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Palabras del presidente Elías Royón en la inauguración de la XX Asamblea General de CONFER 2013

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12 de noviembre de 2013

Mis primeras palabras quieren ser un saludo agradecido al Sr. Nuncio, que ha presidido la eucaristía inaugural, nos preside en nombre de su Santidad y comparte con nosotros un acontecimiento tan importante para la vida religiosa española como es la Asamblea General de CONFER. Gracias por sus palabras, que muestran su estima y aprecio por la vida consagrada. Por su mediación, Sr. Nuncio, quisiéramos hacer llegar al Santo Padre, el papa Francisco, los sentimientos de fidelidad y afecto de los religiosos y religiosas españoles, así como nuestra oración para que el Espíritu le ilumine y le fortalezca en la misión que el Señor le ha encomendado para bien de la Iglesia y de la humanidad.Descargar PDF - Royón apertura Asamblea CONFER 2013

Nuestro agradecimiento al presidente de la Comisión Episcopal para la Vida Consagrada, Don Vicente, por sus palabras y porque un año más haya querido acompañarnos durante toda la Asamblea. En él saludamos a todos los miembros de la Comisión Episcopal, algunos de los cuales nos acompañan en estos momentos, y otros han anunciado que se harán presentes en los días siguientes, y a nuestros pastores, los demás obispos de las Iglesias particulares donde los religiosos con su presencia y su ministerio enriquecen la comunión eclesial.

Nuestra gratitud al P. Eusebio, y a Don Francisco Cerro, obispos de Tarazona y de Coria-Cáceres, miembros de la Comisión Episcopal de Vida Consagrada, por su presencia tan constante en las Asambleas de la CONFER.

Saludamos a Lourdes Grosso, presidenta del Secretariado de dicha Comisión, y a Lydia Jiménez, presidenta de la Conferencia Española de Institutos Seculares; a Inmaculada Tuset, presidenta; y a José María Alvira, secretario general de la FERE, la institución hermana que reúne a tantos Institutos religiosos comprometidos con el ministerio de la escuela católica.

Me complace saludar y agradecer su presencia al presidente y al secretario general de Cáritas Española, que nos acompañan un año más y nos llena de satisfacción. Su presencia es un signo de las fraternas relaciones entre Cáritas y CONFER, que estatutariamente forma parte de la Comisión Permanente y del Consejo General de Cáritas. Pero sobre todo por la colaboración tan intensa, a todos los niveles, de la vida religiosa con Cáritas.
La más cordial y fraterna bienvenida a todas vosotras y vosotros, superiores mayores, que constituís esta XX Asamblea General de CONFER. Gracias por vuestra numerosa participación que nos permite, también este año, tener el quórum necesario en la primera convocatoria para que la Asamblea quede formalmente constituida.

El contexto eclesial en que vivimos

No es posible iniciar los trabajos de nuestra XX Asamblea General sin referirnos al contexto eclesial que vivimos y a los acontecimientos que lo han provocado. Un contexto que va más allá de unos meros titulares periodísticos, para adentrarse en la providencia amorosa de Dios. Si, vivimos tiempos de “sorpresas de Dios” para su Iglesia, signo evidente de la presencia del Espíritu que el Resucitado nos prometió.

La renuncia del papa Benedicto y la elección del papa Francisco son dos hechos que están marcando fuertemente la historia actual de la Iglesia y su presencia evangelizadora en el mundo. En el arranque del nuevo milenio, la Iglesia está viviendo intensamente una fuerte moción del Espíritu que le empuja a ponerse a la escucha atenta de la voz del Señor y a retomar su impulso misionero: “dejar de ser autorreferencial y salir a las periferias”, en palabras del papa Francisco. Se ha abierto un impulso del Espíritu, un Pentecostés que debemos acoger con generosidad y agradecimiento.

