Editorial

Jugárselo todo por la paz

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En el vuelo de regreso de Kazajistán, durante el encuentro con los periodistas, el Papa pronunció más de veinte veces el verbo dialogar y el sustantivo diálogo. En no pocos foros, especialmente los políticos, se ha convertido en un vocablo tan recurrente como vaciado de contenido para presumir de tender puentes con el diferente, cuando en realidad no se está dispuesto a escuchar al otro.



Sin embargo, en el caso de la diplomacia vaticana, el diálogo forma parte de su ADN. No siempre es bien acogido, incluso desde ambientes católicos, tal y como han experimentado los predecesores de Francisco ante las diferentes crisis internacionales que abordaron. Al contemplar el drama humano que se vive en Ucrania o Nicaragua, resulta inevitable dejarse llevar por arrebatos que devienen soluciones salomónicas, emocionales y reaccionarias.

Aunque se desee acabar de una estocada con el sufrimiento y la injusticia, dejarse atrapar por la rabia y la indignación ante los comportamientos dictatoriales, desemboca en una espiral imparable de violencia. Teniendo en cuenta el poder destructor de las grandes potencias, se suma la posibilidad real de que el apocalipsis deje de utilizarse como metáfora para precipitarse hacia el precipicio de la literalidad nuclear.

Frente a esas tentaciones cortoplacistas, el Vaticano apuesta por una minuciosa labor artesanal de negociación, basada en el multilateralismo como propiciador de soluciones integradoras hacia la reconciliación, desde la primacía de la justicia y el derecho.

Y todo, sin caer en planteamientos idealizados, despegados de la realidad. Bajo ningún concepto se trata de una neutralidad al estilo Pilatos, que busque la equidistancia con los opresores con tal de no perjudicar los intereses eclesiales particulares. Dialogar ni mucho menos es sinónimo de claudicación, como apunta Francisco al respaldar ante los periodistas la legítima defensa del pueblo ucraniano, pero sí de la urgencia de una reflexión renovada del concepto de ‘guerra justa’.

Fraternidad universal

Hoy, a los pilares ejemplares de la diplomacia pontificia se suman los principios teológicos bergoglianos: el tiempo es superior al espacio; la unidad prevalece sobre el conflicto; la realidad es más importante que la idea; el todo es superior a la parte. Para Francisco, no hay más geopolítica estratégica que la fraternidad universal. Así, defender la paz, los derechos humanos y la dignidad de los más vulnerables exige equidad, discreción y paciencia infinita, al apostar por el diálogo como la vía para evitar, hasta el último aliento, que todo salte por los aires y cualquier tipo de represión, masacre o guerra. Aunque la Iglesia se juegue la vida en ello.

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