Cardenal Cristóbal López Romero
Cardenal arzobispo de Rabat

Tras las huellas de los redentores


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Trujéronnos a Argel, donde hallé que estaban rescatando los padres de la Santísima Trinidad; hablélos, díjeles quién era; y movidos de caridad, aunque yo era extranjero, me rescataron en esta forma: que dieron por mí trescientos ducados, los ciento luego, y los doscientos cuando volviere el bajel de la limosna a rescatar al padre redentor, que se quedaba en Argel empeñado en cuatro mil ducados, que había gastado más de lo que traía, porque a toda esta misericordia y liberalidad se extiende la caridad de estos Padres, que dan su libertad por la ajena y se quedan cautivos por rescatar cautivos.



Este es el testimonio de Miguel de Cervantes sobre su experiencia personal de cautividad en Argelia y su liberación por los trinitarios, religiosos de la Orden de la Santísima Trinidad y de cautivos. Lo escribió en 1613 en una de sus novelas, “La española inglesa”.

Viene esto a cuento porque el domingo pasado recibimos, en la catedral de Rabat, la visita de un numeroso grupo de la Familia Trinitaria: unos 160 laicos, religiosas y religiosos, con el Consejo General de la Orden al frente. Han venido a Marruecos “tras las huellas de los redentores”, es decir, siguiendo los pasos de quienes les precedieron en la tarea de redimir y rescatar cautivos. Sevilla, Tánger, Rabat, Fez y Mequínez han jalonado su peregrinación. “No es una vuelta al pasado”, me decía Gino, el superior general, “sino a los orígenes, a las fuentes de nuestro carisma”.

Es interesante descubrir cómo un carisma nacido en unas circunstancias sociales muy concretas es capaz de reinventarse y de adaptarse a nuevas situaciones. Hoy los trinitarios continúan rescatando, liberando y redimiendo. No se trata ya de la esclavitud pura y dura, pero hay tantas esclavitudes modernas…

Distintas esclavitudes

Desde la trata de personas (que no dista demasiado de la esclavitud clásica) hasta la pastoral penitenciaria en todas sus dimensiones, pasando por todas las adicciones posibles (que son las esclavitudes modernas), los trinitarios encuentran terreno para su trabajo específico por el Reino de Dios, un reino de libertad y de justicia.

Ya en 1199, el papa Inocencio III les enviaba a Marruecos con una carta de presentación para el ‘Miramamolín’, que no era sino el “Emir al Muminin”, el príncipe de los creyentes, el sultán de Marruecos.

Han pasado más de 800 años y aquí están estos hombres y mujeres, firmes en la respuesta a la llamada que Dios les hace para construir el Reino liberando personas. ¡Enhorabuena!

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