Un papa que renuncia en un gesto profético de escucha en su conciencia, a la voluntad de Dios, “un acto de santidad, de grandeza y de humildad”, en palabras del papa Francisco (entrevista a La Civiltà Cattólica, agosto 2013, pag. 16), que concede más importancia al bien de la Iglesia que a su imagen y a su gloria. Un nuevo papa en quien abundan los gestos y las palabras que nos remiten a la sencillez y a la radicalidad del evangelio, palabras claras que todos entienden, una profecía humilde que nos llama a todos a la conversión, a un cambio del corazón antes que de las estructuras. Que desea una Iglesia joven y alegre, una Iglesia pobre y para los pobres. Todo ello no puede dejarnos como simples espectadores, es una llamada del Señor a toda la Iglesia. Una llamada que debe ser especialmente acogida por nosotros religiosos y religiosas, que de un modo particular estamos ligados por nuestra vocación de consagrados, al obispo de Roma y pastor de la Iglesia universal. Una llamada, en primer lugar, a la conversión, como ha subrayado el Sínodo para la Nueva Evangelización, que habló de “conversión personal”, “conversión de la comunidad cristiana” en todos sus miembros y “conversión pastoral”.

Estamos para terminar el Año de la fe que promulgó el papa Benedicto con objeto de “redescubrir el camino de la fe para iluminar de manera cada vez más clara la alegría y el entusiasmo renovado del encuentro con Cristo (…) ponerse en camino para rescatar a los hombres del desierto y conducirlos al lugar de la vida, hacia la amistad con el Hijo de Dios” (PF 2). Un Año de la fe que ha tenido como broche de oro la beatificación de los mártires del siglo XX en España, una gran parte de los cuales son hermanas y hermanos nuestros que eligieron perder la vida para ganar a Cristo. Nos dejaron el testimonio de su fe y la lección evangélica de su perdón.

De nuevo una Jornada Mundial de la Juventud. Por la lejanía, en esta ocasión, ha sido menor la presencia de jóvenes de nuestros grupos pastorales; pero igualmente hemos recogido la enseñanza del papa Francisco, que deberá ser guía para una más intensa presencia de los religiosos y religiosas en los ámbitos juveniles. Sus palabras han sido directas, dichas con energía y entusiasmo, en un lenguaje que pueden entender los jóvenes y aquellos que no lo somos tanto. He aquí algunos de sus subrayados: un reclamo a la fe: “Pon fe y tu vida tendrá un sabor nuevo, tendrá una brújula que te indicará la dirección…”. Y la clave para encontrar esta fe la desvela también el Papa: Jesucristo; el encuentro con Jesucristo; la amistad con el Hijo de Dios. En el envío final, resumió en tres palabras un programa de vida para los jóvenes, pero también un programa de pastoral juvenil y vocacional: “Vayan, sin miedo, para servir”. Con la exigente petición de “que se rebelen contra la cultura de lo provisional”.

No faltaron en Río las llamadas del Papa a todos los miembros de la Iglesia, desde los obispos a los consagrados. Permitidme que recuerde aquí algunos de los elementos claves de esa especie de hoja de ruta que señaló para la Iglesia: “No es la creatividad pastoral, no son los encuentros o las planificaciones lo que aseguran los frutos, sino el ser fieles a Jesús (…) contemplarlo, adorarlo, abrazarlo…”. Habló de una Iglesia que acompaña, que va más allá del mero escuchar, que se pone en marcha con la gente…, instó a promover una cultura del encuentro frente a una cultura de la exclusión, en particular de los jóvenes y los ancianos, a ser servidores de la comunión y del encuentro. “No es un simple abrir la puerta para acoger, dijo, sino salir por ella para buscar y encontrar”. Salir para buscar y dialogar con el mundo; salir y encontrar especialmente a los pobres: tender la mano y ofrecer esperanza. Y sentenció: “Nadie puede permanecer indiferente ante las desigualdades que existen todavía en el mundo”.

No podemos dudar que está soplando el viento del Espíritu a través de estas palabras, recias y sin ambigüedades. La vida religiosa debe sentirse interpelada por ellas. Entiendo que su recepción gozosa debe ser eficaz, y sin duda nos ayudará y fortalecerá en el camino emprendido de revitalizar nuestra vida y misión desde lo esencial.

