Editorial

El bien común como eje

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Ea Fundación Pablo VI, de la mano de la Cátedra José María Martín Patino, celebró el 17 de septiembre un coloquio en el que participaron el presidente de la Conferencia Episcopal Española, Luis Argüello, y el presidente de la Generalitat de Cataluña, Salvador Illa. La mera convocatoria, vista como algo excepcional, pone de manifiesto lo inédito que todavía se considera que un arzobispo y un responsable público compartan espacio, que un pastor y un cristiano socialista conversen con naturalidad. La crispación y el populismo que campan a sus anchas por todas las latitudes han contribuido a dilatar las distancias en las relaciones Iglesia-Estado, con imposturas que se han traducido en una dialéctica de contrarios, incluso de enemigos.



De ahí la relevancia de este coloquio en que el arzobispo de Valladolid y el primer secretario de los socialistas catalanes compartieron una misma visión sobre la urgencia de contagiar esa cultura del encuentro que abanderaba el papa Francisco, una misión que ha asumido como propia León XIV. En su primera entrevista en estos cuatro meses de pontificado, Robert Prevost expone que “la manera de tender puentes es principalmente a través del diálogo”. Asimismo, el Papa se lamenta de que el término “polarización” se haya convertido en la palabra de moda: “Debemos seguir recordándonos el potencial que tiene la humanidad para superar la violencia y el odio que nos dividen cada vez más”.

Luis Argüello, Jesús Avezuela y Salvador Illa

Luis Argüello, Jesús Avezuela y Salvador Illa

Acoger la polaridad

Luis Argüello y Salvador Illa ahondaron en esta necesidad de dialogar acogiendo la polaridad, esto es, la reciprocidad que nace al reconocer al otro como diferente, para edificar juntos un pensamiento compartido, creativo y fecundo, aun cuando no se consiga un éxito aparente que pudiera traducirse luego en un acuerdo ratificado con una firma.

Esta vía de buscar de manera incansable el consenso solo es posible cuando se superan las etiquetas para abrirse a la novedad que supone caminar juntos, con el esfuerzo que conlleva esa apuesta por la unión, por la comunidad. Ese respeto al que uno tienen enfrente o al lado exige también una lealtad personal e institucional que, en no pocas ocasiones, se ha visto dañada desde los poderes públicos.

Más allá de estas cuestiones, el diálogo bilateral o multilateral se puede perder si se queda en un mero intercambio de pareceres de unos y otros, si no se abre más. Esto es, sentarse para conversar y compartir sintonías y disensos solo tiene sentido si se pone en el centro a los otros, el respeto a la radical dignidad de cada persona, esa que está llamada a custodiar cualquier ciudadano, cualquier político, cualquier cristiano. Una alianza por el diálogo lo es para el bien común.