Editorial

La Iglesia en 2050: proyectar en futuro

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Proyectarse en un futuro más o menos lejano no es un mero juego de ensoñaciones para perder el tiempo, sino signo de madurez y responsabilidad. Cuando están a punto de cumplirse cinco años de pontificado, la reconversión eclesial promovida por Francisco, que busca aplicar en plenitud el Concilio Vaticano II, se plantea precisamente desde esta perspectiva, para adentrar a la Iglesia en la dinámica de abrir procesos de cambio, de la renovación paulatina implementando reformas graduales, aunque en ocasiones la urgencia exija dar algún que otro volantazo.

Propuestas a corto, medio y largo plazo que tienen como horizonte una Iglesia en salida enraizada en el Evangelio de Jesús, sin lastres históricos y capaz de sanar las heridas de los hombres y mujeres de hoy. Para ello, debe ponerse frente a sí misma para reconocerse en sus propias debilidades y abrazarlas. Este proceso de discernimiento pasa por poner en duda si fuera necesario las estructuras establecidas, por dejarse interpelar por cuestiones aparentemente incómodas y borrar las respuestas prefabricadas.



En el caso de España, la Iglesia se enfrenta a no pocos desafíos, tan delicados como apasionantes, ante los que replegarse es la única opción que no se puede contemplar. El mañana no se puede evitar ni improvisar, menos aún cuando en el horizonte ya se anuncia el envejecimiento de la población, la secularización, la falta de vocaciones al sacerdocio y a la vida consagrada, el clericalismo que frena al laicado y a la mujer… No se avecinan tiempos mejores ni peores, simplemente diferentes, en los que habrá que replantearse el papel ante el Estado, el sistema de financiación, la presencia de la religión en el aula y en la vida pública, los conciertos escolares… Nadie como un cristiano está llamado a encontrar destellos de resurrección ante aparentes escenarios mortecinos. Solo desde una audacia profética bañada de creatividad se puede superar este vértigo inicial.

Este ejercicio de reflexión ha de acometerse en todos y cada uno de los ámbitos eclesiales, desde la esfera personal a la comunitaria: parroquias, diócesis, movimientos, congregaciones, Conferencia Episcopal… Es hora de ponerse manos a la obra para construir un modelo de Iglesia más sinodal, inclusivo y abierto al diálogo con el mundo.

Solo con esta capacidad de análisis desde la realidad actual y futura se podrá dejar el terreno allanado para los niños y jóvenes de hoy, que serán los católicos adultos del mañana. De lo contrario, quedarse atrapados en buscar salida únicamente a lo inmediato revertirá en un frágil legado que les obligará a hacer frente a grietas más profundas y peligrosas para la casa de la Iglesia.

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