Editorial

Encarnar la primera Navidad

Compartir

La humanidad afronta la Navidad de 2020 en un contexto completamente diferente al de los años anteriores. Si la emergencia sanitaria ha obligado a modificar las dinámicas vitales en todos los rincones del planeta a lo largo de este año, tampoco se escapan a la ‘nueva normalidad’ estos días festivos.



Lamentablemente, serán unas fechas más que complicadas para los familiares de los más de 1,64 millones de personas que han fallecido este año víctimas del coronavirus, así como para todos aquellos que están sufriendo los latigazos económicos y sociales que ha provocado la pandemia, especialmente para quienes ya estaban condenados a la exclusión.

Además, quien más quien menos está experimentando en primera persona el miedo, el desamparo, la fragilidad, las restricciones, la austeridad, la tensión…  Sentimientos que, a buen seguro, experimentaron José y María en la primera Nochebuena. Aquella pareja de migrantes, a quien nadie daba cobijo, solo encontraron sitio en la periferia de un pueblo de periferia, en un establo, entre animales. Humanamente, el contexto no invitaba ni al espumillón ni a la algarabía.

No serán pocos los que, por primera vez, obligados por la pandemia a eliminar los edulcorantes de su propia vida, sean capaces de contemplar el relato de la Natividad despojado de adornos, en su desnudez literal, que solo se viste de una pobreza que no era simbólica, sino tan real como el nacimiento del Hijo del Hombre en un pesebre.

Anticuerpos de justicia y caridad

Allí, en la miseria de una cuadra, en el contexto más desfavorable, se cumple la promesa de la salvación, nace la Esperanza definitiva, que nada tiene que ver con remiendos de optimismo o ilusorios rebrotes de entusiasmo y euforia. En Belén se acuna un consuelo que no es un placebo, sino la respuesta definitiva a las inquietudes más profundas del ser humano, esas que se han convertido en interrogantes inquietantes durante estos meses de confinamiento.

Jesús nace este año cuando comienzan a suministrarse las primeras vacunas que pretenden acabar con la plaga del COVID-19. Dios se encarna como la única dosis de vida plena e infalible, a coste cero y de distribución inmediata, capaz de generar esos “anticuerpos de la justicia, la caridad y la solidaridad” que Francisco considera imprescindibles para salir de la actual crisis de humanidad que padece la propia humanidad.

Que la imposición por decreto de límites de aforo y toques de queda sea punto de partida para un recogimiento interior que permita hacer un camino inverso, el que pasa por ensanchar el corazón más que nunca para poder encarnar esa primera Navidad, la de la soberana pobreza, la del Dios que se hizo vulnerable, la de la fuente de toda alegría.

Lea más: