José Beltrán, director de Vida Nueva
Director de Vida Nueva

Solidaridad cicatera no es solidaridad


Compartir

JUEVES 9. Conversaciones PPC. Las migraciones, en el epicentro. Una misionera toma la palabra. Toda una vida en África. A la vuelta, en estado de shock. “¿Cómo puede ser que una diócesis no pueda acoger en sus parroquias a quienes pasan la noche de invierno en la calle porque no tienen papeles? Llamé y me dijeron que no había más recursos”. Sí, nos hemos acomodado. Pero no solo las parroquias. Todos. Solidaridad cicatera no es solidaridad. Mal que nos pese en la conciencia. Que no nos pesa tanto. Conciencia que se mueve y remueve al final de la jornada, cuando se clausura con un padrenuestro. Que sabe a contrato con el que tengo al lado. Para hacerle hermano. Con lo que implica en la letra pequeña.

VIERNES 10. El nuncio, en el CEU. Para conmemorar los Acuerdos Iglesia-Estado. Atrás quedaron los tiempos en los que se vaticinaba el apocalipsis cada vez que se mentaban como arma arrojadiza. En algunos casos, resultaba hasta rentable recoger el guante desde el ambón. Para dibujar un enemigo que tenía más de fantasma que de amenaza real. A la vista está. Nada ha cambiado desde la rúbrica constitucional. Hoy, quien más quien menos, admite que no estaría de más revisar. Sin llevarse las manos a la cabeza. Ni a la mitra. Tampoco se exalta Fratini en su discurso. Nunca lo ha hecho. Sabe de las dificultades, pero son mayores los deseos de concordia. Vigencia de los Acuerdos, por su puesto. Alguna que otra enmienda a considerar, también.

SÁBADO 11. Extiéndame un cheque en blanco. Y lo rechazo. Porque ver como mira un hijo a su padre no está pagado. Embobado. Como si volviera a ser niño. Como si fuera hoy cuando le impartió aquella lección. Que si la vid quiere crecer, tiene que ser podada. Y llorar. Ya dará fruto, ya.

DOMINGO 12. Experiencia en un ‘escape room’. Una propuesta de ocio para adultos. Trabajo en equipo para salir de una habitación. Voluntad le ponemos, pero podríamos habernos pasado en el cuarto hasta el fin de los días. Aceptar las limitaciones. Pero, sobre todo, abandonar la carga de la responsabilidad para compartir la alegría de resolver juntos. Y dejarse ayudar.