Pliego
Portadilla del Pliego nº 3.146
Nº 3.146

El corazón de Cristo, misterio que se ha de vivir

Abordo con temor y temblor un gran misterio de amor que nos sobrepasa y nos inunda sin que nosotros lleguemos a descubrir cuál es la anchura, la altura, la largura y la profundidad de ese misterio de amor (cf. Ef 3, 18). Es un misterio que, de manera especial, ha sido revelado a los sencillos y que no acaban de descubrir los sabios y entendidos de este mundo.

Mirad, contemplando la vida de Cristo en los evangelios, hay dos actitudes que me impresionan sobremanera: una, cuando llora; y otra, ante el fracaso apostólico o evangelizador.

Sí, Cristo llora ante la tumba de su amigo Lázaro, y llora también cuando contempla, desde el monte de los Olivos, la ciudad de Jerusalén.

“Jesús preguntó: ‘¿Dónde le habéis enterrado?’. Le contestaron: ‘Señor, ven y lo verás’. Jesús se echó a llorar” (Jn 11, 34-35).

“Al acercarse y ver la ciudad, lloró sobre ella, mientras decía: ‘¡Si conocieras tú también en este día lo que conduce a la paz!’. Pero ahora está escondido a tus ojos” (Lc 19, 41-42).

Y Cristo, ante la experiencia de fracaso en su ministerio público en Galilea, se sitúa con una actitud también sorprendente, que muestra su gran corazón de pastor que ama a sus ovejas. Hace esta preciosa oración que deberíamos saber hacer siempre nuestra:

“Yo te bendigo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a sabios e inteligentes, y se las has revelado a pequeños. Sí, Padre, pues tal ha sido tu beneplácito. Todo me ha sido entregado por mi Padre, y nadie conoce al Hijo sino el Padre, ni al Padre le conoce nadie sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar. Venid a mí todos los que estáis fatigados y sobrecargados, y yo os daré descanso. Tomad sobre vosotros mi yugo, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas. Porque mi yugo es suave y mi carga ligera” (Mt 11, 25-30).

En esos pasajes evangélicos aparece el corazón de Jesús sensible, lleno de ternura y amor, cercano a todas y cada una de las personas, las ama tal como son y en las circunstancias en las que están.

En el pasaje de san Mateo, que acabo de leer, el punto de partida es el estupor y el rechazo que suscitó la figura de Juan el Bautista. Aquel predicador austero y libre entre los dos testamentos era el Precursor, no solo porque anunciaba al Enviado definitivo, sino porque el rechazo que experimentó su anuncio de conversión fue el preludio del rechazo del Evangelio encarnado en Jesús por parte de los mundanos. “¿Qué salisteis a ver?”, les increpó Jesús. Sus expectativas nada tenían que ver con el reclamo de Juan a disponerse a la llegada de un Mesías tan hermanado con los pobres y sencillos. El rechazo de Juan es figura de la contestación que experimentó el Señor por los mismos motivos: el radical desencuentro entre lo que Jesús propone y lo que ellos esperaban en su imaginario desordenado.

La crítica de Jesús es muy significativa. Les tacha de insensibles, aludiendo a aquella tonada de los juegos infantiles: ni habéis bailado al ritmo de la flauta, ni os habéis conmovido con un triste lamento. Ni les afectó el rigor del Bautista, ni les sacudió la cordialidad de Jesús tan próximo a todos. Todo fue objeto de rechazo: la ascesis del Bautista, que denunciaba sus vidas confortables; y la cercanía de Jesús a los marginados, que les descolocaba de sus seguridades.

Jesús se presenta en las antípodas de esa insensibilidad. En su corazón se nos revela el misterio de la ternura divina. El abismo insondable del amor de Dios Padre se ha vertido en el corazón humano del Hijo, y se nos ha hecho absolutamente próximo y accesible por el don del Espíritu. Este amor encarnado en el que se nos entrega la misma Trinidad, y en el que nuestro modo humano de sentir y de amar se abre a la comunión del Padre, del Hijo y del Espíritu, constituye el misterio central de nuestra fe.

Misterio, en verdad, por cuanto estaba escondido en su humanidad. Manifestado, sin embargo, en un modo de sentir y de amar con un corazón semejante al nuestro. A partir de la presencia del Verbo entre los hombres, el misterio de Dios no es solo un misterio insondable, sino también un misterio pasible. Un misterio de amor vulnerable, sujeto al frío y al calor, a la fatiga, al hambre, a la sed, sensible sobre todo al desdén, y aun al violento rechazo de quienes no lo reconocen como fuente de vida. Un misterio donde el querer divino se ha hecho tan próximo a los hombres, que llora con sus penas y se goza con el consuelo de quien se sabe amado y rescatado.

Pero el misterio de ese abismo de amor, hecho presente en los dichos y hechos de Jesús de un modo tan entrañable y tan absolutamente próximo, no es accesible para todos. La dureza de corazón de no pocos les impidió, y les sigue impidiendo, reconocerlo. Jesús se refiere a los que lo han percibido con una categoría sorprendente: los pequeños (nêpíois, cf. Mt 11, 25). ¡Qué sorprendente paradoja: ¡lo más grande solo es accesible a los pequeños!

Evidentemente, Jesús se refiere a una minoridad cualificada. Mientras que en las cartas apostólicas el uso de ese término se refiere a los que aún no han madurado, en los evangelios se usa solo para designar a los sencillos que acogen sin doblez, con humildad, el don de Dios revelado en Jesucristo.

¿No os parece que esto explica por qué la devoción al Sagrado Corazón es una devoción del Pueblo de Dios sencillo? Esta devoción no es para los superdotados, ni para los engreídos por su saber, ni tampoco para los que persiguen la verdad con sus argucias intelectuales. La imagen del Sagrado Corazón preside los hogares más sencillos de las familias cristianas, brilla con luces multicolores en los poblados católicos de la India, orna la modesta sala multiusos africana y recibe al huésped en la casita de lata latinoamericana como la mejor bienvenida para los que a ella se acercan. (…)

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Índice del Pliego

1. Revelado a los sencillos

2. En Vos confío

3. Prontos a ayudar a todos

Francisco y el corazón misericordioso

Acto de confianza en Dios

Oración de la renovación de la consagración de España al Corazón de Jesús

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