El 29 de octubre de 2024 una DANA azotó el este de España, con efectos letales. Hasta 237 personas fallecieron como consecuencia de las inundaciones, además de los cuantiosos daños materiales, cifrados en 17.000 millones de euros. De fondo, un fango político ante la ausencia de alertas previas a la población y una escasa capacidad de reacción institucional en los días posteriores que podría haber evitado no pocas muertes y reducido el impacto de la catástrofe natural.
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Reconstrucción
Un año después, el duelo en las poblaciones valencianas más castigadas por el temporal permanece, al igual que la indignación, entre otros motivos, porque las ayudas prometidas por las administraciones llegan a cuentagotas. Si reconstruir las zonas afectadas está siendo complicado, más aún lo es recobrar la confianza perdida de la gente.
Dana de Valencia
Es ahí donde la Iglesia –a pie de parroquia, colegio, residencia y otras tantas obras apostólicas– ejerció y ejerce desde el primer minuto como puente de esperanza y concordia en medio de la incertidumbre y la desazón que amenazan todavía hoy con traducirse en rabia y crispación. Embarrándose con el pueblo y por el pueblo.