Editorial

Toda la Iglesia a la cárcel

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Una labor tan cotidiana como silenciosa. La Iglesia lleva ocho siglos acompañando a los presos, con la mirada siempre puesta en devolverles la dignidad y promover la reinserción. Aquella mirada profética de los mercedarios ha llevado hoy a que la comunidad eclesial a sea pionera en la atención entre rejas al margen de raza, credo, condición sexual…

Sin embargo, al igual que ocurre en los hospitales y en el ámbito militar, la presencia de los capellanes de prisiones viene siendo cuestionada en los últimos años por aquellos que agitan la bandera de un laicismo mal entendido. Un ataque que nada tiene que ver con la valoración que hacen tanto de los reos como de los funcionarios de instituciones penitenciarias. Dentro y fuera de nuestras fronteras, como certifica María José Carrascosa, la madre coraje que pasó nueve años en una prisión estadounidense, donde tuvo el apoyo permanente de un sacerdote español, el respaldo del cardenal Carlos Osoro y la oración del Papa.

Quienes permanecen instalados en la teoría laicista suelen tirar del factor económico para tirar por tierra esta entrega. La realidad es que el convenio firmado en 1993 con el Estado que aborda la compensación a los capellanes se reduce a unos baremos que hoy resultan irrisorios. Su salario apenas llega a los 600 euros para un servicio que de media se traduce en jornadas de 36 horas semanales. Esta inestabilidad situaría a los 140 curas que hoy prestan sus servicios en las cárceles en una situación de precariedad, si no fuera por los convenios establecidos con Ayuntamientos y Autonomías, pero, sobre todo, a través de la inyección directa de los fondos diocesanos y de las congregaciones religiosas.

Es más, se calcula que la Iglesia aporta unos 200.000 euros anuales para la atención directa de los internos –desde ropa a tarjetas de teléfono-, mientras que destina hasta un millón de euros para pisos de acogida con programas de reinserción. A ello se unen cerca de 2.500 voluntarios.

La pastoral penitenciaria concentra todas las marginaciones y pobrezas de la sociedad en un espacio: el ladrón, el drogadicto, el enfermo mental, el migrante, la mujer maltratada, corruptos… Por ello urge visibilizar esta labor en la sociedad, pero también en la propia Iglesia. Corresponde a los obispos concienciar a los seminaristas y laicos para revitalizar esta dimensión vocacional y de servicio.

Para toda la Iglesia, hoy como ayer, es un imperativo abrazar a los presos en todas sus dimensiones, de la oración a la acción, eliminando toda estigmatización, con la mirada de misericordia que Jesús que libera. “Porque estaba en la cárcel y me visitasteis”.


FONDO (SOLO SUSCRIPTORES)

  • María José Carrascosa, nueve años en prisión en Estados Unidos: “La cárcel me ha reafirmado en mi fe”. Por Andrea Pérez Egido (Londres)
  • Reportaje: La Iglesia en salida que se mete entre las rejas. Por Miguel Ángel Malavia
  • Entrevista: Florencio Roselló (CEE): “¿Una prisión sin capellanes? El que perdería sería el pobre”. Por M. Á. Malavia
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