Editorial

Cristianos en los pupitres públicos

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Cada vez que arranca un curso escolar, al abordarse desde una mirada eclesial, el primer pensamiento se suele dirigir tanto a los desafíos de los centros de titularidad católica como a los retos de la asignatura de Religión y sus profesores. Sin buscarlo, se orilla la no menos relevante cuestión de la presencia cristiana en la enseñanza pública: en las aulas de Infantil y Primaria o en las universitarias, en los institutos de Secundaria o de Formación Profesional.



España cuenta con 19.228 centros educativos estatales no universitarios donde estudian unos 5,5 millones de niños y jóvenes, esto es, el 66,9% del alumnado que conforman comunidades educativas con profesores, padres y personal de administración y servicios. Entre sus muros, se encuentran cristianos convencidos de que su compromiso como creyentes se materializa en el día a día de las aulas, los claustros, los pasillos y los patios desde un pluralismo que garantiza y tutela la libertad de enseñanza.

Educación integral

La escuela pública, como la concertada, se configura como algo más más que un laboratorio de convivencia, para ser el hogar en el que se acuna la sociedad del presente y del futuro, el lugar donde se forja la transformación del mundo a través de la adquisición de conocimientos y destrezas, pero también de la transmisión de unos principios morales y éticos, así como de la configuración de relaciones desde una educación integral de la persona.

De ahí la importancia, en el caso de los centros estatales, de una presencia activa de los cristianos comprometidos en definir y hacer realidad un proyecto educativo concreto que –desde el respeto a la diversidad cultural, religiosa e ideológica– fomente los valores que el humanismo cristiano aporta y enriquece al bien común en la construcción de una sana democracia y una convivencia en paz. A la par, se encarna el derecho de los padres a educar a sus hijos según sus convicciones.

Colegio

De ahí que no sea una tarea menor el que la Iglesia acompañe a todos esos profesionales, estudiantes y familias en esta ingente misión. Porque ellos están siendo evangelizadores de lo cotidiano en unas periferias reales y existenciales, se convierten a pie de obra en tejedores de la fraternidad universal y de la cultura del encuentro entre pupitres y pizarras. El anuncio de la Buena Noticia, sin ser explícito y excluyendo todo proselitismo, se hace presente desde el testimonio coherente en cada clase, en cada tutoría, en los recreos, a través de la acogida al diferente, de la apuesta por la inclusión, además de promover el servicio, la tolerancia y el esfuerzo como actitudes troncales. Es así como los cristianos están llamados a ser, aquí y ahora, el alma de la escuela pública.