Fernando Vidal
Director de la Cátedra Amoris Laetitia

Un mundo que se mata


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Recibo la escalofriante noticia de una chica de 19 años que se ha quitado la vida en mi entorno. Sin ningún signo previo. Por cada caso fatal, hay 20 que lo han intentado. En Estados Unidos, el 9% de estudiantes de secundaria ha intentado suicidarse y el 20% ha pensado en hacerlo. En el mundo, hay ya 700.000 suicidios anuales: cada año se matan todos los habitantes de una ciudad del tamaño de Zaragoza.



Afortunadamente, crece la conciencia sobre esta catástrofe y se ha comenzado un incipiente plan de respuesta. Pero las causas son profundas, el problema es el modelo de sociedad. Sin duda, estamos sufriendo el impacto de la pandemia, que llevó a que los intentos suicidas aumentaran el 250%. También hay un problema vinculado a las referencias. Jóvenes y mayores sufren mayor estrés y ansiedad por la insensata e inútil cultura de competitividad que se ha introducido en colegios, universidades y ámbitos profesionales.

Las redes influyen notablemente por el impacto negativo que tienen sobre la salud mental –corporaciones como Meta han sido denunciadas ante los tribunales por haber causado intencionadamente ese daño– y también por la agobiante competitividad (medida cada día en número de seguidores, likes…).

Soledad

La precariedad económica y ética del mundo laboral está provocando un gran vaciamiento, que converge con la gran desvinculación y aumento de la soledad. La cultura también ha legitimado más el suicidio en las leyes de eutanasia, proclamando que hay vidas que no merecen ser vividas. La relatividad cultural ha creado demasiada población para la que su vida no tiene razón o propósito (4-7% en España) y su existencia carece de sentido (8-15%). Hay una profunda crisis de abandono social y de sentido. Urge un giro. La sonrisa de esa joven permanece en una reciente foto de mi móvil preguntando qué vamos a hacer.

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