Editorial

El trampolín de las universidades eclesiásticas

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La misión educativa debe tener siempre como meta la excelencia, entendida como una apuesta por empapar a los docentes y a los alumnos de una calidad evangélica que sea palpable, lo mismo en el aula que en las tareas de investigación. De ahí la relevancia de la nueva constitución Veritatis Gaudium, que no debe ser interpretada como una mera actualización de su predecesora, en tanto que abre caminos más allá de adaptarse al marco de Bolonia y de someterse a auditorías que certiquen la apuesta por una educación que tenga como centro a la persona.

La Santa Sede busca auditar algo más profundo: las raíces de las universidades y facultades eclesiásticas. Solo desde un profundo análisis que fundamente desde dónde se educa, estos centros de estudios podrán convertirse en verdaderos “laboratorios culturales” como pide el Papa, que sean capaces de abordar las diferentes competencias teológicas y canónicas para evitar que se queden aisladas de la realidad circundante, y sean trampolín para favorecer el diálogo con el mundo que las envuelve, con la mirada puesta en promover un encuentro de lo trascendente con el hombre y la mujer de hoy.

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