El 7 de octubre se cumplen dos años del ataque terrorista perpetrado por Hamás en territorio israelí que asesinó a 1.195 personas y secuestró a 251 más que fueron llevadas a la Franja de Gaza. Desde ese momento, arrancó una contraofensiva militar, capitaneada por el primer ministro Benjamin Netanyahu. Se calcula que, a día de hoy, han muerto más de 70.000 gazatíes como consecuencia de los ataques del ejército israelí. Con el objetivo inicial de acabar con la organización yihadista, está provocando una masacre y una tragedia humanitaria sin precedentes. Respetando el derecho a la legítima defensa frente a un atentado execrable, no justifica esta reacción letal, que está aniquilando a la población palestina, convertida en rehén de unos y otros.
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En medio de esta encrucijada, los gritos de los gazatíes y de la comunidad internacional parecían caer en saco roto. Prueba de ello es la huida hacia delante escenificada por Netanyahu en defensa de su estrategia ante el plante de la mayoría de las delegaciones nacionales que participaban en la Asamblea General de la Naciones Unidas, celebrada a finales de septiembre.
Sin ser perfecto
Justo cuando el debate de la ONU culminaba, desde la Casa Blanca se vislumbraba una salida al conflicto. El presidente de Estados Unidos, Donald Trump, con el visto bueno del líder israelí, anunciaba el 29 de septiembre un plan de paz que incluye la creación de un Gobierno de transición sin presencia de Hamás, la desmilitarización de la Franja y la posibilidad de negociar en el futuro un Estado palestino.
Ataque de Israel en Gaza
A buen seguro que, en los próximos días y semanas, esta propuesta se topará con innumerables obstáculos, y hasta parecerá quebrarse. Sin embargo, con sus debilidades y suspicacias, esta hoja de ruta, que cuenta con un respaldo significativo tanto de Oriente como de Occidente, abre una ventana a la esperanza. No será el plan perfecto, ni para unos ni para otros, pero permite comenzar a desenredar un macabro escenario, con el empeño de que se logre un alto el fuego permanente, para así detener el martirio al que está siendo sometido un pueblo, liberando a los rehenes, facilitando la entrada de ayuda humanitaria y frenando un éxodo dramático.
En el horizonte, queda el anhelo de que, lejos de ser un acuerdo cogido con alfileres, se logre una paz justa y duradera que permita poner las bases para que se puedan crear los Estados de Israel y Palestina, como única vía de futuro en conformidad con las resoluciones de la ONU, el reconocimiento mayoritario de los países a lo largo y ancho del planeta, y el planteamiento que ha defendido y defiende la Iglesia, con los papas al frente. Por derecho y por dignidad, para lograr esa paz “desarmada y desarmante” con que sueña León XIV.