La unidad
Aunque León XIV lleva ya unos meses vistiendo la sotana blanca y recibiendo a todo tipo de grupos y personalidades, al recibir el anillo del pescador con la imagen de san Pedro grabada indisolublemente junto a su nombre pontificio le ha embargado la emoción. Como en su primera salida al balcón de la Basílica Vaticana, el hombre Robert Prevost se ha sentido estremecido al ser consciente de su nueva misión, aunque poco después francamente ha confesado: “Fui elegido sin tener ningún mérito”. Para, a renglón siguiente, presentarse como un compañero de camino, como quien “quiere hacerse siervo de vuestra fe y alegría”.
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Su mensaje no es nuevo. El Papa se lo ha tomado prestado a san Agustín, el del “corazón inquieto”, de quien tomó en su día su regla de vida y, más adelante, su lema episcopal ‘In Illo uno unum’ un “en el único Cristo somos uno” que pronuncia el obispo de Hipona en una de sus homilías.. En su primer saludo a los fieles León XIV pedía a todos: “ayúdense unos a otros a construir puentes, con el diálogo, con el encuentro, uniéndonos todos para ser un solo pueblo siempre en paz”. En esta última misa lo ha reiterado lanzando al aire su deseo de “una Iglesia unida, signo de unidad y comunión, que se convierta en fermento para un mundo reconciliado”.
Un día antes, en una de sus audiencias, reivindicaba el pontífice la Doctrina Social de la Iglesia como antídoto en un mundo en el que “hay poco diálogo y prevalecen las palabras gritadas, a menudo las ‘fake news’ y las ideas irracionales de unos pocos matones”. En la homilía, denunció la “discordia” y las “heridas causadas por el odio, la violencia, los prejuicios, el miedo a lo diferente, por un paradigma económico que explota los recursos de la tierra y margina a los más pobres”. Por eso reivindicó una “levadura de unidad” que “no anula las diferencias, sino que valora la historia personal de cada uno y la cultura social y religiosa de cada pueblo”.
El pasado miércoles, al recibir a las Iglesias orientales, León XIV les pedía que unieran a su oración por una “paz, que es reconciliación, perdón, valentía para pasar página y volver a comenzar”. Incluso reiteró que “la Santa Sede está a disposición para que los enemigos se encuentren y se miren a los ojos, para que a los pueblos se les devuelva la esperanza y se les restituya la dignidad que merecen, la dignidad de la paz”. Con razón, ante el presidente ucraniano Volodímir Zelenski, al terminar la misa, recordó, sin matices, que “la atormentada Ucrania espera por fin negociaciones para una paz justa y duradera”.
La paz
No hay unidad sin paz, ni paz sin unidad para León XIV. La palabra paz fue pronunciada diez veces en su primera intervención pública como Papa. “Una paz desarmada y una paz desarmante, humilde y perseverante”, reclamó. Desde entonces ha estado presente en todos sus discursos y reflexiones. Una paz que conlleva unas actitudes que están llamadas a caracterizar su forma de ejercer el pontificado. En su primer domingo como Papa, rodeado por algunos sacerdotes cercanos o su hermano, el Papa habla de la escucha. “Creo que es importante que todos aprendamos cada vez más a escuchar, para entrar en diálogo”, aseguraba en esa asamblea más familiar. Y añadía “también escuchar a los demás: saber construir puentes, saber escuchar para no juzgar, no cerrar las puertas, pensando que nosotros tenemos toda la verdad y que nadie más puede decirnos nada. Es muy importante escuchar la voz del Señor, escucharnos a nosotros mismos, en este diálogo, y ver hacia dónde nos llama el Señor”.
Y es que el Papa, ratificó este domingo, su empeño en no “ceder nunca a la tentación de ser un líder solitario o un jefe que está por encima de los demás, haciéndose dueño de las personas que le han sido confiadas”. Toda una declaración de intenciones de un Pontífice, más allá de dónde resida dentro del Vaticano. Su tarea, por la que se le va a juzgar, es “servir a la fe de sus hermanos, caminando junto con ellos”. Por ello su forma de evangelizar “nunca puede tratar de atrapar a los demás con el sometimiento, con la propaganda religiosa o con los medios del poder, sino que se trata siempre y solamente de amar como lo hizo Jesús”.
Un espíritu misionero que Robert Prevost ha desarrollado a lo largo de su vida y a cuya “adhesión” apeló en su primer encuentro con los cardenales repasando las líneas programáticas que Francisco trazó al inicio de su pontificado en la exhortación ‘Evangelii gaudium’. Retos que León XIV ha asumido como la conversión misionera, el crecimiento en sinodalidad y participación, “el cuidado amoroso de los débiles y descartados” o “el diálogo valiente y confiado con el mundo contemporáneo”.