Nuestro empeño en la construcción de la comunión

En anteriores ediciones de esta Asamblea os he informado que en la sede de la Comisión de Obispos y Superiores Mayores se estaba trabajando en la redacción de un nuevo texto que recogiera los Cauces Operativos para las relaciones mutuas entre Obispos y Superiores Mayores. Como sabéis, este texto, acompañado de una Introducción teológica, fue aprobado con el título “Iglesia particular y vida consagrada. Cauces operativos para facilitar las relaciones mutuas entre obispos y la vida consagrada de la Iglesia en España” por la Asamblea de la Conferencia Episcopal el pasado 19 de abril. Se os envió tan pronto lo hizo público la Secretaría de la Conferencia Episcopal. Está programado que esta misma tarde Don Vicente y un servidor haremos la presentación de este documento.

En este contexto, me siento en la gozosa responsabilidad de volver a afirmar que CONFER continúa atenta a la consecución de uno de sus objetivos institucionales: la construcción de la comunión, tanto en el interior de la vida religiosa como en la comunidad eclesial, fieles a aquella advertencia de Juan Pablo II de que “los espacios de comunión han de ser cultivados y ampliados día a día, a todos los niveles en el entramado de la vida de cada Iglesia” (NMI 45). Y es que la comunión nunca estará terminada, nunca será perfecta, ya que, aunque inspirada por el Espíritu, la encarnamos los humanos. El objetivo debería ser estar constantemente comprometidos para construirla juntos porque se cree en su necesidad evangelizadora. Exige salir de nosotros para meternos en el interior de los demás, para comprenderles y poder dialogar, y situarnos a sus pies para servir, pues no se sirve desde arriba, sino entrando en la escuela de Jesús.

Juan Pablo II habló de la necesidad de una “espiritualidad de comunión” y nos hace comprender que ella está llamada a “promover un modo nuevo de pensar, decir y obrar, que hace crecer la Iglesia en hondura y extensión”. Y supone, dice el Papa, “ver ante todo lo que hay de positivo en el otro, para acogerlo y valorarlo como regalo de Dios: un don para mí, además de ser un don para el hermano que lo ha recibido” (NMI 43). Una mirada, pues, desde el aprecio y la bondad, lejos de prejuicios, desde el deseo de buscar la verdad. Porque quien busca problemas encuentra problemas, quien busca al hermano encuentra la comunión del Espíritu, la comunión del amor.

El texto nos habla con claridad de dos exigencias que todos los miembros de la comunidad eclesial deberíamos cultivar para que exista comunión: que no sea una “palabra de laboratorio” sobre la que disertamos teóricamente o usamos para imponer y defender las propias posturas, sin molestarnos en entrar en una escucha que propicie un diálogo fraterno con el otro; la comunión debe ser una “palabra de frontera,” a donde hay que ir y quedarse a vivir en ella, de tal modo que nos llegue a cambiar “nuestro modo de pensar, decir y obrar”. Apropiarnos el modo de ser de la Iglesia para realizar su misión: la Iglesia de comunión. Pero esto no es posible si no hay una tensión interior de conversión continua; una conversión personal y corporativa. Porque no basta la sola conversión individual si no la hay comunitaria e institucional.

Y la segunda exigencia afecta a la evangelización: la comunión será siempre un testimonio para nuestra sociedad y por ello, una fuerza atractiva que conduce a creer en Cristo. Este aspecto lo hemos querido subrayar en esta Asamblea: “Para que el mundo crea”. No pretendemos una “comunión”, si me permiten la expresión, “políticamente correcta,” que se confunde con las simples buenas relaciones, o la buena educación. Se trata de una comunión que sea un don del Espíritu; de Aquel que crea a la vez la diversidad y la armonía.

El papa Francisco lo ha formulado en varias ocasiones, pero quizás con mayor precisión en la homilía de Pentecostés de este año: “En la Iglesia, la armonía la hace el Espíritu Santo. Él es precisamente la armonía. Solo Él puede suscitar la diversidad, la pluralidad, la multiplicidad y al mismo tiempo realizar la unidad”. Y añade: “En cambio, cuando somos nosotros los que pretendemos la diversidad y nos encerramos en nuestros particularismos, en nuestros exclusivismos, provocamos la división” (mayo 2013). Unos meses después, en el pasado septiembre, refiriéndose a la unidad de la Iglesia, afirma: “Tenemos que caminar unidos en las diferencias: no existe otro camino para unirnos. El camino de Jesús es ese” (entrevista a La Civiltà Cattólica, ed Sal Terrae, pag. 21).

