Una reflexión personal sobre ‘Los dos Papas’


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Como película me encantó. Su calidad en todos aspectos es extraordinaria. El guión, la caracterización de los personajes, el ritmo, la fotografía, las locaciones, el juego de la música con los sentimientos y momentos, y la narrativa en general son de lo mejor que he visto en estos años. Pero, no se puede tomar nunca como un material documental y mucho menos como una referencia histórica, como tal, ya que no pretende ser eso y algunas reflexiones se están dando en el supuesto de que es algo que no pretende ser. 



Mi sentir desde la vivencia de fe sobre lo que la película narra, es que no se puede establecer una visión binaria o dual contrapuesta de estos dos Papas. Eso es imposible, inadecuado, y puede parecer incluso injusto. 

fotograma de la película 'los dos papas', de Netflix, estrenada en noviembre de 2019 e interpretada por Anthony Hopkins y Jonathan Pryce

En la revelación de Dios, para los que somos creyentes, es la narrativa del misterio la que prevalece siempre, y no la de un sujeto u otro y sus particulares y limitadas visiones, por más iluminadoras que ellas sean. Ir más allá de esta reducción implica un enorme proceso de discernimiento y una lectura muy amplia y desde un corazón genuinamente anclado en la fe (por eso mi reflexión es personal totalmente y nunca un análisis de la película como tal).

Hacer esa lectura binaria de contraposición a partir de las personas, que somos siempre mediaciones y nunca el fin en nosotros mismos en la experiencia de revelación, sería reducir la propia revelación a miradas coyunturales, ideologizadas o personalizadas… y eso puede ser el error de quienes toman la película como si fuera equivalente a un material desde el cual se pueda identificar o juzgar la historia de la Iglesia o de la propia historia de revelación. 

Mi sentir y convicción es que nada de lo que hoy estamos viviendo en esta etapa, que para mí es una verdadera primavera eclesial y en la que tengo el privilegio de sentirme un muy pequeño colaborador, sería posible sin el continuo de Dios y del Espíritu en su pueblo y entre ambos Papas, más allá de sus estilos, trayectorias o modos particulares.

Sin antagonismos

Si se quiere hacer una reflexión sobre la historia de estos dos hombres de Dios, ella debería ser sobre la base de una continuidad de la presencia de Dios como lo esencial, y no la de posturas opuestas que siempre será insuficiente. Todo lo que hoy nos ha dado el Espíritu en Francisco es posible solo y únicamente desde el gesto más profundo, libre y genuino de Benedicto XVI, luego de hacer todo lo posible por cumplir su misión, de dar un paso al costado para inaugurar una nueva época en la Iglesia con respecto a esa idea de no poder renunciar hasta morir. 

Lo hace reconociendo sus propias fragilidades físicas y los enormes desafíos ante sus ojos, ante los que siente que ya no puede, y dando a la Iglesia la posibilidad de contar con una persona en condiciones de responder a este momento. Es una decisión que refleja una pura experiencia de fe, nada de cobardía, es pura entrega y confianza absoluta en el Dios que va más allá de nuestras propias limitaciones. 

La vivencia de la Iglesia hoy no se puede interpretar de forma binaria entre un sujeto concreto u otro, entre un Papa u otro, pues el peligro es querer reducir la Iglesia a una ideología u otra, y ahí es donde se pierde el sentido universal y atemporal de nuestra fe. 

El continuo del Espíritu

Se trata del continuo del Espíritu que hace posible que en medio de una realidad compleja y rota, de una realidad eclesial institucional limitada y llena de claroscuros, que se teje por nosotros tan llenos de quebrantos, ahí es capaz de expresarse más allá de nuestra comprensión y hacer sentido para que la fe siga creciendo en los corazones de las personas, a pesar de toda limitación. 

Por eso, no creo que la película pueda tomarse en ese sentido de resolver una situación forzada sobre la que se debe elegir una postura u otra como si existiera una contraposición, que insisto no la hay. Pero, por otro lado es genial en su capacidad de narrar realidades innegables de nuestra Iglesia y sus expresiones específicas de miradas distintas que producen siempre la necesidad y posibilidad de un diálogo de reconciliación, y no el de un lado que vence sobre el otro. 

En todo caso, pienso que crear la contraposición entre dos figuras, siendo genial y realizado de manera magistral a nivel cinematográfico, parece limitado en clave eclesiológica. Así que hay que verla como lo que es, una pieza extraordinaria del maravilloso cine, de profundidad y con una narrativa genial y muy actual, y que podría servir mucho para la reflexión si se le reconoce en lo que es y no más, pero tampoco menos, porque es genial. 

De hecho, hay que celebrar la relevancia que vuelve a tener la Iglesia en medio del mundo y que esta película lo reafirma, pero como un llamado a la honestidad de asumir los claroscuros y, sobre todo, actuar con verdadera responsabilidad para seguir siendo una Iglesia creíble en su opción de construir ese otro mundo posible en fidelidad al llamado de Cristo.