Pliego
Nº 3.155

Adviento 2019: La alegría de esperar al “jefe”

La culpa la tiene Amazon. Desde que comprar algo es tan fácil, tan directo y, sobre todo, llega tan pronto, cuesta mucho más tener paciencia, esperar. Nos ocurre cada vez que pedimos algo: ¡que llegue cuanto antes! Queremos que se materialice de inmediato y que ya podamos disfrutarlo, aunque no tengamos necesidad.

Aumenta nuestra ansiedad que, de todas formas, se acaba en cuanto llega el paquete… para volver a aparecer con el siguiente pedido. De hecho, a través de nuestros móviles podemos incluso hacer un seguimiento en tiempo real de dónde está nuestro paquete. Recibimos instrucciones inmediatas y fiables y nos quejamos –con razón– si no se cumplen los plazos.

Los que nos decimos cristianos y hemos recibido esta tradición estamos también totalmente contaminados por esta tendencia. Lo que ocurre es que deberíamos ser “expertos en esperar”, pero nos cuesta mucho. Los tiempos de la Iglesia nunca han sido rápidos, mucho menos inmediatos y cualquier cambio o novedad se han hecho de rogar.

Y ese esperar no encaja en nuestro mundo. En realidad, las esperas de las que estamos hablando son larguísimas: ya para los antiguos judíos la espera duró… ¡siglos! Me pregunto si nuestra sociedad del disfrute efímero será capaz de seguir esperando.

A veces nos ocurre que, esperando, nos ponemos muy nerviosos… pero de otra forma. Si estamos esperando a alguien en el aeropuerto, podemos estar inquietos por si nos ponen una multa o si nos hemos confundido de terminal. Aún más si estás esperando a alguien importante, a algún “jefe”. Recuerdo la primera vez que vi a nuestro antiguo Superior General. Éramos dos novicios y a ambos nos gustaba salir del metro unas paradas antes y caminar un poco, pero el día en que “el jefe” venía a presidir una celebración en el centro de estudios, calculamos mal y llegamos tarde.

Estábamos tan azorados que subimos corriendo las escaleras, prácticamente saltando, y por poco no atropellamos a un señor bajito y calvo que nos abrió la puerta con evidente alivio por nuestra parte… Solo pensábamos en que el acto no parecía haber empezado, así que respiramos y, al mirar hacia atrás, cuál es nuestra sorpresa cuando vemos al señor calvo que nos había abierto la puerta… y resulta que era el Superior General, que nos observaba con una franca sonrisa, perdonando la proverbial “ligereza” de dos novicios desbocados. Nosotros, tan obsesionados por presentarnos debidamente al “jefe”, y resulta que es él el que nos abre la puerta. Todo un reflejo del Adviento.

El que espera… des-espera

No es fácil esperar. Implica paciencia, serenidad y, sobre todo, confianza. Es evidente que no esperamos igual si el resultado que aguardamos es bueno o si es algo que nos preocupa. A veces, incluso, estamos nerviosos sin saber muy bien por qué, o sin querer saberlo, y necesitamos alguna actividad que nos devuelva la alegría, que nos permita ver la vida con esperanza.

En la película ‘Un don excepcional’ lo representan con mucho acierto. La niña protagonista acaba de tener un gran disgusto y a su tío y tutor se le ocurre llevarla a un lugar que muchos no relacionaríamos, precisamente, con la alegría: la fría sala de espera de un hospital.

Allí, tras varias horas de monotonía y aburrimiento, la protagonista por fin ve por qué era importante estar ahí: una familia, a la que no conocen de nada, está también esperando… el nacimiento de un bebé. Y, finalmente, sin diálogo, sin efectos ni alharacas, es evidente que todo ha salido bien y que ha nacido un nuevo miembro de la familia.

El cansancio ya no importa: la alegría y la esperanza hacen bailar, cantar, disfrutar y emocionarse. La propia niña protagonista, que se ha dedicado a renegar de estar allí perdiendo el tiempo, siente ese gozo y lo hace vida, aunque los padres sean unos desconocidos.

Intentemos hacer una lectura desde la fe de la escena: un nacimiento es un acontecimiento maravilloso, de esos que causan alegría, aunque no queramos, incluso aunque no nos toque de cerca, como le pasa a la niña. Nosotros en el Adviento recordamos (es decir, volvemos a pasar por el corazón) un nacimiento de hace más de 2000 años, en un lugar remoto de un Imperio largamente destruido.

No solo es lejano, sino que se puede convertir en algo tan repetitivo, tan rutinario, que deje de decirnos nada. Si no podemos “volvernos niños” (¿a que es muy diferente la Navidad cuando hay niños en casa que cuando no hay?), necesitaremos otras herramientas para prepararnos debidamente, es decir, para no des-esperar, sino tener esperanza.

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Índice del Pliego

  • El que espera… des-espera
  • Preparándonos para la espera
  • La alegría de la espera
  • El “jefe” que viene
  • La espera confiada
  • Una canción sobre la confianza que complica
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