En el reciente Sínodo de la Nueva Evangelización se habló bastante de la comunión, reconociendo que la comunión entre las distintas formas de vida en la Iglesia se hace indispensable para el anuncio de Jesucristo en nuestro tiempo. De estas intervenciones surgió la proposición 43, que afirma que todos los dones provienen del Espíritu, tanto los jerárquicos como los carismáticos, y que todos son co-esenciales para la vida de la Iglesia y para la eficacia de su actividad misionera. Pienso que a través de la complementariedad de estos dones deberíamos ser capaces de articular en nuestras Iglesias particulares, bajo la guía de los pastores, un proyecto de nueva evangelización que testimonie y anuncie el Evangelio de un modo nuevo en el mundo de hoy. Un proyecto que se inicie y desarrolle con una mirada a la realidad, enriquecida por las perspectivas particulares y diferentes de quienes integran la comunión eclesial: ministros ordenados, consagrados y laicos.

Cuando escogimos el lema de nuestra Asamblea, “Para que el mundo crea”, tuvimos muy presente la oración de Jesús al Padre, y el deseo de que se hiciera realidad en el interior de la Iglesia y en el interior de las comunidades religiosas, siendo capaz de atraer la atención de nuestra sociedad, donde pudiera mirarse como ejemplo; aspirar a que se nos buscase como mediadores para resolver conflictos, como puentes, como pacificadores… hombres y mujeres de concordia… en una sociedad tan fracturada y tan necesitada de diálogo y mutua comprensión, donde la Iglesia fuera capaz de ser signo y fermento de cohesión social.

Con humildad y agradecimiento al Señor, podemos afirmar que, aun con nuestras limitaciones y errores, la vida religiosa española desea continuar empeñada con generosidad y lealtad en esa actitud de conversión que exige el trabajo por la unión en la caridad y en la verdad. Cada Iglesia particular es testigo de lo que digo; en ellas se concreta la colaboración pastoral y las relaciones mutuas.

Una realidad significativa a este respecto continúa siendo la celebración de encuentros entre obispos y superiores mayores en las diversas CONFER regionales. He sido testigo de esta evolución y he podido comprobar cómo ha crecido la confianza en las relaciones mutuas. Existe en los pastores y en los superiores mayores, interés y voluntad de concederles, cada vez más, un marcado aspecto de encuentro de comunión misionera, donde sea posible examinar y dialogar sobre las relaciones y la colaboración pastoral en las Iglesias particulares. Aunque no podemos ocultar que todavía falta confianza y diálogo en las relaciones y sobran prejuicios mutuos y decisiones sin dialogar. Estoy seguro que la aprobación de los “Cauces Operativos” será una oportunidad para retomar con nuevo empeño la tarea conjunta del anuncio de Jesucristo.

En este mismo contexto de la comunión eclesial se sitúa la presencia de los laicos en nuestras Instituciones como una realidad esperanzada, de la que hablamos como “misión compartida,” aunque sigan abiertos interrogantes que necesitan reflexión y discernimiento, tanto en el campo laical como en el de los religiosos.

CONFER desea continuar sirviendo a la vida religiosa en este aspecto tan decisivo para el futuro de sus instituciones evangelizadoras. En efecto, entre otros, uno de los aspectos que creemos necesitaría una cierta consideración se refiere a la visibilidad y sentido eclesial de estos laicos. La experiencia nos dice que, por lo general, se trata de un laicado bien formado, con una vivencia firme de su fe, con fuerte sentido de misión que realiza en instituciones religiosas de carácter diverso: educativas, asistenciales, sociosanitarias, etc. No obstante, mi impresión es que ni ellos, ni quizás tampoco nosotros, los religiosos y religiosas, ni las Iglesias particulares donde están insertos, tenemos una adecuada conciencia de la acción pastoral y por tanto de la función eclesial que desempeñan.

