Editorial

Apóstoles de Vida

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Después de instituir hace tres años el Domingo de la Palabra, Francisco celebró dicha jornada el pasado 23 de enero con una eucaristía en la que por primera vez confirió el ministerio de la catequesis a un grupo de laicos. Cuando el pontificado se encamina a cumplir nueve años, hay quien busca evaluar y tantear hasta qué punto se está llevando a cabo una vuelta a lo esencial de la vida cristiana, despojándola de algunas adherencias que han generado no pocas grietas en el seguimiento a Jesús de Nazaret.



El Papa siempre ha insistido en que no se ve a sí mismo como un pontífice revolucionario, ni cree en los cambios de una día para otro. Sin embargo, su apuesta por abrir procesos irreversibles, que permitan promover una verdadera conversión personal y pastoral en la comunidad católica, se traduce en decisiones como desarrollar estos nuevos ministerios no ordenados. Oficializar la labor de los catequistas, los lectores y los acólitos no busca generar más estructuras ni establecer niveles o categorías de compromiso creyente.

Menos aún, clericalizar a los seglares a través de otro establishment para encajarlo en los estándares eclesiales. Mal camino se tomará si, lejos de ayudar a promover la formación y el acompañamiento a estos apóstoles de hoy, la puesta en marcha de estos ministerios se convierte además en un casting encubierto de pureza vital o espiritual cuando se apliquen los criterios de formación y discernimiento para conferirlos.

Más bien se busca lo contrario: reconocer institucionalmente la entrega de tantos hombres y, especialmente, mujeres en el anuncio de la Buena Noticia. Francisco ha puesto en valor a los jóvenes, adultos, padres y abuelos evangelizadores de lo cotidiano en las parroquias de los cinco continentes, como portadores de esa Palabra entre aquellos a los que preparan para recibir la Primera Comunión o quienes asumen cada domingo la proclamación de las lecturas en las eucaristías y en las celebraciones paralitúrgicas.

Ser corresponsable

Estas ministras y ministros son, por tanto, un ejemplo de cómo se puede capilarizar la sinodalidad más allá de la consulta y el posterior Sínodo. En la medida en la que el laico se sienta corresponsable y se le haga corresponsable de este envío, desde la conciencia de que el Espíritu se manifiesta a través del santo Pueblo fiel de Dios, la Iglesia será hogar de todos y para todos.

Y es que este envío ministerial no es fruto de una ocurrencia, sino que emana directamente del bautismo, del sacerdocio común de los fieles, y consiste en la consagración al servicio de la Iglesia y de Dios. El agua fresca que el mundo necesita y el agua viva que consagra, en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, a nuevos discípulos misioneros de Palabra y de Vida.

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