Editorial

La contemplación, en números rojos

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A los conventos de clausura les cuesta llegar a fin de mes. La actual carestía vocacional se traduce en una falta de relevo generacional que hace que el invierno demográfico, que tiene un impacto directo en el sistema de pensiones del país, se cebe especialmente en monasterios envejecidos, donde los subsidios de las mayores no son suficientes para pagar los gastos básicos de mantenimiento, sanidad o alimentación.



A esto hay que unir las dificultades que encuentran para obtener ingresos económicos de las que, hasta anteayer, eran sus principales vías de sustento. Las ventas de productos artesanales se han reducido, al igual que los donativos y ayudas recibidas de un entorno rural que también sufre la despoblación.

No son pocas las monjas y monjes que han buscado alternativas laborales acomodándose al actual contexto socioeconómico, en algunos casos actualizando su cartera de productos o sus métodos de venta. En otros, dando un salto para asumir empleos que, sin romper con el ser y hacer de la vida contemplativa, sí suponen cambiar los hornos pasteleros por los servicios informáticos. Pero no parece suficiente una mera apertura de puertas para salir adelante. Por ello, urge una reflexión profunda por parte de las propias comunidades sobre cómo hacer realidad la vida contemplativa en un mundo del que no pueden permanecer aisladas. Una monja contemplativa no está llamada a ser empresaria, pero sí emprendedora a la manera de Teresa de Jesús, con plena confianza en la providencia, pero con capacidad creativa para renovarse, formación en gestión incluida.

De la misma manera se requiere cierta corresponsabilidad con y de la diócesis a la que pertenecen, llamada a acompañar y asesorar a los monasterios. No en vano, si los contemplativos sostienen la acción de la Iglesia local con su oración, qué menos que esta responda, por ejemplo, con hermanamientos que velen por su supervivencia, como plantea la Archidiócesis de Toledo.

Esto exige fortalecer la mutua confianza. Los conventos deben dejarse cuidar e iluminar por su Iglesia, sean los pastores u otras instituciones de referencia como Claune, en lugar de dejarse llevar por otro tipo de asesores externos. Dentro de la autonomía imprescindible de cualquier convento, la petición de la Santa Sede para promover las federaciones, constituye otro recurso fundamental. Ante un temporal que no parece amainar, no cabe situarse como islas a la intemperie, sino como comunidad de comunidades para garantizar la supervivencia del ora et labora como patrimonio eclesial al que no puede ni debe renunciar, sino que debe proteger.