Queriendo iluminar esta situación, en la Asamblea pasada os anuncié que estábamos tratando de organizar unas Jornadas para reflexionar sobre esta dimensión eclesial de la “misión compartida”, donde los laicos tuvieran el protagonismo. Diversos motivos impidieron su realización. Sin embargo, como ya se os ha anunciado, hemos emprendido, con nuevo ímpetu y tratando de mejorar la comunicación con los laicos interesados, la organización de esa Jornada para el 22 de marzo próximo. Os agradecemos que le deis una acogida eficaz en vuestros ambientes y hagáis un esfuerzo para que fluya la información.

Nuestra postura ante la crisis social y económica

El año pasado os decía en esta misma ocasión: “No podemos dejar de constatar, con enorme preocupación, el prolongarse angustioso de la crisis social y económica que afecta cada vez a más sectores de nuestra sociedad”. Desgraciadamente, debemos seguir repitiendo las mismas palabras, porque reflejan una realidad que se hace más cruel con el paso del tiempo. Si bien es cierto que están mejorando las cifras macroeconómicas, también es cierto que la pobreza y la fractura social está aumentando. El Informe de Cáritas de hace apenas unas semanas ponía el acento en una de las consecuencias más dramáticas de esta crisis, que deberían preocupar fuertemente a los poderes públicos: la familia. “Estamos asistiendo, decía el informe, al desbordamiento de la familia, que sigue siendo la primera estrategia de supervivencia para hacer frente a los impactos de la crisis”. “El empeoramiento de la situación económica, el agotamiento emocional y la perdida de la vivienda son los factores más críticos de ese desbordamiento de la función protectora de la red familiar”.

Es justo reconocer que la Vida Religiosa, en el contexto eclesial, continúa respondiendo con gran generosidad e imaginación, a tantas tragedias; nuestra vocación nos llama a ser testigos de la misericordia y la ternura de Dios en el mundo, y este testimonio es el que hace creíble el anuncio del evangelio. La encíclica Lumen Fidei define la fe como creer en el amor. “Hemos creído en el amor” de Dios a la humanidad y a su mundo, que nos ha manifestado Jesús. La plenitud de la fe cristiana consiste, dice el Papa, en “creer en el Amor pleno, en su poder eficaz, en su capacidad de trasformar el mundo e iluminar el tiempo” (LF 15). Desde esta fe surgirá siempre la motivación que nos convierta en samaritanos de nuestros hermanos.

No podemos, pues, permanecer insensibles ante una situación que se prolonga hasta hacerse insoportable, y que está provocando “una falta de horizonte y perspectivas, especialmente para los jóvenes, que podría tener unas consecuencias impredecibles para el futuro de nuestra sociedad”. Deberíamos hacer un esfuerzo, con todos los medios a nuestro alcance, para que nuestra sociedad, que se considera en gran parte cristiana, nuestros políticos, nuestros dirigentes sociales escucharan las palabras del papa Francisco pronunciadas el pasado mes de julio desde uno de los lugares más pobres de la tierra: “Nadie puede permanecer indiferente ante las desigualdades que aún existen en el mundo; no es la cultura del egoísmo, del individualismo, que muchas veces regula nuestra sociedad, la que lleva a un mundo más habitable, sino la cultura de la solidaridad…” (25 de julio de 2013, Favela Varginha). Y en el Vía Crucis de los jóvenes en Río decía con gran crudeza: “Con la cruz, Jesús se une a todas las personas que sufren hambre, en un mundo que, por otro lado, se permite el lujo de tirar cada día toneladas de alimentos” (26 de julio de 2013) Tenemos que reconocer que nada de esto es ajeno a nuestra situación.

