Editorial

Laicos: el motor del mundo

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Madrid acogerá del 14 al 16 de febrero el Congreso de Laicos, una iniciativa inédita en su planteamiento sinodal que busca ser un revulsivo para los cristianos españoles. Este punto de partida podría llevar al postulado erróneo de que únicamente es la hora de los laicos, cuando en realidad es la hora de todos, consagrados y seglares, desde una relación de corresponsabilidad y complementariedad.

Un reto que, como todas y cada una de las apuestas de Francisco, exige una conversión personal y de estructuras, ministerialidad incluida. Esto implica desinstalarse de los modelos de ser y hacer actuales para pasar a la pirámide invertida, en la que el clero abandone la tentación de situarse como único garante de la catolicidad, y el laico ha de dejar el sillón de espectador para ser sujeto activo.



Todo esto, desde la conciencia de que toda reforma ha de hacerse inserta en el mundo. No tendría sentido este congreso solo para crear un asociacionismo “estufa” o enmarañarse en una pastoral de la supervivencia. Con una mirada realista en la que la Iglesia ha dejado de ser el epicentro social, ser seguidores de Jesús de Nazaret pasa hoy por erigirse en minoría creativa en medio de la globalización de la indiferencia, la cultura del descarte y una economía que mata.

Para ello, es urgente potenciar la caridad política como parte de su misión evangelizadora, como un compromiso en todas las esferas de la vida pública, desde la colaboración y cooperación, sin levantar muros ni cordones sanitarios ante el que piensa o siente diferente. Eso no edulcora el hecho de ser voz de denuncia ante las injusticias y en defensa de los derechos fundamentales, siempre y cuando se haga desde la autoridad del servicio a los últimos, en la periferia.

Todo lo contrario, anima a la proactividad desde propuestas que promuevan la esperanza, la mejora de la convivencia y, sobre todo, que sean motor de transformación de la realidad para hacer realidad el Reino. Así, la laica y el laico del siglo XXI podrán evangelizar a sus coetáneos y reconectar con aquellos que se fueron o que nunca han pisado una Iglesia. Desde la credibilidad de aquellos que se saben y se sienten auténticos discípulos misioneros.

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