Editorial

El hogar de las maltratadas

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Mayo se ha cerrado con ocho asesinatos por violencia de género en España, más de la mitad de todos los cometidos en 2021. A estas alturas, la condena, la indignación y el duelo por estas seis mujeres y un niño se quedan cortos ante un drama de dimensiones inabarcables para unos poderes públicos que siguen sin poner todos los medios a su alcance.



La Iglesia tampoco puede mirar para otro lado cuando las víctimas de estas agresiones son una más en misa, vecinas de la parroquia, madres de los colegios católicos… No se puede caer en una complicidad por dejación, no rastrear a estas víctimas por falta de atención a los gritos silenciosos que lanzan y son ignorados.

Además de abrir más los ojos y oídos para descubrir esta vulnerabilidad que pasa por delante, urge una formación básica para agentes de pastoral, de tal manera que los templos sean centros de detección y denuncia del maltrato. Pero, sobre todo, que ellas perciban a la Iglesia como su hogar de acogida y protección frente al infierno de su casa.

Es cierto que no faltan programas de atención y acompañamiento en congregaciones y delegaciones de familia, pero habría que extender estos protocolos de ayuda a todo el espacio eclesial. Es más, a medida que se avance en poner coto a la lacra de la pederastia eclesial, las recién creadas oficinas de atención podrían ampliar sus servicios para dar respuesta también a esta violencia intrafamiliar.

Resulta primordial una mayor sensibilización en toda la comunidad cristiana, también en la liturgia. Hoy por hoy, no existe una jornada de oración por las maltratadas, ni hay una mención frecuente en la oración de los fieles. No es habitual que la cuestión se aborde en cartas episcopales, pero tampoco en homilías. Más aún, resultaría letal que, desde el altar o en una catequesis, se llegue a lanzar la más mínima insinuación que culpabilice o revictimice a la mujer. Menos todavía dejarse atrapar por mantras ideológicos, cuando una paliza es una paliza y lo que está en juego es la vida.

“Hasta que la muerte nos separe”

No se puede justificar la más mínima violencia física o verbal, convirtiendo en falacia el matrimonio para toda la vida o el sometimiento malentendido de la carta a los Efesios, cuando la realidad esconde a un depredador disfrazado de esposo y padre. El “hasta que la muerte nos separe” nunca puede ser sinónimo de “aguanta hasta que tu verdugo te mate porque estáis casados”.

En este quinto aniversario de ‘Amoris laetitia’, la Iglesia está llamada a dar un paso al frente y comprometerse con las víctimas de la violencia machista. No es un invento ni una moda, sino una misión prioritaria para Jesús, que no tuvo problema en jugársela por rescatar a tantas mujeres vejadas y apedreadas con las que buscó encontrarse.

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