Os invito a que sigáis animando a vuestras comunidades a perseverar vigilantes en la escucha atenta a lo que el Señor nos está hablando desde esta situación; a ayudar a renovar una conversión de la propia vida, personal y comunitaria, para hacerla cada día más conforme con la vida pobre de Jesús, más conforme con su corazón compasivo. Necesitamos un talante contemplativo a fin de que nuestra sensibilidad se afecte y así nuestro amor a los pobres sea amor verdadero, lleno de ternura y compasión. Dejarse afectar por la realidad que se contempla conmueve las entrañas, como a Jesús, y lleva a sufrir con los que sufren, a llorar con los que lloran y a gritar con aquellos a los que no se les permite hablar. Recordemos lo que nos decía el papa Francisco a los religiosos y religiosas: “La pobreza teórica no sirve, la pobreza se aprende tocando la carne de Cristo pobre, en los humildes, en los enfermos, en los niños” (8 de mayo de 2013, Asamblea Plenaria de la UISG). Dejemos que los pobres nos toquen, que entren de verdad en nuestras vidas; que sepamos mirarlos con los ojos de Jesús, que mira para descubrir el misterio que encierra cada vida, cada corazón; son tiempos para cultivar una “mística de ojos abiertos”.

Quisiera traer a nuestra Asamblea la preocupación por la tragedia de los inmigrantes. Corremos el gran peligro de que las grandes carencias en que viven tantos de nuestros conciudadanos nos hagan no prestar atención a la situación mucho más grave de los que tienen que abandonar, por múltiples causas, sus países, y llegar a las costas europeas, arriesgando la vida; y esto no es ciertamente una metáfora: en los últimos veinte años miles de personas ha muerto en su intento de llegar a Europa. “Nos vamos acostumbrando al sufrimiento de los otros y creemos que no nos concierne”. Nuestro país no está siendo con ellos muy generoso y solidario, especialmente con las detenciones y las condiciones inhumanas en que viven estos detenidos en los Centros de Internamiento de Extranjeros, sin olvidar unos proyectos de cambios en el ordenamiento jurídico que rayan en lo inhumano e injusto.

Los religiosos y religiosas tenemos aquí un importante desafío, junto con toda la Iglesia española: ayudar a romper “la globalización de la indiferencia,” como pide el papa Francisco, hacia estas situaciones; informar y hacer comprender a la sociedad, a la opinión pública que no nos invaden, que les asiste el derecho a emigrar para poder tener una vida simplemente más humana que la que pueden disfrutar en sus países de origen. Y recordar a este respecto, el deber humano fundamental de salvar vidas, así como las palabras de Juan Pablo II en su Mensaje para la Jornada por la Paz de enero de 2005, que ponía las bases de una “ciudadanía mundial” cuando afirmaba: “La pertenencia a la familia humana otorga a cada persona una especie de ciudadanía mundial, haciéndola titular de derechos y deberes, dado que los hombres están unidos por un origen y supremo destino comunes” (n.6).

Conclusión

La pasada Asamblea General nos invitó, en el Año de la fe, a ponernos de nuevo en camino, con los ojos fijos en Jesús, para ser testigos y servidores del Evangelio, “para redescubrir la alegría de creer y volver a encontrar el entusiasmo de comunicar la fe”, y experimentar “la dulce y confortadora alegría de evangelizar.” (Pablo VI, Evangelii Nuntiandi, 80)

En medio de nuestra pobreza y nuestras debilidades, la vida religiosa española, en esta Asamblea, se siente interpelada por las palabras del papa Francisco cuando “sueña con una Iglesia Madre y Pastora” que, “en lugar de ser solamente una Iglesia que acoge y recibe, manteniendo sus puertas abiertas, busca más bien ser una Iglesia que encuentra caminos nuevos, capaz de salir de sí misma hacia la periferias existenciales de la humanidad…” (entrevista en La Civiltà Cattólica, pág. 17). Nos sentimos interpelados a permanecer abiertos a la esperanza y a la fuerza renovadora que el Espíritu está haciendo sentir en nuestros días, abiertos a este kairos o regalo de Dios para la Iglesia. Desde la diversidad de nuestros carismas, con sencillez y humildad, pero con decisión, deseamos caminar junto con todo el pueblo de Dios, bajo la guía de nuestros pastores en la comunión que se hace misión y es condición… para que el mundo crea (Jn 17,21).

Elías Royón, S.J., presidente de Confer