron a Jesús por los caminos de Galilea y le acompañaron en su último viaje a Jerusalén. Los evangelios narran episodios de la vida de Cristo, sus enseñanzas y milagros, pero también nos presentan a sus discípulos, y lo hacen sin ocultar el hecho de que aquellas personas no eran precisamente unas mentes privilegiadas.

Identidad de Jesús

El evangelista Marcos es el más explícito con su torpeza: a lo largo de su narración, ningún discípulo acierta a formular la identidad de Jesús, a pesar de que él mismo les pregunta: “Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?” (Mc 8, 29). El que más se acercó en aquella ocasión fue Pedro, que respondió: “Tú eres el Cristo”, una respuesta insuficiente. Finalmente, y solo una vez muerto Jesús, el centurión pagano que había supervisado su crucifixión se convierte en el único ser humano en este evangelio que afirma: “Verdaderamente este hombre era Hijo de Dios” (Mc 15, 39).

Todo esto cambió con la resurrección. Tres días después de su muerte en la cruz, los que habían seguido a Jesús hasta Jerusalén experimentaron lo inaudito: verle vivo de nuevo, la tumba vacía. Los encuentros de los discípulos con el Resucitado son la experiencia que dio origen a esta fe que llamamos “cristianismo”. Los primeros cristianos hicieron suya la tarea de convertirse en testigos del Resucitado, no solo mediante palabras, sino a través de sus encuentros celebrativos y de sus propias vidas, transformadas por la fraternidad a la que les convocaba el Señor.

Presente en la comunidad

Pero la Tradición a la que dieron origen no se limitaba solo a repetir lo que afirmaban aquellos primeros testigos. Desde muy pronto, empezaron a dar culto a Jesús. En sus reuniones semanales, le cantaban himnos que habían compuesto, lo adoraban con el gesto y la palabra. De esta manera, fueron profundizando en quién era aquel que, gracias a la misteriosa eficacia del Espíritu, se hacía presente en medio de la comunidad, especialmente en el pan partido y el vino compartido. Su culto, sin embargo, no se limitaba a esos momentos especiales de encuentro.

Concilio De Nicea

Pablo escribe: “Os exhorto, pues, hermanos, por la misericordia de Dios, a que presentéis vuestros cuerpos como sacrificio vivo, santo, agradable a Dios; este es vuestro culto racional. Y no os amoldéis a este mundo, sino transformaos mediante la renovación de la mente, para que sepáis discernir cuál es la voluntad de Dios, qué es lo bueno, lo que le agrada, lo perfecto” (Rom 12, 1-2).

Culto agradable a Dios

Todo lo que hacemos con el cuerpo –es decir, todo lo que hacemos concreta y cotidianamente– puede ser culto “santo y agradable a Dios”, si somos capaces de ser críticos, mediante la renovación de nuestra mente, con los modos de proceder a los que el mundo nos ha acostumbrado. De este modo, podremos discernir qué es “lo bueno, lo que agrada a Dios” y actuar en consecuencia. Una vida vivida así es, toda ella, culto a Dios. Este culto no solo nos conecta con los primeros testigos del Resucitado: renueva Su presencia en cada generación.

El Nuevo Testamento fue el primer y más importante fruto de esta Tradición. Unas décadas después de la Pascua, los cristianos comenzaron a utilizar la escritura para codificar sus experiencias. Esta tecnología de la información permite hoy, casi dos mil años después, que lectores de la Biblia demos un salto en el tiempo para convertirnos en testigos de los acontecimientos que narra y ponernos en contacto con el Señor resucitado.

Sin embargo, esta especie de milagro no lo puede realizar la Biblia por sí misma. Solo cuando la leemos inmersos en la misma corriente de creencias y prácticas (oración, sacramentos, obras de misericordia…), que llamamos Tradición, pueden las Sagradas Escrituras conducirnos al Señor. Solo así nos revelan el misterio que esconden.

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Índice del Pliego

NICEA Y LA FÍSICA CUÁNTICA: DOS ANIVERSARIOS

EXPERIENCIA, TRADICIÓN, ESCRITURA

EL NUEVO TESTAMENTO: ASOMBRO Y PARADOJA

JESÚS, ¿HOMBRE O DIOS?

ARRIO

LA RESPUESTA DE NICEA

LA RECEPCIÓN DE NICEA

LA ACTUALIDAD, 17 SIGLOS DESPUÉS

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