Editorial

Renacer como hermanos

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Francisco ha retomado en Irak su agenda internacional tras un año de parón por el coronavirus. Al contexto pandémico se sumaban los peligros vinculados a la seguridad de un destino que continúa siendo un polvorín, como se constató con los ataques sufridos en las semanas previas a su viaje. El mero hecho de que no se haya producido el más mínimo incidente ni contra el Papa, pero, sobre todo, contra aquellos que participaron en los actos convocados, supone un éxito.



Como el propio cardenal comboniano Miguel Ángel Ayuso, uno de los principales artífices de esta particular gesta ha confesado a Vida Nueva, se trataba de una apuesta arriesgada, pero bajo ningún concepto improvisada. “No se ha dejado ningún detalle fuera”, valora el presidente del Pontificio Consejo para las Relaciones Interrelegiosas.

Tres focos

Y es que, a posteriori, se puede constatar que esta visita se ha desarrollado en torno a tres focos que han coincidido prácticamente con las tres jornadas de peregrinación. El día de su aterrizaje centró sus esfuerzos en las autoridades iraquíes. Su sola presencia se puede interpretar como un aval para la democratización de un país en la persona de su presidente, Barham Salih, un kurdo moderado, que busca recuperar la convivencia herida.

A la vez, implica empoderar a un Gobierno que apuesta por la unidad en la pluralidad, como alternativa al enjambre dictatorial de los países del entorno. Con este respaldo, Francisco también da un tirón de orejas a la comunidad internacional para que no juegue con el país como una ficha dentro del tablero de intereses políticos, económicos y armamentísticos.

Encuentro interreligioso en Ur. Irak

Su segundo día en Irak se volcó en dar un impulso al diálogo interreligioso. Si en 2019 sellaba algo más que una alianza con el máximo representante del mundo musulmán suní, el gran imán de Al-Azhar, ahora daba un paso más al reunirse con el gran ayatolá Al-Sistani, voz de los chiíes. Estos dos puentes suponen un salto a la hora de recorrer un camino común de la paz con el islam, unidos en la defensa de la dignidad de la vida y la justicia social.

Desde la llanura de Ur y unido a otras tantas ramas y confesiones, solicitó dar un paso al frente a todos los líderes creyentes para que la violencia y el terrorismo no se cuelen por una sola rendija de los credos.

Católicos doblemente castigados

Cerró su agenda el Papa con un domingo que dedicó a consolar y animar a la comunidad cristiana iraquí. Unos católicos doblemente castigados. Primero, por la guerra que sufrió todo el pueblo. Y, posteriormente, por el aniquilamiento promovido por el Estado Islámico, que acabó en martirio y exilio. Desde las ruinas de Mosul, el sucesor de Pedro abrazó su dolor, les alentó a ser promotores de concordia entre sus vecinos, pero también defendió su derecho a confesar la fe en Jesucristo sin que eso implique ser considerados ciudadanos de segunda.

A tenor de la minuciosidad con la que se ha preparado este viaje, no cuesta deducir que supone un hito fundamental para el pontificado de la Iglesia en salida, por una trascendencia que va más allá de regresar a Roma después de hacerse presente entre las ruinas de algo más que un conflicto armado o de haber acortado distancias con un líder espiritual de relevancia.

Un nuevo estilo

En estos días, el sucesor de Pedro no se ha erigido a sí mismo como un mediador político, un estratega religioso o un gurú espiritual. Francisco, simplemente, llegó como un hijo de Dios que se siente hermano de los unos y de los otros, sin ofrecer lección alguna. Tan solo con un anhelo que compartir con todos: “Miramos al cielo y caminamos en la tierra”

Irak se ha convertido en el primer destino donde ha podido aplicar la encíclica ‘Fratelli Tutti’, su apuesta de un nuevo orden mundial, un innovador estilo de relaciones entre las confesiones y una renovada presencia de la Iglesia en medio de la sociedad. Un país y un pueblo, castigados por el fanatismo, que buscan renacer. Una reconstrucción que no solo necesita la tierra de Abraham, sino que se erige en hoja de ruta universal de la mano de una fraternidad que se forja en lo cotidiano y lo local, y, a su vez, en lo global.

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